Becky se despertó desorientada; había anochecido en algún momento en el que ella había estado durmiendo. Estaba agotada, y no sabía ni cómo ni por cuánto tiempo había estado desconectada de la realidad. La sensación que se le había quedado después de aquel sueño aún la acompañaba en la boca del estómago y sentía como el frío se había colado bajo su chaqueta pegándose a su espalda.
Estaba asustada.
Las pesadillas eran una constante en su vida. Desde que era pequeña, los sueños en los que el mar la arrastraba hasta lo más profundo la aterrorizaban haciéndola gritar en mitad de la noche, y su madre siempre acudía en su auxilio cuando Becky despertaba cubierta de sudor enredada en las sábanas tras otra agónica noche de pesadillas interminables. En el fondo la mujer se sentía culpable, porque sabía que todo el miedo que su hija le tenía al mar, era culpa suya.
En aquel pequeño pueblo costero en el que nació, la mayoría de las familias vivían del mar. Y el padre de Becky era uno de los muchos pescadores que faenaban en aquellas aguas, siendo largas las temporadas que pasaba fuera de casa; a veces incluso eran meses en los que no pisaba tierra. Y en una última ocasión, su padre se subió al barco, y jamás regresó.
El mar se llevó a su padre.
El mar se llevó al amor de su madre
El mar se llevó su paz.
Y sin embargo, aquel terror no era suficiente para hacerla huir. Dicen que lo que separa dos extremos es la distancia mínima entre ambos, y para Becky, la línea que separaba el miedo de la fascinación por el mar, era prácticamente invisible. Había algo en él que la atraía, la hipnotizaba y la atrapaba. De hecho, acabó comprándose aquella casa en lo alto de un acantilado porque deseaba ser testigo de la inmensidad del océano. Como si su labor fuera vigilar lo que albergaba en su interior. Como si de alguna manera mirar al mar fuera una forma de enfrentar sus miedos.
Como si aquello la mantuviera anclada al recuerdo de su padre.
Como si el rugido de las olas fuera el sonido de su voz.
Pulsó el botón de desbloqueo de su teléfono —Sólo llamadas de emergencia. Estupendo— Llevó la mano derecha hasta su cinturón en busca del walkie-talkie para comunicarse con el personal de seguridad del recinto, pero no estaba allí.
—Dónde narices... —murmuró intentando recordar dónde podría haber dejado el dichoso aparato —Juraría que lo llevaba encima en la sala de reuniones.
Según su experiencia cinematográfica, aquella era la escena en la que el asesino del machete se encontraba rondando su caravana tras haber cortado todas sus vías de comunicación, esperando el momento propicio para acabar con su vida.
—Eso solucionaría casi todos mis problemas a decir verdad— Se rio ante aquel pensamiento. De verdad estaba afectada por el temporal.
Se levantó y rehízo sus pasos hacia el set de rodaje con la esperanza de recuperar el walkie. La radio debería funcionar, o sería el asesino del machete más eficaz de la historia de las películas de terror.
La noche había caído como un manto oscuro sobre aquel lugar, y todavía se dejaban notar algunas rachas de viento residuales del huracán que había azotado medio país en la última semana. Irin tenía razón; tenían suerte de que sólo fueran tres semanas de retraso dada la virulencia de la tormenta. Becky aún no se explicaba cómo el decorado había resistido al temporal, pero daba gracias por no haber tenido que lamentar daños irreparables.
Entró en una de las salas llenas de robots y encendió la linterna de su teléfono para poder buscar el aparato. Aún no se había restablecido la corriente en el set y aquella misión iba a ser algo más complicada de lo que la chica había pensado en un primer momento. Se pasó varios minutos removiendo restos de basura de atrezzo y cabezas de robots despiezadas cuando lo encontró sobre un taburete. El walkie negro, con una pegatina en la que se leía 'Armstrong' escrito en rotulador rojo, parecía mirarla desafiante desde aquel asiento como queriendo decirle: Ey, llevo horas esperándote.
—Dichoso trasto. No sé en qué momento lo dejé ahí —murmuró mientras lo recogía. Giró la rueda de los canales para establecer el correspondiente a la seguridad del recinto y pulsó el botón para hablar.
Nada sucedió
—No puede ser verdad.
La batería estaba muerta. El piloto rojo que se debería encender al pulsar el botón para hablar había desaparecido en combate, y no aparecía ninguna frecuencia en la pantalla. Becky resopló —¿no había absolutamente nada que funcionara en aquel maldito lugar?— No le quedaba más remedio que, o bien salir caminando los quince minutos que la separaban de la garita del guardia bajo la lluvia y el viento que se preveían, o quedarse en su caravana hasta que el equipo llegase al día siguiente para iniciar la reconstrucción de los desperfectos. Se paró en mitad del set con las manos sobre la cintura decidiendo qué hacer, cuando el ruido de una interferencia la sobresaltó.
—¿Hola?
Una voz metálica salía del walkie que Becky sostenía en su mano. Lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Hay alguien ahí?
Becky no sabía qué hacer ¿No se suponía que el aparato estaba sin batería?
—¿Hola? — contestó titubeante —¿Quién eres?
—¿Quién eres tú?
—Yo he preguntado primero —respondió Becky con el ceño fruncido.
¿Pero qué demonios era todo eso? La luz seguía apagada.
—Bueno, a ver. Para ser totalmente sincera, daría un poco igual que te dijera mi nombre —contestó la voz metálica.
—Bueno, yo creo que es una forma educada de iniciar una conversación ¿Desde dónde hablas? Esto es una red cerrada, ¿estás dentro del set? —Un escalofrío le recorrió de pronto todo el cuerpo ante esa posibilidad.
—No, no creo que esté remotamente cerca de donde tú estás.
—Si esto es una broma no me está haciendo gracia —dijo Becky apretándose el puente de la nariz con su mano libre —No estoy para tonterías en este momento.
—Sólo quería escuchar una voz.
—¿Una voz? ¿A qué te refieres?
—Vaya, esto realmente funciona.
—¿Qué es lo que funciona?
—Debe haber sido por la tormenta.
—¿Me vas a decir quién eres? —Becky estaba empezando a perder la paciencia —Este walkie está apagado y no debería poder hablar con nadie así que por lo menos dime cómo llamar a esta alucinación.
— Bueno — la voz pareció dudar durante unos segundos — Yo me llamo Freen, ¿y tú?
Pero Becky aún no había podido contestar cuando una fuerte racha de viento golpeó el set haciendo que todo se tambaleara. No le dio tiempo a reaccionar al estruendo y de pronto el único punto de luz, que provenía de su teléfono, se vio opacado por los cascotes que se desprendieron del techo desplomándose sobre ella.
Sepultándola en la oscuridad.
-
YOU ARE READING
Aivar • FreenBecky •
FantasyCuando la tormenta atraviese tu pecho, yo seré el ancla que impedirá que tu corazón vague a la deriva. ___________________________________________ AIVAR Es una historia original con todos los derechos reservados.
