Los pequeños Tomlinson.

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—Permanezcan en su habitación, no quiero verlos aquí. ¿Me oyeron?

Louis la miro por el rabillo de su ojo, negando con la cabeza y subiendo los viejos escalones de aquella escalera que conducía a la habitación de su hermano y de él.

La temperatura dentro de aquellas cuatro paredes era gélida, fría y deprimente. No tenían camas y estaba obligados a dormir a merced del suelo, magullando sus espaldas y cargando consigo un dolor que les acompañaba en resto del día. Sin embargo, a veces, Louis no quería que su hermano sufriera esos dolores y se sacrificaba dejándole dormir entre su pecho, donde al menos, estaba lo suficientemente cálido y cómodo, mucho más que en el suelo.

Harry se aferró a la camiseta de su hermano mientras este tarareaba una vieja canción infantil que había sido la única que recordaba, su voz era preciosa, aguda y suave como el terciopelo, y a Harry le calmaba.

—¿Lou? —Harry musitó, interrumpiendo el suave cantar de su hermano mayor, quien ahora lo observaba con un ligero ceño fruncido que arrugaba su frente de una manera graciosa.

—¿Qué pasa, Harry? ¿Tienes frio? —le pregunto, buscando la mirada de su hermano y suspirando, para pronunciar las únicas palabras que no podía cumplir. —¿Tienes hambre, Harry?

Hubo silencio en la habitación, y aunque Louis no sabía la respuesta de su hermano, él sabía que si se estaba muriendo por probar bocado. No podía recordar los días que llevaba sin comer, pero la palidez poco normal de su piel y la sensación nauseabunda en su estómago le confirmaba que habían sido muchos. Alejo aquellos pensamientos de su cabeza, porque para él, eso no era demasiado importante. Podía sobrevivir, quizás buscara entre la basura de los vecinos y tuviera suerte encontrando algo que no estuviera ni tan podrido, ni tan maloliente. Pero por su hermano, trabajaría al menos dos horas en la pescadería a las afueras de la isla, donde apenas le pagaban unos cuantos centavos que le bastaban para comprar un pedazo de pan y algo decente que beber.

No obstante, el pequeño Harry negó ante sus palabras, dejándole milagrosamente una sensación de alivio que solo duraría unas cuantas horas. —No quiero llamarme Harry, Lou. Harry es malo, a Harry le pegan y lo regañan. No quiero ser más Harry.

Louis profundizo el ceño ante las palabras de su hermano, aun cuando le dolían. Louis sabía que ya era demasiado tarde para proteger a Harry de ciertas cosas, sabía que siempre recordaría lo que había vivido con su madre, los golpes y los maltratos, y eso, lamentablemente, era algo que no podía borrar ni con el paso del tiempo.

—Harry no es malo, Harry solo esta... asustado —medito Louis, intentando encontrar las palabras. —Y sabes que a mamá no le gustaría que te anduvieses cambiando el nombre, ella te lo puso por una razón que aún no puedo decirte porque no la sé. Pero, para que estés contento, cuando ella no esté en casa, serás Edward, como tu segundo nombre. ¿Te parece?

Harry asintió entusiasmado ante las palabras de su hermano. Si, así seria. En las mañanas, cuando su madre no estuviera, el seria Edward, alguien que, más allá de las condiciones, conservaba un poco de inocencia y jovialidad. Pero, en las noches, cuando su madre estuviera en casa, tendría que resignarse a ser Harry hasta que el sol saliera. Harry, alguien malo.

Y, en realidad, no le preocupaba mucho si Louis estaba a su lado para defenderlo y cuidarlo. Justo como siempre lo había hecho.

Los años habían pasado lentos, cada cumpleaños significaba un cambio para cada uno. Harry, ahora con 15 años, había cambiado. Aquel niño inocente y soñador había desaparecido completamente, había enfrentado el mundo real, uno que era mucho peor que hasta su propia madre. Cada persona que intentaba conquistar había lastimado su corazón, dejándolo como una flor marchita que se olvidó de ser regada. Y ahora Harry era soberbia pura.

Las personas eran malas, ahora lo sabía.

Y todo había empezado con ella.

Meredith Jobbs. La chica que lo había hecho sentir cosas mucho más diferentes y complejas.

Harry, en verdad, la quería. La quiso desde el primer día de escuela, donde las coletas que adornaban su cabello le recataban una inocencia finita, pura y hermosa. Donde sus ojos azules se habían vuelto protagonistas de todos sus sueños en las noches, los responsables de sus desvelos. Harry se había conformado con observarla desde lejos por unos cuantos años, hasta que, finalmente, se dignó a hablarle. Aunque el profesor y su contundente trabajo habían tenido mucho que ver en ello.

—¿T-te gustaría ir a ver una película conmigo, Mer? —le había preguntado él entre balbuceos, sonrojándose al notar una sonrisa en los rosados labios de la castaña. Era realmente hermosa.

—¿Mer? Pero que adorables eres, Harry —ella le había dicho, y, en lugar de molestarle que lo hubiese llamado por aquel hombre, se sintió bien, porque ella al menos lo había recordado.

—G-gracias, supongo —respondió él, queriendo que Louis estuviese ahí, así se sentiría menos nervioso.

Meredith había despojado el cabello que molestaba su rostro y había sonreído de lado, mientras observaba a aquel chico que nunca se había molestado en notar, descubrió en sus ojos verdes algo de... inocencia.

—¡Que eres adorable! —carcajeo, apretando sus mejillas֫—. Si iré contigo.

Aquellas palabras significaron una eterna felicidad para él, tanta, que el tiempo que había perdido valió la pena.

—¿En serio? ¿Saldrás conmigo? —le pregunto nuevamente, para asegurarse que no estaba en un sueño.

—Sí, sábado, tu y yo película y palomitas.

Y Harry espero el sábado ansioso, en serio lo hizo. Solo que el sábado jamás llego.

El viernes, la escuela celebraba un juego de bienvenida y todo el instituto asistiría, incluso Harry. Meredith estaba en las gradas frente a las de Harry y el la observo todo el juego, hasta que ella recibió un mensaje de texto y salió de las gradas con una sonrisa colegiala.

A Harry eso le llamo la atención, le gustaría saber quién la hacía sonreír así. Y la siguió.

Grave error.

Escondido entre los árboles, observo a Meredith dirigirse a un auto y tocar la ventana, ella estaba usando una falda un poco corta y una camiseta de mangas largas que la hacían lucir adorable.

Entonces, la puerta del auto se abrió y Meredith sonrió vigorosa, chillando cuando de repente, los labios del chico del auto se estamparon con los de ella.

Al principio, Harry ingenuamente creyó que aquel chico se estaba aprovechando de ella. Meredith no le haría algo así a él, ¿o sí?

Pero estaba equivocado, ella se dejó acariciar por el chico, se dejó besar en los lugares que él alguna vez quiso, y parecía feliz. Y eso a Harry le hirvió la sangre. Ahí, entre los árboles y bajo la luz de la luna que había arrebatado sus sueños, se sintió con sed de venganza.

Meredith lo había engañado, e iba a pagar.

Esa misma noche, cuando el juego había terminado, Harry la siguió a su casa, las calles solitarias le habían resultado un beneficio, tanto que los gritos de la castaña solo podían ser oídos por él.

La quería tanto que había sacrificado su amor para salvarla, para librarla del infierno. La había sanado, la había purificado.

Su hermano Louis le había enseñado como hacerlo, en la muerte de su madre. Aquella noche Harry entendió su meta en la vida, lo entendió cuando presencio el dolor de su madre mientras se aferraba a la vida. Lo sintió cuando clavo el puñal y se sintió completamente lleno, satisfecho y en paz.

—Por favor, hijo, no hagas esto —había suplicado su madre, ahogándose con la propia sangre que expulsaba de su boca. —Te quiero, Harry.

Hazlo, Harry. Es la única forma de salvarla —le había dicho su hermano, mirándolo de soslayo y asintiendo despacio con la cabeza.

Y Harry lo hizo, desde ahí, todo cambio.

Y aun cuando Louis era quien lo mantenía de pie, Harry se esforzaba.

Y a partir de ese día, los dos hermanos se habían encargado del resto del trabajo.


Coney Island [h.s]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora