17. El renacimiento de Savannah Anderson

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17. El renacimiento de Savannah Anderson

—Cuando dos chicos se le declaran a una chica, uno espera que ella se decida por uno. No que golpee a ambos. —me regañó Grace mientras curaba el ojo de Alex, a pesar de las constantes quejas del castaño.

—Aún no nos has dicho tú respuesta, muñeca —me dijo Blake mientras hacía muecas de dolor por su mano.

—Ninguno de los dos ¿contentos? —le respondí— No solo nos van a reprobar por su culpa si no que también me pusieron en vergüenza de mi familia y todo el malsito internado.

—Los dejare un momento a solas —nos dijo Grace saliendo de la enfermería— Savannah, si vuelvo a ver una herida en el cuerpo de estos chicos, te dejare sin galletas.

Levanté ambos brazos en señal de protesta mientras ella salía, cuando la puerta se cerró ambos gemelos me miraron con la típica mirada de cachorro regañado.

—¿Por qué ninguno? —me preguntó Blake.

—¿Qué esperabas? —le respondí— Chicos yo nunca dije que me gustaban, ustedes sacaron por si mismos esa conclusión. ¿Por qué esperaban que esta noche eligiera a uno de ustedes?

Y mentía ferozmente porque, aunque no lo quisiera admitir, me gustaban los dos tarados, pero sabía que uno de ellos me atraía más que el otro. El problema era que no sabía cuál, a penas y podía diferenciar un gemelo del otro.

—Bueno, en la última fiesta me besaste Savannah —me respondió Blake con una sonrisa en los labios. Qué descarado.

—Claro, esa fiesta en la que pretendías llevarme a tú cama ¿no? —le sonreí por unos segundos y luego lo miré con un odio impresionante— Si, sabía de la estúpida y machista tradición.

—Las cosas no fueron así, Savannah —dijo el acercándose, pero cada paso que daba yo retrocedía uno. Estar cerca de él me producía muchas sensaciones a la vez y eso no me gustaba.

—Como hayan sido las cosas, fue él, no yo —dijo Alex defendiéndose.

—¿Eso crees? ¿Qué tal mi primer día en el internado? Casi nos besamos y a la hora siguiente ya estabas entre las piernas de una chica —escupí.

Alex miró hacia abajo avergonzado.

—Ninguno es mejor que el otro, ambos son unos estúpidos, igual que yo por seguirles el juego supongo —tomé el pequeño bolso que había llevado a la fiesta, seguramente mi rosquilla está arruinada e incomible.

Salí de la enfermería y me fui a mi cuarto para dormir, Peter ya estaba en su cama y me impresionaba que haya podido conciliar el sueño.

Cuando estaba por ponerme el pijama recordé quien era yo, por qué me habían mandado aquí. La antigua yo se habría avergonzado de verme en dramas con los dos gemelos.

Avancé hasta mi mochila y saqué lo necesario. Me saqué los tacones y me puse unas zapatillas deportivas, me deshice el peinado y até mi pelo en una coleta.

—Peter —susurré en su oído— ¡Peter! —grité desde el mismo lugar.

—¡No toques a ketchup! —gritó sobresaltado, miro hacia a todos lados y me vio— ¿Qué haces despierta a esta hora?

—Demostrándole a este lugar quien soy. Necesitaré algo de ayuda —le lancé mi mochila, él la abrió y sonrió.

—¿Quién te crees? ¿Margo Roth Spigleman? —se levantó de la cama y se calzó las zapatillas— Aunque me gusta más tu estilo.

—Gracias, andando, ya sé cuál es la primera parada. —lo tomé de la mano, pero se soltó, fue hasta el baño y volvió con espuma de afeitar y una gillete— Buen toque, corre.

Twins© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora