36. Lo que una presentación, puede provocar

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Jake me vio a los ojos y yo a él. Se levantó a abrir la puerta. Sentí alivió y coraje al ver a Rebecca ahí.

—¿Por qué carajo no hablas? —pregunté.

—Perdón, se me olvidó.

—¿Y ahora qué pasó? —Jake se volvió a sentar en la cama.

—Venía a amenazarlos, sí o sí, tienen que ir al campamento de verano. Este es nuestro primer año Lukas, obviamente vamos a ir y claro que Jake tiene que ir por ti. —Vio a Jake y le sonrió.

—Sí, vamos a ir, ¿contenta? —pregunté y me metí a la cama.

—En realidad también vine porque Lisa me dijo que hoy en la tarde, cuando venía de sus clases, una camioneta como la que se llevó a Jake la estaba siguiendo.

—¿Qué? —Me volví a salir de la cama.

—¿No le hicieron nada? —Jake se preocupó.

—No, ella está bien. Cuando llegó al edificio, la camioneta se fue, pero pudo ver por los vidrios de las ventanas que algunos de ellos llevaban, máscaras, las mismas máscaras que vimos.

—El campamento de verano, es nuestra única salida —mencioné—. Todos debemos ir hasta que todo se controle. Ya que, si no puede ser peligroso, no sabemos que es lo que pueden hacer.

—Concuerdo. Bueno, solo venía a eso.

Jake y yo nos volteamos a ver.

—Gracias —dijo él.

Rebecca se fue y me quedé pensando en eso, rogaba que todos estuviéramos seguros en el campamento.

—Jake, debemos ir a la policía.

—Lo sé. Vamos a ir en estos días.

Eso me dio tranquilidad, pero también me preocupé porque si había alguien que tuviera conexión con ellos o mejor dicho si alguno de ellos estaba de nosotros lo sabría. No podíamos confiar en nadie, a excepción de Rebecca. No volvería a dudar de ella, aunque tuviera las pruebas en mi cara.

—No tenemos que decirle a nadie sobre esto —le pedí.

—No te preocupes, nadie sabrá de esto.

—Solo Rebecca.

—Solo Rebecca —repitió y sonrió.

Su sonrisa me daba paz y tranquilidad. Ese hombre era mi lugar seguro.

—¿Dormimos juntos de nuevo? —Me abrazó buscando mi cuello.

—Qué pregunta tan tonta, claro que sí —me burlé—. Pero hoy toca en mi cama.

Ambos nos metimos en ella y nos buscamos por debajo de las sábanas. Nuestras manos se tocaron por error, pero las dejamos iguales, entrelazadas. Yo solo podía pensar que había encontrado al hombre ideal, a mi persona favorita y con la que definitivamente quería pasar la eternidad de mis días.

Me acerqué a él y me adherí como sanguijuela a su cuerpo. Él quería reírse, solo se contenía.

—¿Qué te da risa? —fingí regañarlo.

—¿Yo? No, de nada.

—Más te vale.

—¿Por qué? ¿Me vas a castigar?

—Sí.

—Entonces castígame con muchos besos.

—Está bien.

Easy LoveWhere stories live. Discover now