Capítulo 34 - Cuestiones del corazón

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Línea para decir hola 🩷

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34 | Cuestiones del corazón

Daphne Barlow

Mi corazón está acelerado cuando llego al instituto de Reece el viernes aunque, para ser sincera, lleva así tiempo. He necesitado unos minutos dentro del coche de mi hermano antes de animarme a salir para llamar a la puerta de la casa de los Larsson.

Gigi no ha tardado en abrir, aunque su saludo ha sido corto mientras buscaba todo lo que necesitaba para salir de casa. Incluso si para eso ha tenido que volver a entrar cuatro veces a comprobar no haberse dejado nada. Lo que no ha servido demasiado porque, en el aparcamiento del instituto de Reece, la encuentro volcando el contenido de su bolso sobre el coche en busca de algo con lo que no parece conseguir dar.

—Debería estar aquí —murmura, y estira las manos sobre una mezcla de objetos sin éxito—. Sé que lo he traído. Lo metí en el bolso hace unos días porque quería traerlo. No puedo haberlo olvidado.

—¿Puedo ayudarte a buscar?

—No. Es solo... —Deja el peso caer hacia delante con impotencia. Da la vuelta a su bolso y mete la mano en busca de cualquier cosa que haya podido quedar dentro—. Es un pequeño elfito que compré para Reece. Es un muñeco pequeño y absolutamente horrendo.

—¿Oh?

—Sí, lo sé, no es un regalo bonito ni con mucho sentido ahora mismo. —Presiona las manos contra su frente y los mechones rubios envuelven sus dedos con cada golpe de viento—. Es solo que él se encontró un muñeco feísimo de un elfito después de uno de sus partidos. Te hablo de cuando tenía ocho o nueve años. Nuestros padres le dijeron que era horrible, así que Reece se dedicó a ponerlo por la casa porque le hacía gracia ver las reacciones de ellos. Lo metía en el armario de nuestros padres, junto a sus tazas, en su almohada incluso. A más le decían que parara, más lo hacía.

Imaginar a un Reece de pequeño moviendo un juguete para asustar a sus padres es una imagen tierna que me tiene sonriendo sin querer contenerlo. Gigi arruga la nariz al recordarlo y sus dedos se estiran una última vez sobre el contenido de su bolso antes de empezar a guardarlo.

—Nuestros padres lo tiraron porque se hartaron de encontrarlo literalmente hasta en su comida, pero, desde entonces, ellos solían llevarle uno cuando iban a verle jugar —sigue—. Nunca supe dónde los encontraban, creo que nuestro padre los pedía por Internet y los escondía en el garaje para ir dándoselos poco a poco. El punto es que era una broma que compartían y pensé que... Pensé que podría recuperar algunas tradiciones.

Mi corazón se aprieta al entenderlo y encuentro curiosa la forma en la que mis nervios se deshacen al dar con una nueva prioridad. Dejo mi bolso sobre el coche para tener las manos libres y abro la puerta de los asientos de atrás.

En el asiento de delante todavía puedo ver la sudadera de Reece, tirada sobre el asiento del copiloto como la he encontrado al subir al jeep de Gigi. "La ha dejado Reece ahí para que no me olvidara de dártela. Tienen que subir horas antes del partido, si no habría estado aquí en persona solo para asegurarse de que no me olvidaba. Es muy insistente cuando quiere", me ha explicado.

Pero mi corazón es demasiado traicionero, y no he sido capaz de mentalizarme todavía para ponérmela.

—¿Dónde lo has comprado? —pregunto desabrochando mi abrigo.

—En el centro comercial, en un stand que suelen poner en Navidad. Sé que es una absoluta tontería, pero he estado tan ocupada por el trabajo estos últimos meses que, cuando lo vi pensé; "Es una señal".

Las mentiras que nos atanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora