8. Hermanos

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En las siguientes semanas las clases siguieron en pleno apogeo, y los profesores aún más exigentes con los deberes y trabajos asignados, dado el poco tiempo con el que contaban para cubrir todo el curso, que empezó más tarde de lo normal, debido a la reconstrucción de la escuela que aún seguía en proceso. Varios de los pisos superiores seguían bloqueados, así como dos de las torres y algunos pasillos. Incluso la Lechucería quedó completamente destruida, y Dumbledore habilitó un espacio en los terrenos inmediatos al Bosque Prohibido, donde las lechuzas de la escuela podrían dormir y comer, y los estudiantes ir a enviar sus correspondencias.

Un par de Slytherins se atrevieron a hablar conmigo: Ethan y Marcus, ninguno de mi curso. No es que pueda decirse que somos amigos, pero al menos tengo a alguien con quien conversar en la sala común. Los demás se dividían entre lanzarme miradas de desagrado, o simplemente ignorarme. El único con ganas de decirme algo a la cara era Draco Malfoy, pero quizás no tenía en cuenta que soy unos treinta centímetros más alto que él, y que mis brazos son el doble de gruesos que los suyos, de lo que pudo darse cuenta apenas me levanté de mi sillón y quedé frente a frente con él cuando se acercó a mí una noche, mientras hacía un (larguísimo) trabajo para Severus, o el profesor Snape, mejor dicho. Aun así, el gesto de suficiencia no se esfumaba de su rostro. Al verlo pavonearse frente a los otros y caminar con pedantería, lamentaba el hecho de que fuéramos parientes, de lo que me enteré gracias a Marcus, pues Draco resultó ser hijo de mi prima Narcissa. No es que creyera imposible que Lucius y ella pudiesen quedar juntos, pero pensaba que ella tenía otros intereses. Tal vez yo le desagradaba tanto al pequeño hurón a causa de nuestro parentesco, o es que él tenía esa cara de asco las veinticuatro horas del día.

A mediados de febrero, llegó otro día de paseo a Hogsmeade. Pero no tenía intención de quedarme en el pueblo esta vez. Pensaba ir a Grimmauld Place y visitar a Kreacher. Mi escapada no tendría ninguna consecuencia si se trataba sólo de un rato. De todas maneras iría mediante la aparición, así que no tardaría más que los minutos que estaría en la casa. Sobre eso, a mitad de semana le escribí una pequeña nota al elfo:

Kreacher:

Seguramente sabes la buena noticia. Estaré este sábado por allá, aunque será sólo un momento.

Con aprecio,

Regulus.

El sábado por la mañana, formé la fila de los estudiantes que irían al pueblo. McGonagall, como siempre, escudriñó cada uno de nuestros rostros para evitar que ninguno por debajo de tercero estuviera allí, y revisaba su lista uno por uno. Cuando pasó por mi lado, hizo caso omiso a dicha lista. No me lo había preguntado hasta ese momento, pero quizás le bastaba como permiso la nota que mi madre firmó hacía más de dos décadas. Era eso, o que Dumbledore metió su mano una vez más.

Cuando llegamos a Hogsmeade, di un rápido paseo alrededor de las principales tiendas antes de irme a un pequeño callejón, justo detrás de la tienda de Ollivander. Cerré mis ojos con fuerza, y en un instante sentí cómo todo a mi alrededor daba vueltas, y una mano invisible me halaba a hasta dejarme caer de pie sobre el pavimento frente al número doce de Grimmauld Place.

La casa estaba tal cual la recordaba, agregándole, claro está, montones de telarañas y polvo por doquier. El silencio era imponente. Subí los escalones de dos en dos hasta encontrarme de frente con la puerta de mi habitación. Seguramente alguien había estado allí hacía poco, pues todo estaba revuelto, y algunas cosas estaban fuera de su lugar, hasta que recordé que mi casa sirvió de cuartel general de aquel grupo creado por Dumbledore. Decir que resultaba irónico es poco.

Cuando bajé de nuevo, vi colgado en la pared, junto a las decenas de cabezas de elfos, un enorme cuadro de unos dos metros de altura, cubierto por una lona color granate. No la recordaba en absoluto, y me preguntaba de qué se trataba cuando reparé en la placa de oro que estaba en la parte inferior del cuadro, y que la lona no lograba cubrir. "Walburga Black", rezaba la inscripción. Con una mano, me aferré a la cubierta del cuadro, pero un par de segundos la solté. Lo último que quería era hablar con mi madre, aunque fuera sólo un reflejo suyo en una pintura. Sacudí la cabeza y me alejé de allí. Si no fuera por el absoluto silencio que reinaba en la casa, habría jurado que era parte de mi imaginación aquella voz proveniente de allí que decía: «¿eres tú?», y que escuché a lo lejos cuando me dirigía al sótano.

Más allá [Regulus Black]Where stories live. Discover now