Capítulo 49 (Final)

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Estaciono mi motocicleta aún nerviosa, esto es... desafiante.

Me acomodo el cabello con los dedos, el casco no ayuda mucho y el hecho de que me lo haya cortado de nuevo tampoco colabora. Lo dejo con confianza en el manubrio de la moto, sé que el estacionamiento es seguro y no creo tardar demasiado tiempo aquí, por lo que tomo coraje antes de dejarlo, encender la alarma y alejarme.

Ingreso a lo que viene a ser el lobby del hotel y los recuerdos de la primera vez que estuve aquí no dejan de llegar a cada paso.

En este edificio fue que él me pidió ser amigos.

Parece que han pasado años desde esa noche...

Continúo mirando mi alrededor por un momento, al menos hasta que una mujer en un traje negro se me acerca.

—¿Camila Bisbal? —me pregunta, deteniéndose frente a mí.

Siento que me da vértigo

¿Cuánto mide esta mujer? Le doy un metro setenta y ocho como mínimo, es mucho más alta que yo y me intimida, más aún por su atuendo tan... formal.

—Eh... sí, soy yo.

—Muy bien, la llevaré con el señor Montenegro.

La mujer empieza a caminar y no me queda de otra que seguirla, subimos por las escaleras, tengo que prácticamente correr por detrás de ella para no perderla de vista. Sus zancadas son enormes y tiene piernas largas, uf.

Luego de subir varios pisos, pasar un inmenso pasillo, doblar a la izquierda, a la derecha, cabalgar en un mamut y visitar el monte Everest, la mujer se detiene frente a una puerta oscura que parece ser de roble y le da dos toquecitos.

—Está aquí, señor —dice.

—Adelante.

La mujer abre la puerta para mí, paso a su lado y me siento extremadamente enana al hacerlo, mas intento disimular.

Ella cierra la puerta a mi espalda casi automáticamente y doy un pequeño brinco que no pasa desapercibido por Samuel, que está sentado frente a su escritorio mientras usa su computadora.

—Hola, Camila —me saluda con una sonrisa de burla.

—Ho-hola. —Genial, ahora hasta tartamudeo.

¿No puedo humillarme más?

Hice un esfuerzo sobrehumano para llamarlo anoche ni bien más llegué a mi departamento, aproveché para salir al balcón a hacerlo mientras Melanie y Joel se duchaban, pero esa es otra historia.

—Ven, toma asiento.

Samuel señala uno de los pequeños sofás individuales que están estratégicamente acomodados frente a su escritorio y mis piernas se mueven casi en automático.

Me siento y me aclaro la garganta, aún nerviosa.

—¿Gustas tomar algo? ¿Té? ¿Café?

La chica de los sueños locos ©Where stories live. Discover now