Capítulo 11

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Derek y Sean se encontraban frente a la gran puerta de la majestuosa mansión, preparándose mentalmente para tocarla. Sean había sido el de la idea, así que llamó a Derek para hacérselo saber y llevárselo consigo como buen amigo; esa era la razón por la que estaban allí, para calmar sus ansias de conocimiento.


—Insisto en que no es buena idea —volvió a decir Derek, dudoso y sin atreverse a pulsar el timbre.


—¿Por qué no? —preguntó Sean—. También te mueres de curiosidad por saber cómo es la casa de Víctor. No es justo que él sepa dónde y cómo vivimos cada uno de nosotros y que nosotros no sepamos dónde y cómo vive él.


—¿Y si abre alguien de la servidumbre? —preguntó el pelinegro sin despojarse de la inseguridad.


—¿Hay servidumbre? —Sean lo pensó un poco—. No importa, preguntamos por Víctor.


Sean iba a tocar cuando Derek lo detuvo otra vez.


—Espera, espera, ¿y si ni siquiera vive aquí?


—¿Eh? Vamos, Derek, no pasa nada. Total, pedimos disculpas y nos vamos.


Vio que el castaño dirigía su dedo al botón e iba a detenerlo de nuevo, preguntando ahora por si el rubio se molestaba ante la inesperada visita, ya que no fueron invitados; pero no logró hacerlo. Sean tocó y desde su lugar, consiguieron escuchar el fuerte ding-dong. Aguardaron escasos segundos, pensando que la servidumbre era muy eficiente por atenderlos tan rápido al ver que la puerta se abría; mas se sorprendieron al descubrir al mismísimo Víctor.


—¿Chicos? —Su reacción fue por demás opuesta a la que imaginaron. Después de hacer a un lado el asombro, los ojos del adinerado brillaron con intensidad, inmensamente feliz—. ¡Chicos! ¡Oh, chicos! ¡Qué maravillosa sorpresa! Vamos, entren, entren. Llegaron en el momento preciso; la cena está por ser servida.


Sean y Derek apenas tuvieron oportunidad de mirarse mutuamente, ya que casi al instante se vieron, literalmente hablando, arrastrados al interior de la mansión y postrados frente a los Sanz. Sara se asombró de ver a Derek, ya que lo conocía.


—¿Derek? —preguntó como queriendo confirmar el nombre que conectaba con su rostro.


—¡Ah! —exclamó Víctor haciéndose el sorprendido, aunque con una ligero son de picardía—. ¿Ya se conocen?


—Sí, ya tenemos el placer —respondió Sara porque Derek no respondió nada, cayendo en cuenta lo que podría sobrevenirles.



Nerviosismo, tensión e incomodidad, sobre todo ésta, era lo que reinaba sobre el ambiente aquella bella noche estrellada. Derek, Sean, Víctor y Sara se mantenía sentados frente a la mesa que lucía las hermosas rosas y era iluminada por la vela; todos en completo y devastador silencio. Para rematar, el violinista tocaba una melodía romántica, obviamente en total desacorde con la situación. En cuando Víctor les medio informó lo que pasaba al presentarlos como sus grandes camaradas frente a Frank y Sara, Sean y Derek supieron de inmediato que nada tenían que estar haciendo allí, y más claro les quedó al ver la mesa, pues evidentemente se trataba de una íntima cena para un par de tórtolos. Sin embargo, no pudieron escabullirse de las manos de Montenegro y los Sanz no tuvieron poder de objeción en las decisiones tomadas; después de todo, Víctor era el dueño de la casa; pero las cosas estaban para morirse.

Compañía Anhelada |PAUSADA|Where stories live. Discover now