Capítulo 5

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Harry se agachó, pegando la oreja a la cerradura para escuchar el ahogado murmullo al otro lado de la puerta. Tragó con dificultad. No quería dar explicaciones. No se sentía con fuerzas para hacerlo, pero no le quedaba otra salida... No tenía escapatoria...

El baño no tenía ni un jodido tragaluz. La chimenea no estaba conectada a la Red Flu, y la ventana estaba encantada con un hechizo de bloqueo, ¡ya lo había comprobado tres malditas veces!

Dios... El pocionista le encajaría su cuchillo de plata, y con la destreza de un marinero japonés le sacaría las tripas con un único movimiento.

Con un suspiro apesadumbrado, apretó más la oreja contra la cerradura.

—Tú no te pusiste en cuatro patas y dejaste que un virgen de diecisiete años te... te ultrajara... —El Gryffindor boqueó, sonrojado hasta las orejas—. ¡No me vengas a decir que comprendes cómo me siento, Albus! ¡Ni te llegas a imaginar! ¡Nadie jamás lo hará! ¡Nadie! —Apretó las palmas temblorosas contra la madera—. Lo sucio... lo repugnante... que esto me hace sentir...

¡Mierda, mierda, mierda!

¡¿Cómo rayos demostraba que todo había sido un accidente?!¡¿Qué pruebas tenía para respaldarse?! ¡Ninguna! Jamás había tenido la intención de infiltrarse en los aposentos de Snape y menos que ocurriera todo... aquello...

¡Con sólo recordarlo se ponía enfermo!

Aparte, el único capaz de confirmar su coartada era precisamente el culpable que él terminará cometiendo semejante estupidez. ¡Jamás se inclinaría a su favor! Mucho menos si consideraba que aborrecía al murciélago grasiento tanto, o aún más que él mismo.

Ahora sí estaba jodido. Él siempre creyó que el Jefe Serpiente era un Beta. Un oscuro, cretino y amargado Beta, pero Beta al fin y al cabo. Es más, ni en un millón de años se le hubiese pasado por la cabeza que el murciélago grasiento que vivía agazapado a la humedad de las mazmorras, ¡fuera un Omega! Es decir, a simple vista, ¿a quién rayos se le ocurriría tamaña estupidez?

Se suponía que ellos, los Omegas, eran seres delicados y hermosos. Bueno, obviamente no todos eran hermoso. Aunque con los únicos Omegas que Harry había tratado eran Dumbledore, la señora Weasley y Remus, y ninguno de ellos entraba en sus estándares de belleza.

Claro que también estaba Luna «la lunática» Lovegood, delicada y discreta, con un aire soñador. La epitome de la mujer Omega perfecta, sino fuera por su excéntrica forma de vestir y su tendencia a llevar aquel horrible collar hecho con corchos de cerveza de mantequilla o de leer todas las revistas al revés, quizás... Bueno, tal vez, sería un poco más atractiva para los demás chicos, y ninguno sentiría «tanta vergüenza» de ser vistos con ella, pero...

De pronto, la puerta se abrió de par en par y Harry trastabilló hacia adelante, cayendo de cara al suelo. El golpe le dejó tan aturdido que su cerebro no llegó a captar lo último que el par de hombres cuchichearon.

Luego de una pausa incómoda, Dumbledore se aclaró la garganta, diciendo: —Oh, muchacho. Adelante. Adelante.

Aún aturdido por el golpe, el adolescente levantó la desgreñada melena con los ojos desorbitados y la boca entreabierta. La puerta se cerró con la misma rapidez que se había abierto y él pegó un salto, tambaleándose hacia atrás para que no le machucara el pie.

—Ven. Siéntate por favor —le indicó el director con una media sonrisa y una calma calculadora, extendiendo su mano hacía una deslucida silla que había sido arrimada junto a la pequeña mesa rústica que ofrecía un sencillo servicio de té.

Potter parpadeó, sacudiendo la cabeza de un mago a otro con la lengua entre los dientes. Cuando sus neuronas finalmente hicieron sinapsis, él avanzó con la cautela de un cazador, y como si la silla le quemara las nalgas, se sentó.

Odio y Posesión (Snarry/Omegaverse) EDITADO. Onde as histórias ganham vida. Descobre agora