Capítulo 16. No quiero casarme

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A partir de ese día Mia fue la chica más dichosa del mundo. Era tan afortunada, plena y feliz, que se sentía volar sobre nubes.

Después de ese maravilloso beso, regresaron juntas al pueblo. Sentadas en una banca, mientras compartían unas jícamas con chile, entre conversación y conversación, Danielle terminó por contarle sobre su abuelo, y de la razón del porqué abandonó la hacienda. Todo había sido una petición de la abuela, o en su caso una orden, pues en aquel entonces Doña Luz era quien llevaba las riendas de la relación y no su marido, quien hacia todo lo que su cónyuge le pidiera. Luz María quería que su único hijo (El papá de Danielle, que tenía en aquel entonces 10 años) tuviera un futuro brillante, terminara una carrera y ejerciera su profesión, y no solo fuera un simple hacendado a cargo de los negocios familiares. Fue así que, ignorando por completo generaciones enteras dedicadas a la hacienda y las labores del labrantío, descendientes que precedían a Don Armando, partieron quebrantando la larga cadena de la dinastía de hacendados que habían amado el campo. Jamás comentaron nada a nadie, no dieron explicaciones, simplemente un buen día se marcharon y no volvieron, dejando a un solo peón a cargo. Razón por lo que se habían creado muchas especulaciones y leyendas alrededor de la familia que de la nada se esfumó. Hasta que por fin después de varios años de abandono, una nueva generación volvía a pisar esas tierras desoladas.

Como le había asegurado el día que se conocieron, la historia no era nada del otro mundo. Le platicó también sobre el estilo de vida que poseían antes y de lo separados que estaban debido a ello. Mencionó ocasionalmente el rechazo de Gisela hacia ella, y de lo despegada que era de Allen por culpa de la madre quien los había criado con enormes diferencias. Por su parte Mia que había escuchado en silencio prestando gran interés de todo lo que le relataba, quería contarle sobre lo que tenían pensado hacer sus padres y abuelos, pero no se atrevía. Sabía que si lo hacía se pondría a llorar descontroladamente como una magdalena, y no era el momento. Por lo que le pidió si podían verse esa noche por la madrugada, en el mismo lugar donde se habían visto por primera vez. Resguardada por la oscuridad, en medio de la vegetación y el rio, a solas, se sentiría más confiada de contarle sus problemas. Le aseguró que era importante aquello que quería contarle. Acto seguido Danielle aceptó de inmediato.

Sin darse cuenta el crepúsculo comenzó a rodearles. El sol agonizaba, la tarde comenzaba a refrescarse levemente; aunque el calor era más predominante, se podía sentir sobre la piel como descendía la temperatura un par de grados. Ya era hora de volver a sus casas, sobre todo Mia que había prometido regresar temprano. No querían separarse, ahora mas que nunca solo deseaban estar juntas sin que nada las separara. No obstante, estaba la promesa de verse esa misma noche, eso hacía más soportable la separación momentánea. Y así con un tierno y largo abrazo, pasaron a despedirse. Danielle se marchó cantando de felicidad, mientras Mia con las flores que comenzaban a marchitarse, rememoraba una y otra vez el magnífico día que habían tenido. Justamente en ese momento se encontró con Agustín, quien empujaba su carrito de dulces vacío. Lo empellaba sobre la calle con semblante cansado. La amiga corrió hacia él hasta que logró alcanzarlo, y sujetándolo del brazo, colocó su cabeza en su hombro.

-Valla, pero miren lo que trajo el viento, que sorpresa. ¿No me digas que apenas va terminando tu cita? - preguntó alegremente mientras encendía uno de sus cigarrillos que había reservado para él. No era tan afín de fumar, pero después de un día pesado, nada lo relajaba más que unas bocanadas de un buen cigarro.

-Hay Agus, no tienes ni idea de lo maravilloso que ha sido este día. - suspirando perdidamente enamorada, mientras se dirigían a sus casas, Mia le contó sobre todo lo que habían hecho, incluyendo los besos. Agustín se alegró por su amiga, deseaba verla feliz pues nadie se lo merecía más que Mia, pues era una excelente persona, una gran hija y una estupenda amiga; se merecía la mayor de las felicidades en su vida.

Mia tú eres solo miaWhere stories live. Discover now