Capítulo 13

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Sábado, 21 de noviembre de 1998

03: 24 hs.

Severus le dio un escandaloso puntapié a la puerta.

―¡Maldita porquería!

―Eso no solucionará nada ―dijo Harry. El Jefe de las Serpientes estaba rojo, despeinado y respiraba de forma agitada; se preguntó si éste sufriría de claustrofobia―. Tendremos que quedarnos aquí hasta que alguien nos busque, o en su defecto, nos encuentren por casualidad...

Snape se giró medio cuerpo dedicándole una mirada de odio, tan profunda que si hubiera sido un cuchillo, lo habría partido a la mitad. Apoyó la espalda contra la puerta y se deslizó lentamente al suelo, encogiendo las piernas contra el pecho con cierto sin sabor en la boca, en definitiva, no le quedaba otra opción que hacerle caso al descerebrado y esperar; tratar de escarbar en su mente algún hechizo o conjuro olvidado.

Se agarró la cabeza con ambas manos y cerró los ojos. Ahí adentro tenía un par de ácidos que podría mezclar para desarmar la cerradura o la madera de la puerta, pero... sino funcionaba... los vapores y la escasa ventilación del lugar les obstruirían las vías respiratorias antes que él pudiera agitar su varita. Y la verdad era que, morir envenenado dentro de un armario con Potter, no era la forma en la que había planeado terminar su vida; sus pensamientos fueron interrumpidos por un escandaloso sonido.

El maestro levantó la cabeza al mismo tiempo que Harry bajaba la suya.

―Perdón... fue mi estómago... ―masculló, mientras se abrazaba la tripa―. No me siento muy bien... y lo poco que comí lo vomité en el baño.

―Y cree que me importa ―exclamó el pocionista―. Sólo mantenga todo tipo de evacuaciones dentro de su cuerpo. Usted puede estar acostumbrado a vivir en su propia inmundicia, pero yo no.

El Gryffindor pensó en contradecirle, pero no encontró ni las fuerzas ni las ganas.

Hubo otro largo y profundo silencio.

El muchacho de lentes estaba a punto de acomodarse de lado para dormir un rato, cuando la obviedad de una idea le golpeó: «Claro, ¡un Patronus!».

―¿Qué tanto farfulla? ―bravuconeó Snape, poniéndose de pie y comenzando a revisar los estantes. ¡Tenía que despejar la cabeza! Si estaría encerrado ahí, toda la noche con Potter, podía hacer algo útil y ponerse a ordenar aquel desastre.

―Un Patronus... ¿Por qué no intenta enviar un Patronus? ―El adolescente tragó el nudo en su garganta―. El que lo vea nos sacará de aquí; es lo que yo hubiese hecho si tuvie... ―Snape se giró, contemplándolo con una mueca más indignada que sorprendida. ¡¿Por qué diablos no se le había ocurrido a él?!―. No me miré de esa manera, sólo es... una sugerencia...

El menor apoyó la cabeza junto a un frasco que contenía algo oscuro y viscoso. Y el Omega masculló algo muy similar a: «Rompe eso, y veras lo que te pasa engendro» entre dientes, antes de cerrar los ojos y sacar su varita, intentando traer algún recuerdo agradable a su mente, mas, una serie de caóticas y desagradables imágenes acudieron a su encuentro.

Estuvo así durante un largo rato, hasta que una tenue luz azulina salió de la punta de su varita y una cierva de plata flotó alrededor de la habitación y... se estrelló contra la puerta, desvaneciéndose en el aire, cómo borrada por un soplido.

El Niño de Oro abrió un ojo desde su posición en el suelo y vio la cara del murciélago grasiento más roja que una granada, entonces él se acomodó boca arriba, colocando las manos sobre su esternón.

―¿Y ahora qué pasó? ―preguntó con un suspiro.

―¡Dumbledore! ―bramó el pocionista―. ¡Éso pasó! No sé cómo, pero sí sé porqué, ¡y ésto tiene su maldita firma! Está bloqueada con un Hechizo de Impasibilidad, y otros encantamientos que no conozco, pero... ¡la puerta no abrirá sin una maldita contraseña!

Odio y Posesión (Snarry/Omegaverse) EDITADO. Where stories live. Discover now