• Capitulo 20 •

27 15 10
                                    


La madrugada se cernía sobre nosotros con su manto de silencio, solo interrumpido por el tic-tac del reloj del auto, que marcaba las cuatro en punto. El ambiente estaba cargado de una tensión palpable, un silencio tan denso que parecía tener peso, llenando el espacio con una quietud inquietante. No había música para suavizar los bordes de la noche, solo las respiraciones agitadas y los murmullos incoherentes que emanaban desde el oscuro rincón trasero del vehículo.

Contexto: Cristian, en un gesto de preocupación, se ofreció a ser nuestro conductor hacia la seguridad de mi casa. Insistió en llevarnos. Y aunque mi orgullo luchaba por rechazar su oferta, la realidad de mi bolsillo vacío y la visión de Melisa, perdida en los efectos del alcohol, me hicieron aceptar su generosidad. No era momento para andar solos por las calles, no con los peligros que acechan en las sombras de la noche moderna. Así, nos encontramos deslizándonos a través de las calles desiertas, cada uno sumido en sus pensamientos y reflexiones.

En ese instante de quietud total, donde el silencio era tan profundo que casi podía tocarse, mis ojos iniciaron un viaje discreto. Comenzaron por posarse en su mano izquierda, la cual descansaba con autoridad sobre el volante, mientras que la derecha jugaba despreocupadamente con la palanca de cambios. Mis ojos, curiosos ascendieron lentamente, trazando el contorno de sus brazos desnudos, destacando contra el azul sereno de su remera, la cual, casualmente cortada en las mangas la hacía ver como una despreocupación estudiada.
Continué elevando mi mirada, casi como si fuera llevada por una corriente invisible, hasta que finalmente al llegar a su rostro, me encontré con su mirada estudiandome de la misma manera. Sus ojos eran dos esferas penetrantes, y en ese momento, se estrecharon ligeramente, adoptando una expresión que no necesitaba palabras para ser interpretada, pero que gritaba en un lenguaje universal: “¿Qué diablos estás mirando?”.

  Paró el auto, eso significa que llegamos.

Al salir del coche, Melisa y yo dijimos  un “gracias” que se perdió en el aire sin encontrar respuesta. Cruzamos la puerta, y con pasos que resonaban en la noche, con la delicadeza de quien maneja un cristal, la acomodé en el sillón, consciente de que mi figura flaca no estaba hecha para sostener la inestabilidad de la ebriedad. Si ella caía por las escaleras, yo sería su sombra en la caída, así que no arriesgar me pareció lo mejor.

Tan pronto como su cuerpo tocó el almohadón, Melisa se entregó al sueño con la inocencia de un nene. Su respiración se suavizó, y en la penumbra del salón, parecía flotar en un mar de tranquilidad, ajena a los vaivenes del mundo exterior.

★★★

— Acabé de hablar por teléfono con el bar al que fuimos anoche— vocalice sentándome en la mesa con la taza verde en la mano.

— Mirá que bien... ¿Y?— Melisa, estaba dandole toda su fuerza a huntar manteca en una tostada. Se la saqué y se la hunte yo—. Gracias — susurró.

— Conseguí trabajo —. Dije tan tranquila mientras tomaba un sorbo de té, que hasta a mi me sorprendió.

Mis oídos se quedaron sordos por un chillido y mi cuerpo se quedó entumecido porque Melisa se me lanzó prácticamente arriba.

Los horarios de mis horas libres coincidieron de manera casi mágica con los horarios del  bar. Es como si las estrellas se hubieran alineado, concediéndome la oportunidad, un oasis en medio de la rutina diaria.
Por otro lado, tomé la decisión de dejar mi otro trabajo. A pesar de que cada día me esforzaba al máximo, la recompensa monetaria no reflejaba el sudor y la dedicación que invertía. Era como si estuviera tratando de llenar un vaso con un agujero en el fondo..

Hay un alivio palpable, como quitarse un par de zapatos que aprietan después de un largo día. Pero también hay una chispa de emoción de lo que está por venir. Es un nuevo comienzo, una página en blanco lista para ser escrita con nuevas experiencias y con suerte una compensación que esté a la altura de mis esfuerzos.

Después de acompañar a Melisa a su casa, subi a cambiarme de ropa... Hoy era mi primer día en el bar.

La verdad que estoy en duda sobre que ponerme, ya que, las unicas dos veces fuí habían hombres trabajo. Tampoco me dejaron un reglamento a seguir.
Salí de bañarme con la bata del baño agarrandome de la cintura, voy a mi cuarto a rebuscar la ropa de encaje en mi cajón. La ocasión lo amerita. Antes de desnudarme me doy cuenta que la ventana está abierta, y de un tirón la cierro, para que ningún pervertido me vea.
abro mi placard y lo primero que encuentro me vá de maravilla.

Una elegante blusa negra de manga larga con un diseño plisado. Abajo una falda corta de color gris oscuro, complementada con un cinturón delgado negro que acentúa la cintura, de a juego con unas medias(cancanes) negras transparentes que ofrecen un contraste atractivo con la falda gris, y unas botas negras hasta el tobillo con cierres plateados, que aportan un toque moderno y chic al look.
Por último me puse sólo rubor y me peine con gel. Como cuando era chica y mamá me peinaba para bailar...
Lo extraño tanto...
Aveces quisiera volver. Hacer saltos, vueltas, entrenar. No me importaba otra cosa... Mierda, lo extraño...
Pero no puedo...

Al cruzar la puerta del bar, la escena que se desplegó ante mí fue un empuje de energía y movimientos. Las mesas estaban ocupadas por grupos animados, algunos enfrascados en conversaciones alegres, otros entregados al ritmo de la música que llenaba el aire, moviéndose al compás en un baile improvisado.
Mis ojos, abiertos de par en par por la sorpresa, se dirigieron instintivamente hacia la barra, donde una multitud de personas se agolpaba, cada una con una petición diferente. Allí estaba el bartender, el único para esta marea humana, moviéndose con una destreza que rozaba lo sobrehumano. Sin pensarlo dos veces, me lancé a través de la multitud, hasta llegar a la barra. Me puse el delantal en un movimiento rápido, al estilo flash, me hice una cola en el peblo, despeinada y comencé a servir y preparar cócteles básicos.
La aglomeración empezó a disiparse lentamente, como la niebla al amanecer, y fue entonces cuando me hicieron la petición de un cóctel inusual, uno que no estaba en el menú habitual. Me giré hacia la pared de licores, una biblioteca de botellas de todas las formas y colores, y me puse en puntas de pie, estirándome para alcanzar el elixir escondido.

Mientras mis dedos buscaban la botella correcta, un grupo de jóvenes entró, saludando a mi compañero con una familiaridad que indicaba que no eran extraños en este lugar. Absorta en mi tarea, no pude darme la vuelta. Hasta que me hablaron...

— ¡Hola señorita! ¿Nos dá cervezas?—. Que educado, ¡¡Así se les habla a las mujeres en un bar!! Aprendan. Me pareció escuchar una voz familiar, pero como yo seguía buscando la bebida, mi compañero los iba a atender.

— Ey, rubia— habló otro chico, riendo.

— ¿Si?— hable dandome vuelta, rondando una gota de descepción por no encontrar el líquido.

Mis ojos se quedaron entrecerrados y estaticos, al encontrar su mirada oceanica, como la de un mar enojado.
Nadie decía nada. Él quedó igual de estatico como yo. La nuez de adan se movió, eso me indico que trago grueso, seco...

— Linda, tres cervezas —. Los ojos de Cristian, fueron a los de el chico que habló.

— Porfavor. — agregó.

Cuando servía las cervezas en los vasos se me escapó una media sonrisa que no sé de dónde salió.



Nerea outfit:

Nerea outfit:

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
A Distancia Mínima © Where stories live. Discover now