I
El sonido del mar se escuchaba a lo lejos. Mucho más lejos de lo que Freen acostumbraba; pero no le molestaba. Disfrutaba de aquel ir y venir de olas chocando con las rocas porque le recordaba que su casa siempre sería allí donde las mareas fueran a encontrarse con la tierra. Aunque más que aquello, Freen sabía cuál era realmente su casa.
Alargó su brazo para trazar una suave línea sobre las cicatrices en la espalda de Becky, que dormía profundamente con la piel desnuda, perfilada contra la suave luz del verano que se colaba por los inmensos ventanales de la casa que la chica tenía cerca de unos acantilados.
Había pasado casi un año desde que se marcharon del faro, y aunque sus planes no eran abandonar Punta del Mar de manera inmediata, Becky tuvo que regresar a aquella ciudad para formalizar su salida del trabajo.
Ella no iba a volver a su puesto como productora de cine. No entregaría su alma, su tiempo y su salud a un trabajo de dieciocho horas al día. No ahora que había sido testigo de la fugacidad del amor y de la fragilidad de la vida.
Ahora, lo que Becky quería era abrir esa pequeña cafetería cerca de la clínica de su prima Nam, para disfrutar de las historias del pueblo, las risas de la gente, el olor del mar entrando cada mañana con los pescadores que volvían de trabajar y el perfil de Freen manejando la cafetera cada mañana. Pero para eso, debía ultimar el papeleo del cese de su contrato, y de la venta de su casa.
El roce de los dedos de Freen en su espalda la hizo sonreír aún con los ojos cerrados. Un año; un año había pasado desde que coincidiera con esa misteriosa chica en la cola del baño de un bar cualquiera en un pueblo en el que jamás había reparado. Un año desde que su vida cobró el sentido que se había pasado treinta años buscando. Un año desde que casi murió rescatando el amor más inmenso de las profundidades del mar.
Ese amor se mantenía vivo dentro de ella como un fuego imposible de apagar. Seguía tan enamorada de Freen como aquel día que despertó en sus brazos en la orilla de la playa del faro y entendió que había conseguido salvarla; que tenía en su poder los recuerdos de Rose, el amor que sentía por ella y el que pudo haber sentido si hubiera vivido cien años.
A veces la invadía el miedo a que Freen no la quisiera de la misma manera, porque al fin y al cabo, Becky había aparecido en su vida hacía relativamente poco. Pero entonces Freen la miraba a los ojos y le decía que en ellos podía reconocer su propio amor. Y que no había manera humana de que ella la quisiera menos de lo que Becky la quería.
Cuando Freen sintió el leve movimiento del cuerpo de Becky, sonrió para sí misma y se acercó hasta su espalda arrastrándose sobre las sábanas. Pegó su cuerpo al de la chica, y le retiró el pelo alborotado de la nuca para poder ver su tatuaje. El ancla seguía allí, intacta, aunque ya no tenía ese relieve tan extraño. Ahora lucía normal, como si realmente llevara tatuado más de diez años. Pero para Freen aquel nunca sería un tatuaje normal. Para Freen, siempre sería la clave para que todo aquel rompecabezas encajara a la perfección desde aquel día en que gracias a él, Becky sobrevivió en el mar el tiempo suficiente para salvarla.
Freen respiraba despacio abrazada a Becky. Descansando su cara contra el pecho de la chica que seguía sentada sobre sus piernas, rodeándola fuerte con los brazos. No sabía cuánto tiempo llevaban así, pero la tormenta había desaparecido, y los rayos del sol empezaban a asomar tímidos entre las nubes del inicio del otoño.
— Freen... — susurró Becky sobre su pelo — Deberíamos hacer algo. Nam debe estar al borde de un infarto, la abandoné en el muelle para venir a por ti.
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Aivar • FreenBecky •
FantasyCuando la tormenta atraviese tu pecho, yo seré el ancla que impedirá que tu corazón vague a la deriva. ___________________________________________ AIVAR Es una historia original con todos los derechos reservados.
