Los pequeños Tomlinson.

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Desde la deteriorada ventana de su pequeña habitación, Harry veía las gotas de lluvia caer atentamente. Amaba la lluvia, siempre lograba calmarlo... de alguna forma, lograba alejar los demonios que lo atormentaban aun siendo tan pequeño. Su madre acababa de llegar, lo sabía, y no era solo por el hecho de que la puerta principal de la casa había rechinado como siempre hacia, sino también porque el olor a alcohol llegó hasta su habitación.

—¡Harry! —la voz de su madre rugió desde la sala principal, causando que el pequeño se alejase asustado de la ventana.

Susurro el nombre de su hermano, el cual había estado durmiendo en el suelo durante las últimas dos horas. Louis estaba acurrucado, intentando protegerse del frio cuando se levantó de golpe, completamente desorientado y buscando a su hermano.

Al no ver el pequeño cuerpo de Harry se asustó y corrió hacia la sala de estar, donde le vio en suelo, llorando desesperanzado mientras la mujer que se hacía llamar su madre le pegaba con rabia.

—¡Eres un bueno para nada! ¡Maldigo el día en que saliste de mi vientre, pedazo de mierda!

Louis apretó los puños, preparándose para volver a enfrentar aquella mujer.

—¡Déjalo en paz, puta!—Louis exigió, mirándola directamente y encargándose de otorgarle su más oscuro semblante.

El pequeño Harry levanto la mirada mientras sus pequeños ojos seguían derramando lagrimas incesantes, y su pequeño y frágil cuerpo temblaba sin pudor. Desde pequeño, Harry siempre había sido así, había nacido siendo un prematuro y se le dificultaba hacer muchas cosas por los constantes temblores que lo atacaban. Pero su madre no entendía eso.

La mujer frunció el ceño, observando a su hijo mayor con desprecio. —¿Quién demonios te crees para hablarme así? ¡Soy tu madre!

Y entonces, la mujer se acercó, dispuesta a propinarle una cachetada que disminuyera su altanería. Pero Louis fue más rápido e inmovilizo su muñeca, impidiendo que lo tocase en lo más mínimo.

—Tú no eres mi madre—dijo entre dientes, permitiéndose apretar su muñeca un poco más—. Eres una sucia prostituta que no merece vivir. Eso es todo lo que eres.

Las palabras salían de la boca de luz como acido, no debería ser la vida para un chico de catorce años, ni para otro de once. Eran unos niños que les había tocado vivir lo peor. Cuando Louis había nacido, su madre llevaba un tiempo en la prostitución, en realidad, Anne Cox ya era conocida en el vecindario por su actitud tan ligera.

El padre de Louis había desaparecido misteriosamente hacia unos meses, y en verdad, había sido lo mejor para todos, especialmente para los pequeños Louis y Harry, quienes jamás tuvieron la culpa de nada. Louis no era un niño, Louis era mucho más inteligente que alguien que le doblara la edad, sabia como engañar, como mentir y como pasar desapercibido. Quizá los maltratos de sus padres lograron desarrollarlo así, frio, calculador y a la vez con un gran amor por su hermano. Pero un gran odio por las mujeres.

—Yo maldigo haber salido de las podridas entrañas de alguien como tú—graznó, sintiendo como su corazón no dejaba de latir desbocado. —Arderas en el infierno, Anne Cox. Te juro que me asegurare de ello.

La atención de Louis se nivelo a su hermano pequeño, quien, entre lágrimas frías lo miraba con desdén e inseguridad. Él pequeño Harry no merecía vivir esas cosas, Louis lo sabía. Era su vida, debía protegerla... y si para eso tenía que deshacerse de Anne, lo haría. Justo como lo había hecho con su padre.

El pequeño envolvió los brazos alrededor del cuello de su hermano, mientras este lo tomaba y lo llevaba de regreso a su habitación, mientras que, a sus espaldas, la desquiciada mujer lanzaba improperios y maldecía su vida, siendo lo único que podía hacer.

Coney Island [h.s]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora