Epílogo

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Muchos años después...

—Tengo este paciente que... He quedado muy sorprendido, creo que nunca ha llegado alguien tan lastimado a terapia —le conté mientras estábamos tomándonos un trago en nuestro bar favorito.

—Ni me digas, no estoy lista para cargar con más traumas. —Tomó del trago—. A mí me está tocando defender a un tipo que, pobre, toda su familia se fue en su contra. Imagínate, que te odien tanto para falsificar un crimen y hacerte el culpable. —Suspiró mientras se acomodaba el cabello—.

—¿Qué más haremos esta noche? —Sonreí recordando aquellos días de juventud.

Un flashback de cuando mi grupo de amigos y yo salimos de fiesta y Lisa y Ximena se perdieron, tuvimos que pedir un servicio de rescate para poder encontrarlas.

—Lukas, no lo sé. Ya somos dos adultos, tenemos vida y obligaciones, ¿no crees? —Se burló.

—Perdón. Rebecca, a veces se me olvida todo lo que tengo, lo que he conseguido. Tanto trabajo y poco para divertidos. —Suspiré de forma lenta y me tomé el trago de golpe.

—Te entiendo. Es normal, a todos nos pasa más de lo que crees.

—No, quiero decir, sí, lo creo. A mi consultorio llegan más personas así de la que te puedas imaginar, pero, no sé. Pienso que el trago ya está haciendo efecto.

Ambos nos reímos como dos jóvenes de preparatoria. Hice una seña para que llegaran a cobrarnos la cuenta. Tomé su mano y la apreté.

—Amiga, no sabes cuánto te extraño, todos los días. Sé que vivimos en la misma ciudad y eso, pero, nunca podemos coordinar nuestros tiempos.

—Así es la vida, aunque también me duela, pero así es. Eres como el hermano que nunca tuve. —Sonrió, pero sonrió como si recordara todo lo que habíamos pasado juntos.

—Oh, no me hagas llorar. Tú también eres la hermana que nunca tuve. En serio, tenemos que planear más salidas juntos, por favor. Unas vacaciones no sé, una cena, algo.

—¡Por favor! ¿Tal vez una escapada a Sidney?

Casi me ahogo con mi propia saliva al escucharla decir eso.

—Yo no me refería a algo tan lejos. —Me reí y saqué el dinero—. Aunque también sería una muy buena idea.

—¿Qué haces? —dijo al verme sacar el dinero—. Yo pago.

—¿Estás loca? Claro que no, tenga. —Le di el dinero y se fue con una sonrisa—. Va a pensar que somos patéticos.

—No creo, apuesto que lo ve todos los días.

—Tienes razón. —Una notificación había llegado a mi celular—. Mi Uber ha llegado —dije con tristeza—. Te amo Rebe, te llamo o tú me llamas, pero hay que hacerlo.

—No te preocupes.

Nos tomamos de las manos, luego nos dimos un abrazo muy largo y un beso en la mejilla. Le dije adiós con la mano y salí del local. Llevaba mi abrigo largo, no hacía frío, pero tampoco hacía calor. Era algo más estético. Me subí al Uber con destino a mi casa.

Podía ver las luces de todos los edificios de Nueva York. Me sentía como en esas típicas películas donde el protagonista se pone a disfrutar de la vista por la ventana y reflexiona sobre todo lo bueno que tiene.

Sin darme cuenta me quede dormido. El conductor me despertó.

—Disculpe, hemos llegado. —Parecía que no quería levantarme, ya que lo decía de forma gentil.

—Oh, discúlpeme, no fue mi intención. —Sonreí avergonzado.

—¿Día pesado?

—Ni que me diga, demasiado. Muchas gracias.

Easy LoveWhere stories live. Discover now