TRECE

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Becky bajó el volumen de la música mientras miraba a su prima, que conducía en silencio. Eran un par de horas de camino hasta Punta del Mar, y aunque ya casi alcanzaban el pueblo, apenas habían hablado.

—Nam — dijo Becky sacando a la chica de su estado ausente. —¿Tú estás bien?
—¿Qué clase de pregunta es esa, Rebecca? —rio.
—Es que tengo la sensación de que siempre estamos hablando de mí, y no sé prácticamente nada de tu vida de estos últimos años.
—¿Hay algo que quieras saber en concreto? —levantó ambas cejas.
—Pues… no sé ¿Qué tal tu vida amorosa? —preguntó Becky de forma distraída.
—Creo que si tuviera algo como ‘vida amorosa’, ya te habrías enterado —rio —Nada que declarar, Señoría.
—¿Desde cuándo? —insistió Becky.
—¿No estarás intentando preguntarme cuándo fue la última vez que me acosté con alguien, verdad?
—Tal vez —se encogió de hombros.
—Si te sirve de algo, estoy segura que hace más tiempo que tú.
—No creo que eso sea posible. Te recuerdo que hace seis meses que soy un lastre y que antes de eso llevaba tres meses intentando superar lo de Friend —resopló Becky.
—Ah, casi me olvido de la existencia de Friend.
—Nam, estuvimos juntas casi dos años y cenaste con ella el día del cumpleaños de mi madre ¿cómo puedes olvidarla? — Becky frunció el ceño ofendida.
—Hija, no sé— se excusó— Era un huevo sin sal.
—¡Nam!
—¡Tú me has preguntado! — chilló —De todas formas, ¿dónde quieres ir a parar con todo esto?
—Nada, sólo tenía curiosidad.
—¿Es que planeas acostarte con alguien esta semana? —preguntó guiñándole un ojo.
—Claro,  seguramente encuentre a una fetichista de las muletas — Dijo Becky poniéndo los ojos en blanco.

Nam volvió a reír sin apartar la mirada de la carretera. El sol ya se escondía arrojando sus últimos destellos sobre las aguas que se mantenían tranquilas aquella noche, y el olor a mar, a verano y a planes nuevos se colaba por las ventanillas bajadas del coche.

Becky sonreía distraída observando  los primeros barcos de pesca nocturna que salpicaban el horizonte, y las luces de las ventanas del pueblo se encendían como velas diminutas en la lejanía. Era curioso; cuanto más se alejaba de  casa, más paz sentía en su pecho.

Llegaron por fin a su destino. Una casa cerca de la playa que Nam se había encargado de alquilar para aquellos días. Era pequeña, de color blanco. El tejado, las ventanas y las puertas estaban pintadas de azul, y el sonido del mar se colaba en todas las habitaciones.

— Que sepas que escogí esta casa porque desde aquí se ve tu dichoso faro — dijo Nam cargando con las maletas al interior.

Becky entonces se fijó en el lugar donde Nam había señalado con la cabeza y lo vio. Aún bañado por los últimos resquicios de luz, erguido en la lejanía. Su corazón se aceleró, y sintió la piel de sus brazos erizarse de pronto. No entendía qué le pasaba con aquel faro. Siempre había amado esas construcciones. Siempre se había sentido atraída hacia ellas. Pero lo que sentía por aquel lugar era simplemente inexplicable.

Estaba obsesionada con ese faro desde el día que encontró la foto en una de las cajas de su abuelo. Era como si una fuerza invisible la estuviera arrastrando hasta aquel lugar y Becky no entendía el por qué. A ella no se le había perdido absolutamente nada en aquel pueblo, de hecho, jamás lo había visitado.

Era pequeño, más incluso que el lugar donde Nam y ella crecieron. Punta del Mar era una decena de calles que confluían en una plaza central, un paseo marítimo de menos de tres kilómetros, un pequeño puerto pesquero, y el faro. Aquel faro. Becky supo que era importante para el lugar, porque en el camino pudo ver varios carteles que les daban bienvenida en los que, como si fuera el símbolo del pueblo, aparecía envuelto en olas altas y bravas junto con lo que parecía algún tipo de deidad marina.

—Es sólo un faro, ¿eh Bec? — dijo Nam volviendo al porche de la casa, donde Becky aún permanecía de pie mirando al mar.
— Lo sé, lo sé. Es que me gustan los faros, en general — dijo — Este es muy bonito.
— Sí, lo es. Y muy interesante además.
— ¿A qué te refieres? — preguntó Becky apartando por primera vez la vista del horizonte.
— Mejor vamos a tomar algo y te lo cuento. Aunque igual encuentras a una lugareña que pueda contarte la historia de una forma más personal y detallada.
— ¿Cómo consigues que absolutamente todo lo que dices suene tan pervertido? — preguntó Becky.
— ¿Cómo consigues filtrar la información para que todo te parezca pervertido?
— Eres imposible — concluyó rodando los ojos.

Freen pisó la madera del muelle y su corazón se disparó. No recordaba la última vez que había estado fuera de la isla, y la emoción le recorría todo el cuerpo.

Heng tenía razón; si quería pasar desapercibida y dar una vuelta por el pueblo, las fiestas del Centenario eran sin duda la mejor oportunidad. Punta del Mar era un lugar bastante pequeño en el que todos se conocían, y no podía arriesgarse a que su presencia llamara demasiado la atención entre los vecinos. Sin embargo, durante aquel mes y sobre todo, esos últimos días de julio, el pueblo se llenaba de turistas que buscaban disfrutar del encanto de sus calles y de la magia de la leyenda.

—¿Emocionada? — preguntó Heng amarrando su barca a uno de los postes. — Puedes estarlo ¿Eh? No le contaré nunca a nadie que has estado mínimamente nerviosa por algo. — bromeó.
— No seas idiota, Heng — hinchó su mejilla derecha — Estoy bien.
—¿Qué quieres hacer? Es tu noche, tú mandas.
—¿Vas a ser mi guía turístico? — levantó una ceja.
— Estoy seguro de que te orientas en este pueblo mejor que yo — resopló — Pero tal vez te apetezca ir a un par de bares que seguro que no conoces.
— Eso tenlo por seguro — contestó Freen.
—¿El qué?
— Las dos cosas.

Becky se había bebido aquel botellín prácticamente de un trago, y sus oídos comenzaron a zumbar de manera suave mientras sonreía. Llevaba un siglo sin beber. Probablemente la ultima fue aquella cerveza que se tomó en su caravana unas horas antes del accidente, así que ese mareo repentino no la pilló totalmente por sorpresa.

—Al menos tu borrachera nos va a salir barata — dijo Nam dándole un trago a su cerveza. —Con lo que tú has sido, prima…
—La cierra-bares que me llamaban — dijo Becky levantando su botellín — Y mírame ahora.
— Mejor así. Es la única que vas a tomarte hoy. Recuerda que aún estás tomando pastillas para el dolor de espalda.
— Pues si te soy sincera creo que la cerveza funciona mucho mejor ¿eh? ¿Podemos cambiar la pauta de medicación? — preguntó Becky arrugando la nariz.
— No, no podemos — contestó mientras ladeaba la cabeza.
— Qué lástima — chasqueó la lengua. — Maldita sea, necesito ir al baño. Hasta para eso he perdido el aguante. ¿Sabes acaso cuántas cervezas tenía que beber yo para necesitar hacer pis? — preguntó haciendo un puchero.
— Muchas Bec, lo sé.
— Soy Patricia — dijo levantando el dedo índice de manera brusca.
— Ah sí, eso. Patricia — rodó los ojos — Anda, ve al baño, voy a ver qué podemos pedir de comer.

Nam agarró un menú mientras Becky se levantaba, cogía su muleta y se encaminaba al baño. Había bastante gente en el bar, por lo que avanzar le supuso toda una afrenta. Cuando llegó al baño había algunas personas esperando en una fila, y Becky se puso tras la última apoyando su hombro contra la pared para descansar.

Hacía bastante calor y el esfuerzo que le había supuesto llegar hasta allí, sumado a las temperaturas aún altas durante las noches de verano -para nada era culpa del alcohol- le provocaron ganas de recogerse el pelo, así que aprovechó ese momento de espera para levantarlo de su nuca y que el aire pudiera refrescar aquella zona humedecida por su sudor.

— Bonito tatuaje — dijo de pronto una voz en su espalda.
— ¿Eh? — Becky se giró y sus ojos fueron directos a unos enormes ojos marrones.
— El ancla que llevas en la nuca —  respondió la chica — Es precioso.
— Ah, eh…Gracias — dijo Becky encogiéndose de hombros de manera adorable.
— De nada — dijo sonriendo  mientras apoyaba su espalda contra la pared y cruzaba los brazos sobre su pecho, donde su corazón latía desenfrenado.

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Aivar  • FreenBecky •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora