Capítulo 22

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Era miércoles por la tarde y como era costumbre en Karen se hallaba en el parque de béisbol para cumplir con su deber de entrenadora no oficial de los niños, quienes comenzaban a llegar poco a poco, en tanto ella preparaba el equipo que usarían. Se encontraba un poco nerviosa dado el incidente del pasado lunes. Se había mentalizado lo mejor que pudo el desde día anterior y esa misma mañana para enfrentarse a Sean en el momento que llegara y actuar como siempre lo hacía en su presencia, intentando olvidar el vacío, soledad y decepción que su corazón aún albergaban, cuyas heridas no terminaba por sanar. Pero claro, eso era obvio si apenas había pasado poco tiempo, sin embargo, ella se creía capaz de soportarlo; siempre había sido una chica fuerte y de voluntad.

Inhaló y exhaló reiteradas veces en un intento por calmar sus ansias; en eso, el momento decisivo llegó cuando el joven deportista hizo acto de presencia, saldándola tranquilamente.

—Hola, Karen.

Karen hizo su mayor esfuerzo por sonreír de una manera genuina y que no pareciera por demás forzada.

—Hola, Sean. ¿Listo para el juego?

El castaño asintió y sin prestarle exagerada atención a ella, se dirigió a hablar con los niños. Karen soltó el aliento que inconscientemente había estado reteniendo, ligeramente aliviada. Bien, él actuaba como siempre, eso la ayudaría a hacer lo mismo, por ello, también se encaminó a la multitud de infantes para comenzar con el entrenamiento. Al principio todo iba relativamente bien, pero la chica decidió que en realidad las cosas eran más difíciles de lo que pensaba, pues ya no sentía el ambiente entre ellos como antes; ahora todo era diferente. La emoción de Sean al jugar, al estar con los muchachos, su entusiasmo, su buena voluntad, su tímida sonrisa; todo eso ya no era igual. Ahora, cada una de sus acciones y gestos la sumían en un mar de desilusión y tristeza, pues comprendió que nada de eso podría ser suyo jamás; no se los dedicaría sólo a ella, cosa que lo lastimaba hasta lo más profundo de su ser.

Sin quererlo, un nudo en la garganta se le formó y su pecho volvió a comprimirse ante el dolor. No estaba lista para esto; no estaba preparada para afrontarlo una vez más tan rápido. Necesitaba tomarse más tiempo, seguramente saldría adelante y lo conseguiría en algún momento, pero por ahora, simplemente no podía verlo sin que su gusto por él hiciera de las suyas, llevándola a pensar y anhelar cosas que no pasarían jamás. Se acercó a él con paso dubitativo.

—Sean —lo llamó con voz ahogada—. ¿Podrías quedarte con los niños esta tarde, por favor? No estoy sintiéndome bien.

—Claro, no hay problema —accedió él de inmediato, viendo que en efecto, el rostro de Karen era opacado por un malestar bastante extraño, por lo que seguramente preferiría ir a casa a descansar—. ¿Estarás bien?

—Sí, no te preocupes. Es sólo una pequeña jaqueca, pero con un poco de descanso estaré como nueva —dijo ella fingiendo otra sonrisa—. Nos vemos.

—Cuídate.

Karen se despidió también de los niños, quienes se pusieron tristes por su rápida partida, mas ella les aseguró que la próxima semana no les fallaría, y con eso, se alejó de aquel parque que en ese instante resultó mudo testigo de la desdicha interna que conseguía sofocarla y hacerla vulnerable de una forma que no habría imaginado nunca. Ciertamente, tenía un largo camino que recorrer para liberarse de las garras del amor mal correspondido, pero nuevamente, estaba convencida de que saldría airosa de aquel predicamento.


             Un nuevo día llegó para todo el mundo en aquella parte del globo terráqueo y transcurrió hasta que las clases concluyeron, así que en el momento en que el timbre de salida resonó por todas las instalaciones, los estudiantes, como si fueran reos inocentes que acababan de cumplir una dura e injusta sentencia en prisión, se apresuraron a su amada libertad saliendo de las aulas como si su vida dependiese de ello, dejándolas vacías en tiempo récord. Por ello, Derek apenas tuvo tiempo de enterarse o procesar el hecho de que sus compañeros de equipo, al que le tocaba ese día el aseo del salón, sencillamente ya se habían pirado, abandonándolo en el campo de batalla. Lanzó un suspiro de cansancio prematuro; no podía irse así como así si tenía el deber de limpiar, además, no quería enfrentarse al posible castigo que seguramente le impondrían si decidía retirarse también.

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