Capítulo 35. La culpable.

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Después de caminar un buen rato sin rumbo fijo, Danielle levantó la cabeza del suelo, pues en ese instante recordó que había una persona con la que podría hablar sobre todo ese asunto. Esa persona sería la única que podría decirle si era verdad todo lo que le habían dicho la abuela y tía de Mia. Así que más decidida que nunca, cambio de dirección; en vez de seguir rumbo a la hacienda, esta vez tomó paso veloz hacía al hogar de Agustín.

En cuestión de minutos llegó hasta su destino. El querer obtener respuestas definitivas le había motivado de una manera inesperada, por lo que había seguido lo que quedaba del recorrido prácticamente corriendo. Estaba muy agitada, colorada y sentía que le faltaba el aire; pero nada de eso importaba, ahora lo único que quería era escuchar de los labios de Agus la verdad. Desafortunadamente para su mala suerte, el hogar del amigo estaba vacío, no había nadie. No obstante, no estaba dispuesta a tirar la toalla tan fácilmente y mucho menos a regresar al día siguiente. No señor, este asunto lo resolvería ese mismo día; por lo que se sentó debajo del caedizo de la casa de madera de Agustín, sobre una de las dos sillas que suponían eran de la madre y del hijo a esperar a que regresaran.

A 2215 kilómetros de distancia, en otro estado de la república de México, al norte del país, en zona fronteriza con Texas para ser más exactos; Mia regresaba de su salida de comer con Victoria e Israel. Los tres comentaban riéndose sin parar sobre la situación graciosa que habían presenciado en el restaurante La Jaiba Alegre. Y es que, al salir de casa, después de mucho dar vueltas por buena parte de la ciudad; finalmente encontraron un comedor donde servían comida veracruzana. Era un lugar muy familiar, pequeño pero agradable. El nombre tan peculiar del lugar, tenía un bonito diseño en el letrero. En el logo del restaurante se podía apreciar a una alegre jaiba roja con lentes de sol, surfeando sobre unas olas. Demasiado pintoresco para los gustos más refinados, pero para el trio de jóvenes fue un lugar muy ameno. La comida había estado deliciosa; Mia ordenó para ella Pollo en pipián, mientras Israel pidió la especialidad de la casa: Chilpachole de jaiba. Por su parte Vicky opto por algo más sencillo, pero no menos delicioso, una orden de picaditas con un gran bistec y papas fritas. Lo acompañaron con unas aguas frescas de tamarindo, horchata y Jamaica, y una vez les sirvieron la comida, devoraron todo lo de los platos con gran deleite. Al poco rato que relamieron prácticamente hasta los cubiertos, mientras hacían sobremesa y platicaban sobre como extrañaban vivir en Veracruz, pues pese a que ciudad Juárez era una ciudad inmensa con mucho que compartir, para ellos no se comparaba para nada con la magia de sus pequeños pueblos donde cada uno de ellos creció; llegó un par de regordetes enamorados. El matrimonio que tendría entre unos 40 a 45 años de edad, eran un par de enormes obesos. El hombre cuanto mínimo le calcularon pesaría unos 200 kilos, mientras la esposa, estaban seguros de que estaría rondando los 300 kilogramos. Pese a sus enormes tamaños eran personas muy agradables, pues en todo momento se les veía muy acurrucaditos platicando entre ellos como dos enamorados. De repente y sin ser una sorpresa, la banca donde estaban sentado los dos, se partió a la mitad, y ambos rodaron como balones de futbol unos cuantos metros lejos de su mesa. Mia al principio se preocupó, debido a su peso temió que con la caída estos se hubieran hecho daño. Pero justo cuando ella y otro comensal se acercaron a ayudarles a levantarse, fue inevitable que no empezaran a reírse, pues el par de robustos enamorados, soltaron tan estruendosas carcajadas que fue inevitable no contagiarse con sus alegres y risueñas sonrisas. Eran una pareja estupenda, pues en circunstancias como estas, cualquier otra persona se habrían muerto de la vergüenza, pero no ellos, pues tan risueños como llegaron, se levantaron y se sentaron en otra mesa con una banca más resistente, bromeando en que si la rompían de nuevo tendrían que traerles un yunque de hierro macizo para sentarlos.

Aun después de haber cruzado la verja de la vieja casa, seguían riéndose de lo ocurrido como si hubiera acabado de pasar apenas unos segundos.

-Todavía me los imagino al par de hipopótamos rodando y me cago de la risa. - dijo Israel entrando después de ellas y cerrando el sprint.

Mia tú eres solo miaWhere stories live. Discover now