• Capitulo 19 •

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Me desperté con los rayos de sol hirviendo mi rostro por los agujeros de la persiana sin cortina de Melisa. La mañana lucía hermosa, con ese brillo especial que solo tiene el sol argentino. Después de levantarnos, decidimos ir a mi casa y pasar el día juntas. Sabíamos que Melisa no se llevaba tan bien con sus papas, y yo tampoco era la amiga predilecta para ellos. Ellos no me querían por mi clase social y a mí no me imporaba en lo más mínimo, salvo una vez que escuché por la puerta que la señora Hann, estaba diciendo que yo era una drogadicta por vivir donde vivo, me molestó un poco pero lo dejé estar «dar una segunda oportunidad» es lo que siempre resonaba en el lado que creía que las personas pueden cambiar de mi cabeza.

Una vez tiradas en el cómodo sillón de mi casa, nos pusimos a husmear Instagram y a cotillear chismes que se nos vienen y se va tan rápido como flash en las películas de Marvel. Desplazábamos los dedos por la pantalla, compartiendo memes que nos hacían reír al grupo. Así podíamos estar horas y horas hasta que la luna salga de su escondite.
Teníamos un grupo de WhatsApp, en ese grupo estaba Nicolas, Melisa y yo. Si, un grupo de tres, burlense todo lo que quieran, se llama "Dos reynas y un rey *emoji de perra fina*.

Katniss nos observa desde el borde de las escaleras lanzandonos una mirada hastiada y filosa al mismo tiempo. Su largo pelaje de clase angora la mitad blanco y la otra naranja, estaban enredados. De igual manera parecía un angel, con esos ojos felinos verdes, la abuela siempre decia "no te dejes engañar, a veces el diablo usa máscara"
¿Que pasa?— alcé la voz.
Éste me miraba con las pupilas bien dilatadas, tan intensas como dos lunas llenas. Desvió la cabeza hacia la ventana donde habían pajaritos.
— ¡¡No puede ser que tengas hambre otra vez Katniss, recién comiste!!.— Me respondió con un maullido extenso como si me entendiera y vino a mi a paso lento.  Que delicadeza la de francia pensé.
— ¡Me vas a fundir!— espire aire de mis pulmones.
A ella no le importaba nada. Sería re lindo ser un gato, sin escuela, sin complicaciones... Pero no, nada es facil.

Me incorporé del sillón con un suspiro cansado, moviéndome hacia la tarea rutinaria de alimentar por quinta vez a Katniss. Mis pies se deslizaron sobre la suave alfombra mientras mi mirada se perdía en el gris melancólico del cielo, las nubes como pinceles cargados de lágrimas, amenazaban por liberar su carga en cualquier momento. El pueblo en su atmósfera humeda, parecía susurrar secretos al viento. Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de tristeza y nostalgia. El pueblo se encontraba en una región donde las precipitaciones eran una constante, donde el cielo decidía cuando largar su llanto... Como un capricho. Tras una tarde de ocio cinematográfico, y ante la ausencia de las anheladas gotas de lluvia que se resistían a caer del cielo, tomamos la determinación de dirigir nuestros pasos hacia el bullicioso el centro comercial. Allí, entre el ir y venir de las multitudes y el destello de las vitrinas, Melisa se deleitó con las compras, agarrando con esmero aquellos objetos que capturaban su atención, mientras yo, consciente de mi actual odisea en la búsqueda de un empleo, me mantuve firme en mi resolución. Así, entre la contemplación de artículos y el eco de conversaciones ajenas, llantos y pasos transcurrió nuestra visita al epicentro del consumo.
Cuando finalmente abandonamos el recinto, la oscuridad de la noche ya había envuelto todo en su manto estrellado. Un frío penetrante volaba en el aire, casi como si diminutas agujas invisibles rozaran la piel con cada ráfaga de viento que pasaba. El suelo, empapado por la humedad que ascendía desde las profundidades de la tierra, reflejaba las luces tenues de la ciudad en sus charcos, creando un tapiz de espejos quebrados bajo nuestros pies.

— ¡Llamemos un uber!— se quejó con los cachetes sonrosados por el histérico frío.

— Tengo que ahorrar, y con todo lo que compraste, dudo que quede algo de plata en tu billetera.

— ¡Entonces llamemos a Cristian!—. Llevó sus manos a sus bolsillos para agarrar el celular.

— Prefiero morir de frío—. Estaba resignada. Ultra resignada.

A Distancia Mínima © Where stories live. Discover now