• Capítulo 22 •

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La escuela está siendo normal y demasiado aburrida. No estuve prestando atención a clase, mi mirada varias veces buscaba los ojos divertidos de dylan. pero varias veces mis ojos se dirigían al banco de Cristian, como un imán.

El equilibrista de la silla. Su nombre resonaba en mi cabeza como una melodía inacabada. Su aura era como un bosque recién mojado, algo oscuro... Fresco. Se balanceaba con la pata trasera de la silla, desafiando la gravedad. No entendía cómo no le importa caerse; Su espalda se apoyaba en el respaldo.

A veces, confieso, deseaba que se cayera. No por malicia, sino por la necesidad de romper la monotonía. Imaginaba las risas, los murmullos. Pero sabía que no ocurriría.
Y las chicas... ah, las chicas. Alrededor de Cristian, flotan charcos y no precisamente de agua, si me entienden.

Así que allí estaba yo, en mi silla, observando a Cris mientras el mundo seguía su curso. Las luces parpadeaban, los relojes avanzaban, y yo me perdía en los detalles.

Tenía a Dylan parado a mí derecha carraspeando la garganta, para que le prestara atención. Y aun así no fuí capaz de darme cuenta...

- ... Hola-. Pegué un saltito en el banco. No sabía cuan tan concentrada estaba.

- Hola... ¿Cómo estás?

- Eso te lo tengo que preguntar yo, vos eras la enferma ayer. ¿Como te sentís?

- Bien, mejor. Tu sopa, y la película me ayudo.-
Mi atención estaba fija en la conversación que se desarrollaba frente a mí.

Y entonces, la silla de Cristian, la misma que había estado balanceándose hacia atrás y adelante, se detuvo en seco. Apoyando su brazo cubierto por una camisa arremangada negra, sobre mi mesa. La silla quedó suspendida en el aire, rozando apenas el borde de mi banco.

- Mañana tengo un partido de basket, en realidad es mi primer partido. Me preguntaba, si querés venir. Si no, no pasa nada. Solo es un partido.

- Ah esa hora tengo el trabajo en el bar, pero voy a tratar de ir...- Murmuré.

- Genial eso significa mucho para mi- dijo, y por un momento, su habitual confianza parecía dar paso a algo más vulnerable, más real.

El timbre sonó, marcando el fin de la clase y el comienzo de los murmullos y el caos habitual. Melisa, quien estaba esperandome en la puerta del aula, vió todo.

- Así que vas a ir a ver a Dylan jugar- preguntó, una ceja arqueada en diversión.

- Parece que si- admití, recogiendo mis libros. -Pero solo si llego a salir a tiempo del trabajo.

Agradecí su oferta con una sonrisa y nos dirigimos hacia la salida, dejando atrás el aula y la monotonía de otro día escolar. Mientras caminábamos, no pude evitar pensar en el partido de mañana. No sabía mucho de baloncesto, pero la idea de ver a Cristian en un contexto diferente.

★★★

- ¿Estás segura de que no querés que te cubra en el bar?- insistió Melisa, su tono lleno de complicidad en el teléfono.- Podría ser una aventura, nunca sabes lo que podría pasar en un partido de baloncesto.

- Tal vez- dije, pensativa.

Melisa suspiró, comprendiendo mi dilema.

- Bueno acordate, que si cambias de opinión, estoy acá.

La tarde se deslizaba hacia la noche, y con cada paso, sentía cómo la expectativa crecía dentro de mí. No era solo el partido; era la posibilidad de ver a Dylan fuera de su elemento, lejos de su silla y de la seguridad de la escuela.

- Okey ... Lo voy a pensar- le dije finalmente a Melisa, con una sonrisa. -Gracias por la oferta.

★★★

El atardecer caía sobre la ciudad, dandole paso al hermoso anochecer, y con el, un suave chispear comenzaba a teñir el asfalto de un brillo húmedo. Era esa época del año en la que el cielo parecía llorar con más frecuencia.

Mí día fue tan deprimente, tan aburrido, como el cielo gris que se exspande sobre las luces del pueblo.
Buscando algo que me entretenga, me puse a limpiar la casa de arriba a abajo.
Vestida con ropa que hablaba de jornadas de trabajo y esfuerzo, y con un rodete improvisado coronando mi cabeza, estaba dando los últimos toques a mi labor. Fue entonces cuando la tranquilidad de la tarde se rompió: gotas pesadas empezaron a golpear el techo con fuerza, acompañadas por una ráfaga de viento que parecía querer arrancar las hojas de los árboles y los secretos de las calles.

En un instante, la luz se cortó dejandome a oscuras, dejando cada habitación sumida en una oscuridad repentina y total. El reloj marca las 22:32, un recordatorio de que era hora de empezar a cambiarme. La sorpresa del apagón me dejó inmóvil, con el corazón latiendo un poco más rápido, mientras la casa parecía contener la respiración, esperando que la luz regrese.

Subí a mi pieza para buscar algo para ponerme. Arriba de la cama dejé un jean negro ancho y un remeron negro con letras verdes.
Estaba sacandome la ropa con la linterna del celular como ayuda, cuando me saque el pantalón, quedando en remeras, un repentino ruido del timbre hace eco por sobre el silencio. Bajé rápido a la cocina por el miedo de la oscuridad que dejaba atrás. Abrí la puerta despacio y con miedo, pues el que este de tras no debe estar tan bien de la cabeza, porque está cayendo agua a lo loco.

Un encapuchado mojado me sonrió...

Cristian, estaba temblando abajo de la tormenta.

— ¿Puedo pasar?— preguntó viendo mi cara de desconcierto. Me alejé de la puerta dandole paso.

— ¿Que haces acá?— indagué.

— ¿Que hago acá?— se pregunto más a el mismo, como si no lo recordara.

— Si.

— Mamá dijo que venga a buscarte para ir al bar— sentenció —. Porque llueve.

— Ah, bueno. Esperá que me cambie.

En el momento en que las palabras salieron de mi boca, él se dio cuenta de mi estado de vestimenta. Me encontraba sin pantalones, solo en ropa interior, y con una remera que, afortunadamente, me llegaba a la mitad del muslo. No era ni demasiado corta ni excesivamente larga, pero suficiente para cubrir lo esencial. Al observarme, tragó saliva de manera evidente, y cuando me volteé, aproveché para escapar corriendo.

Ya vestida y en el coche, Cristian encendió la calefacción y sintonizó una radio local. Nos dirigimos hacia el bar, se encontraba a una hora de distancia, cruzando un tramo solitario de la carretera. De repente, el celular de Cristian, conectado al Bluetooth del auto, comenzó a sonar, interrumpiendo la tranquilidad del viaje.

— ¿Si?— respondió frío.

— Hola, Cristian el bar va a estar clausurado por hoy porque en un rato va a ver una lluvia de granizo.— habló el gerente del bar.

El silencio se situó en el auto. De reojo veo que Cristian está viendo para el frente sin ninguna expresión en el rostro, no puedo leer pensamientos, pero debe estar pensando en una muerte trágica causada por granizo.

— Okey... Gracias por avisar, chau—. Y cortó.

— ¡¿Ahora que hacemos?!— pregunté empezando a desesperarme.

Sin decir ni una palabra, ni un sólo ruido, giro el volante, llevandonos a unos árboles en modo de refugio.









Frutillitassss gracias por leer hasta acá 🍓❤️‍🩹

Les tengo una pregunta¿Que creen que va a pasar con Cristian en el siguiente capitulo?

Sigan disfrutando.
Besossss, Gi♥️♥️♥️

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