Becky siguió flotando durante al menos media hora más, después Nam se despidió de ella desde la ventana, y escuchó el coche abandonando la casa dejándola de nuevo en el más absoluto silencio.
Tenía varios pensamientos peleando en su cabeza. Y casi todos acaban en dos callejones sin salida. Las cajas de la sala de rehabilitación de Nam, y Freen. Dado que la segunda no parecía estar disponible últimamente, pensó que tal vez no sería mala idea entretenerse un rato mirando aquellas viejas fotos.
Salió de la piscina por los escalones de obra con algo de dificultad y se esperó durante varios minutos sentada en el bordillo, con el fin de secarse. El mes de julio estaba llegando a su fin, y las temperaturas se elevaban cada día un poco más. Las gotas brillantes caían por los hombros de Becky escondiéndose en el pliegue de su codo, haciéndole cosquillas por la espalda y acumulándose en su ombligo. Le gustaba dejarse secar al aire y ver cómo el viento y su piel hacían desaparecer ese millar de gotas en cuestión de minutos. Suspiró sacudiendo su pelo y se levantó lentamente ayudándose de las muletas que había dejado apoyadas cerca del bordillo.
El interior de la casa estaba fresco. Las construcciones de la costa estaban preparadas con muros aislantes, para que en verano pudieras sentir que no vivías en un horno, y en invierno estuvieras resguardado de las bajas temperaturas.
Becky se acercó hasta la nevera y estuvo tentada de coger una cerveza. Pero se acordó de que Nam se lo tenía prohibido al estar tomando la medicación para la espalda, así que optó por un refresco que se metió en el bolsillo de su pantalón corto para poder caminar con sus muletas hasta la sala de rehabilitación.
Las cajas seguían allí, en el mismo lugar en el que las dejaron la última vez que estuvieron curioseando. La luz se colaba por las ventanas de aquella sala, bañando de sol aquel rincón; como incitando a Becky a sumergirse en su calidez. Bajó varias al suelo y las dispuso en semicírculo, para después dejarse arrastrar por la pared hasta caer hasta las baldosas. No sabía por dónde empezar. En realidad daba igual, porque no estaba buscando nada en concreto, así que agarró la que quedaba a su mano derecha y la abrió.
Había papeles emborronados, fotografías, cartas cerradas por pequeñas cuerdas de guita y algunas caracolas pequeñas. Becky sintió que su piel bronceada se erizaba. Sacó algunas cosas fuera de la caja para poder ver mejor su interior, y dio con una carta escrita con una caligrafía exquisita, y que al contrario que varios de los documentos, aún podía leerse. Becky la desplegó con cuidado, porque parecía que se iba a desintegrar en cualquier momento.
Amor.
Sigo escribiéndote cartas. Como si alguna vez las fueras a recibir. Como si esto hiciera que mi mente pudiera retenerte para siempre.
El sonido del mar cada vez está más lejos, como si la orilla estuviera tan alejada ahora de la costa que no pudiera ver romper las olas.
Amor, ¿Dónde estás? ya casi no puedo verte en mis sueños. La vida sigue y tu voz apenas resuena ya en mi pecho.
¿De qué color eran tus ojos, amor?
Siento que enloquezco. Porque antes, tu recuerdo me abrazaba la vida. Y ahora, sin embargo, hay momentos en los que apenas puedo pronunciar tu nombre.
Pero no pasa nada, porque te llamaré Amor.
Siempre Amor.
Aunque me cueste recordarte y ya no haya atardeceres que me lleven a ti.
Ni a tus ojos.
Ni a tu nombre.
Ni a tu abrazo.
Siempre Amor.
R.A.
Becky no se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que una de sus lágrimas golpeó el papel emborronando una de las veces que Amor aparecía en aquella carta.
— Joder — susurró limpiándolo con rapidez y secándose la cara con el dorso de la mano.
Carraspeó un par de veces intentando recomponerse, antes de seguir mirando en la caja. Encontró una foto en blanco y negro de una chica joven, y Becky no pudo dejar de sorprenderse por su gran parecido físico con aquella mujer. Debía ser familiar suyo, de eso no había ninguna duda. Le dio la vuelta a la foto y se topó con unas letras medio emborronadas.
Esta eres tú. Recuérdate.
— Tu pro-actividad me tiene fascinada, Rebecca. — dijo Nam entrando de nuevo a la zona de la piscina al regresar del trabajo.
— ¿Has visto lo morena que estoy? A mí me parece que estoy siendo proactiva.
— Sí, si quieres sufrir cáncer de piel, supongo.
— Eres tan aguafiestas, Nam — resopló viendo cómo su prima se alejaba hasta el interior de la casa — ¡Y me pongo protección solar! ¡Para que lo sepas! — chilló desnivelándose y cayendo al agua.
Por un momento se hundió con los ojos cerrados expulsando el aire por su nariz, dejando un reguero de pompas a su paso. Otra vez ese silencio enlatado la rodeó distanciándola del mundo real mientras flotaba, cuando sintió un agarre en su pie que le hizo abrir los ojos de pronto. Algo la estaba arrastrando al fondo de la piscina; se giró para ver de qué se trataba y su corazón se disparó cuando vio a la sombra que siempre aparecía en sus pesadillas.
Esa sombra.
Becky pataleó y chilló bajo el agua, dejando salir otra nube de pompas de su boca sin emitir sonido alguno. Luchó, braceó y miró a la superficie que ahora le parecía lejana y el pánico se apoderó de su pecho cuando sus pulmones empezaron a arder.
Con las pocas fuerzas que le quedaban dio otra fuerte patada y sintió cómo se liberaba de aquello que la mantenía sujeta. Nadó con fuerza hasta la superficie y salió de la piscina intentando recuperar el aire alejándose por el césped rápidamente, en varias zancadas
— Por Dios Becky, ¿qué te ocurre? — preguntó Nam saliendo por la cristalera del salón que comunicaba con la piscina — ¿Qué ha pasado?
— Yo...el agua...la....la....me tenía agarrada Nam, me ahogaba, yo...—
Becky apenas podía hablar intentando recuperar el aire, con la espalda encorvada y las manos puestas sobre sus rodillas parecía estar a punto de vomitar. Nam le acariciaba la espalda con preocupación.
— Shhh...ya está. Respira — le dijo intentando tranquilizarla — Tal vez te has quedado dormida, puede haber sido una de tus pesadillas.
— No, Nam. Estaba despierta yo...yo no sé qué ha sido eso pero no ha sido algo normal.
Su prima suspiró dejando que Becky recuperara el aliento durante unos segundos.
— ¿Sabes lo que tampoco ha sido normal Bec? — preguntó haciendo que Becky levantara la vista para encontrarse con sus ojos — Has trotado.
— ¿Qué?
— Que te he visto correr, desde el borde de la piscina hasta aquí.
— ¿He corrido?
— Has volado como una gaviota — dijo aún con su mano posada en su espalda. — ¿Y sabes qué quiere decir eso?
— Sorpréndeme — respondió Becky incorporándose.
— Que salimos de viaje a Punta del Mar. Vamos a ver el faro.
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Aivar • FreenBecky •
FantasyCuando la tormenta atraviese tu pecho, yo seré el ancla que impedirá que tu corazón vague a la deriva. ___________________________________________ AIVAR Es una historia original con todos los derechos reservados.
