• Capítulo 24 •

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La luz del amanecer se cuela sin permiso en la habitación, una intrusa luminosa que insiste en despertarme. Me agito bajo las sábanas, intentando encontrar una nueva posición en el colchón que, raramente, nunca se sintió tan acogedor y al mismo tiempo tan frío.

Lentamente, mis ojos comienzan a ceder ante la insistencia del día que se anuncia afuera. Al abrirlos, me encuentro con la visión de cabellos oscuros esparcidos justo a mi lado, una silueta familiar que me trae recuerdos de la noche anterior. Esos recuerdos llegan a mi mente, acompañados de un rubor de verguenza sutil que se extiende por mis mejillas.
Mi mirada se desplaza hacia la ventana, donde el amanecer se despierta ante mí. Árboles robustos y madera llena de musgo se presentan como algo fantasioso de cuentos de hadas, bañados por la luz tenue amarilla que se filtra y los pinta con tonos suaves y pacíficos.
A mi lado, Cristian sigue sumergido en el mundo de los sueños, su cabeza descansa en mi cuello. Me envuelve con un abrazo que parece querer protegerme, su brazo sobre mi escápula y el otro recorriendo mi espalda baja en un gesto de posesión tierna y firme.

La premonición de un futuro calambre me incita a cambiar de posición.
Con la delicadeza de un susurro, intento ejecutar el movimiento de pasarme al asiento de al lado. Pero es en ese preciso instante, que siento...

A pesar de estar sumido en las profundidades de su sueño, su cuerpo reacciona con una urgencia, aferrándome a él desde las caderas.
La suave respiración en mi cuello es lo único que me indica que sigue durmiendo...

Me remuevo en mi lugar para irme. Pero afianza su agarre en mi cadera.

— Crist...

Mi voz se quebró, y su nombre se desvaneció en un suspiro entre mis labios, cuando la suavidad de su beso se posó en la curva vulnerable de mi cuello. Fue un contacto ligero, efímero casi, pero bastó para desencadenar una cascada de sensaciones que se precipitaron a lo largo de mi columna vertebral, como una corriente eléctrica en mi sistema nervioso.

Sentí cómo la piel, antes serena y plácida, se erizaba. Era como si cada terminación nerviosa se despertara de un largo sueño.

Fue dejando un camino de besos húmedos, hasta llegar al sensible lóbulo de mi oreja, donde lo lamió y lo mordió con su hilera de dientes perfectos. 
Un jadeo involuntario escapó de mi boca...

¿Con qué estás soñando?

En la quietud de la mañana, un sonido repentino rompe el silencio. Un pájaro, oculto entre las ramas de un árbol emite una alarma.
Se detiene en seco. El canto del pájaro actúa como una alarma que no necesita ser silenciada, sino atendida. Instintivamente, su cuerpo reacciona: un bostezo amplio e involuntario se apodera de él, estirando los músculos de su mandíbula y abriendo lentamente sus párpados.

Parezco una detective viendolo tanto.

Paso a paso abre sus ojos, luchando contra el remanente de sueño que aún los mantiene a medio cerrar.
Y lo que veo me deja sin aliento, como si hubiera descubierto un nuevo color que no tiene nombre. Juro que nunca había visto algo tan hermoso. Los rastros de azul que alguna vez definieron sus ojos desaparecieron, dejando paso a una claridad que rivaliza con la del cielo en un día sin nubes. Hay un brillo en ellos, revelando una parte de él que hasta ahora me había sido desconocida.
Su piel, pálida por el frió. Sus labios, aunque rotos y secos se ven lindos.

Abrió su somnolienta vista y me recorrió la cara con sus iris azules.

Hay que irnos— Susurró estirándose.

A Distancia Mínima © Where stories live. Discover now