• Capítulo 18 •

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Cuando el uber paró en una calle oscura ví al conductor con desconfianza pero me alivio que Dylan estaba ahí, sentado al lado mío.

— Llegamos— anunció el chofer.

Dylan le pago y salimos caminando. Es un barrio de completa oscuridad, mi mirada repasa el vecindario viendo si hay algún cartel luminoso pero no hay nada, el miedo me surca en la nuca.

Melisa dice que soy muy desconfiada. Pero todos los femicidios que pasan hoy en día no me dejan dormir bien de noche. Es un horror.

— Es acá — anunció juntando la palma de su mano con la mía. Rezo internamente para que no se dé cuenta del sudor que desprenden mis manos.
Entramos por una puerta de metal negra. Adentro tosí dos veces por el humo de los cigarrillos que alguna gente tiene prendidos y el humo que sale del escenario, eso hace que no se vea todo con total claridad. El lugar es enorme con varias mesas repartidas por todo el lugar, piso de madera gastado y algunos posters de bandas de rock. Una barra con tragos y cócteles de fondo se posiciona al costado del lugar. Y las únicas luces que pintan el lugar son las del escenario que desprenden luces rojas. Mirando hacia arriba, desde el techo al lado de la barra, salen luces blancas. En una esquina están los baños, separados por géneros. La baja música resonaba en lo profundo de la estancia.

Dylan lleva un pantalón vaquero de corte amplio en un tono azul intenso. El jean cae con soltura sobre sus piernas.
En la parte de arriba viste una camiseta básica de algodón en color blanco. La remera se ajusta cómodamente a su torso y le brinda un aire fresco y sencillo, sobre ésta eligió una camisa de cuadros en tonos oscuros. La camisa está desabrochada, dejando ver la remera blanca debajo.
En sus pies, calza las icónicas zapatillas Nike Air en color blanco.

Un muñeco ken.

Siguiendo los pasos de Dylan,  nos acercamos a la barra y pedimos cervezas.
Luego, nos dirigimos a una mesa que se encuentra a una distancia equilibrada del escenario; lo suficientemente cerca para disfrutar de la música, pero no tan cerca como para quedar atrapados en la primera fila.
Un cóctel era lo que necesitaba para dejar de estar tan tensa.

— El ambiente está... bueno...—. tuve que alzar la voz y gritarle en la oreja para que escuche.

Estaba nerviosa. No sabia que decir... ¿Ok?

— Peculiar —. Acercó su banco al mío.

— Exacto...

Unas diez personas se entregan al ritmo de la música, moviéndose con gracia y soltura en la pequeña pista de baile. Sus risas y charlas se mezclan con las notas de la banda que está tocando en el escenario. El resto de la gente estan sentadas en sillas de madera, expectantes, esperando escuchar a la próxima banda.
Dylan me había contado que este lugar es especial. Es un espacio abierto para músicos emergentes, una plataforma donde pueden compartir su arte sin presiones comerciales. Las bandas vienen aquí simplemente para ser escuchadas. No ganan dinero ni pierden nada, solo tienen la oportunidad de conectar con el público.

Sin embargo, mientras escaneo la multitud con mis ojos curiosos, noto una ausencia, Cristian, no está en ninguna parte. Ni su "novia" o su "algo" están presentes, lo que me llamó la atención.

Todas las mujer que están sentadas o meseras, ven para ésta dirección, mejor dicho ven a mí acompañante, nada más. A mí me ven con cara de fastidio, como diciendo "salí, estorbas nena"

Capaz piensan que soy su novia.

Ya quisieras, querida...

Pero me gusta ver sus caras de perras recelosas al creer que sí, me siento en control. Es como si me quisieran hundir con la mirada. Es tan divertido...

En el centro de aquel lugar incómodo, una guitarra, más parecida a un bajo eléctrico, comenzó a sonar, interrumpiendo la palabrería de la gente y atrayendo todas las miradas. Las manos que la custodiaban eran audaces, ni demasiado gruesas ni demasiado finas, moviéndose con la destreza de profesionales. Mis ojos se fijaron en sus brazos desnudos, y al seguir subiendo la mirada, encontré una remera negra con mangas cortadas. Cristian, miraba hacia abajo, completamente absorto en los movimientos de sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra. Los mechones que caen de su frente con algo de sudor, extasiado por el ruido de la música y las luces rojas de fondo, lo hacen ver atractivo. Las mujeres a mi alrededor no podían contenerse, lanzaban gritos y suspiros como si no tuvieran vergüenza alguna.

El escenario se llenó de energía cuando un cantante de cabello rosa hizo su entrada. Vestía una camisa de corazones rojos, arremangada en los codos, y unos vaqueros de mezclilla. Los tatuajes diminutos y bien trazados le quedaban a la perfección y le hacían tener una aire sexy, combinado con una argolla que colgaba de su labio inferior.

Cristian, después de terminar, se acercó a saludarnos. Al llegar a nuestra mesa, me escudriñó de arriba abajo. Entiendo perfectamente; mi atuendo no era mi estilo habitual. Era algo que Melisa usaría, no yo. No podía simplemente ponerme una remera y pantalones como siempre.

Cristian charló un rato con Dylan y luego se alejó. No volví a verlo en toda la noche hasta que le pedí a Dylan que me llevara a casa de Melisa.

Mis padres estaban de vacaciones, así que tenía libertad para hacer lo que quisiera.

Se viene chisme.

Esperé en el asiento trasero del Jeep de Cristian, repiqueteando los dedos sobre mi falda en un incómodo silencio. Hay personas que no pueden concentrarse en la carretera mientras escuchan música; conozco a algunas, y yo soy una de ellas. No lo juzgo.

En un semáforo, aproveché la oportunidad para sacar mi celular de la mini cartera que llevaba y le envié un mensaje a Melisa, informándole que ya estaba en camino. Justo después de enviar el mensaje, el auto se estacionó frente a la casa de Melisa.

Vi que ella salía por la puerta en un pijama de esos que son dos en uno, con orejitas de unicornio y un rodete despeinado. Se acercó a mí y me abrazo. Notó a los dos hermanos mirando por la ventana del auto.
Su rostro se transformó en tonos rojizos, y me miró con furia, aunque sus ojos estaban bien abiertos, fingiendo alegría.

Querido diario, hoy muero.

En su rostro se formó una sonrisa extraña, con sus ojos viendo al jeep y con la sonrisa de dientes pegados, murmuró algo cómo "¿Que carajos hacen ellos acá?"

Cuando entramos, preparamos café con un toque de licor del papá de Melisa y nos encerramos en su cuarto. Fue allí donde le relaté todo sobre el bar, incluyendo lo de la heladería. La habitación estaba cargada de tensión, y mis palabras resonaron en el aire como susurros de secretos compartidos. Melisa escuchaba atentamente, sus ojos fijos en mí mientras asimilaba cada detalle. O es lo que pensé.

— ¿Y estaba bueno el de la heladería?

Cachetada mental.







Carta a 🍓🍓🍓🍓🍓🍓
Queridos lectores, me dirijo a ustedes hoy para sumergirnos juntos en el corazón de mi novela. Vuestra opinión es el faro que guía mi pluma, y cada palabra vuestra es un tesoro que atesoro.
Anhelo conocer cada detalle de vuestras percepciones. ¿Qué capítulos os han cautivado y cuáles creéis que podrían brillar más con algunos cambios? ¿Qué aspectos de la trama os gustaría explorar con mayor profundidad? ¿Hay elementos que os confunden o preguntas que quedan sin respuesta?

Os invito a compartir vuestras críticas constructivas, porque cada comentario vuestro es una oportunidad para crecer y mejorar. Vuestra honestidad es el regalo más valioso para un autor, y prometo considerar cada palabra con la atención que merece.

Con gratitud y la pluma en mano, espero vuestras respuestas para tejer juntos el tapiz de esta obra(?

Con aprecio
Gimena

A Distancia Mínima © Where stories live. Discover now