Capítulo 47 - Rey del baile

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47 | Rey del baile

Daphne Barlow

El día del baile estoy a punto de no ir.

Los nervios me traicionan a media hora de salir de casa. Sentada en el tocador de mi habitación, mantengo la mano cerrada contra mi pecho como si fuera a poder alcanzarlo y contener la inquietud. Mis dedos se estiran sobre mi piel junto a un suspiro y encuentro el nuevo brillo en ellos por el iluminador corporal que mi madre me ha comprado para hoy.

"Para hacer de un día algo tuyo, tienes que sentir que es especial, incluso si es mediante estos detalles que normalmente no usas", me dijo.

Por ella, ahora mi piel se ve más brillante, especialmente en la zona de la clavícula. Por ella, mi pelo está como recién salido de la peluquería aunque sus manos hayan sido las únicas que lo han cuidado para conseguir esos tirabuzones que hace rato que han empezado a caer. Por ella, mis pestañas me resultan pesadas con unas pestañas postizas que ha necesitado más de veinte minutos para ponerme porque la impresión no me permitirá quedarme quieta.

Encuentro mi reflejo mientras me pongo unos largos pendientes plateados que se pierden entre mi pelo castaño. Mis uñas, de un rosa tan claro que podría confundirse con blanco con la luz adecuada, se mezclan con los pendientes antes de apartar las manos.

Me decido por un rápido medio recogido para que los pendientes destaquen más. Luego dejo el aire ir y me pongo en pie para ir hacia mi vestido. Preparado. Sin estrenar. Aún con un conjunto corto de estar por casa, me acuclillo frente a la cama rozando la tela; satén.

Mi corazón vuelve a apretarse una vez más.

—¿Daphne? —oigo a mi madre.

—Puedes pasar.

—¿Aún no te has vestido? —pregunta sorprendida desde la puerta, pero su expresión se suaviza al notar mi mirada—. Oh, cielo, ¿qué ha pasado? ¿Por qué tienes esa cara?

—No lo sé —admito—. Debería estar feliz, pero... —Me siento sobre la gruesa alfombra blanca que hay bajo mi cama y doblo las rodillas mirando hacia ella. Mis manos caen sobre mis piernas y los anillos se avivan bajo la luz de la habitación—. Tengo a mis amigas. Sé que voy a estar bien una vez llegue, es solo que...

Mi madre entra y mi hermana pequeña viene detrás. Charlotte trae algunos de sus regalices favoritos en las manos y tiene la boca llena de azúcar. Veo a mi madre dejar los tacones cerca mientras mi hermana curiosea las fotografías que hay contra mi armario.

—Char, no toques eso —pido.

Pero lo hace. Toca las fotos con las manos sucias y probablemente pegajosas. Suspiro sin ganas de discutir con ella.

—Pero estás nerviosa —dice mi madre devolviéndome a su conversación—. No deberías. Siempre te han gustado los bailes y estás preciosa. No tienes nada de lo que preocuparte, cielo. Salvo quizás de la mala idea que ha sido que compraras tacones nuevos hace una semana y no hace meses para ir acostumbrándote a ellos.

—Me gustaban para este vestido.

—Y vas a sufrirlo toda la noche. He cambiado las plantillas por unas bastante cómodas, he raspado las suelas para que no te patinen tanto y he intentado que los bordes no sean tan duros, pero no hay mucho que hacer si no les das tiempo para acostumbrarte.

—Gracias, mamá. —Encuentro mis pensamientos pesados todavía—. No es que no quiera ir, es que siento que llevo tiempo deseando un baile idealizado que sé que no va a estar ahí y eso me frustra un poco. El curso pasado no hicieron nada en San Valentín y los últimos dos años no han sido... Quiero más ir a un partido que al baile.

Las mentiras que nos atanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora