Capítulo 29

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Me rindo.

Ya no puedo más.

—¿Lo estás diciendo en serio? —le pregunto de nuevo.

Y ella bufa, casi exasperada por mi impaciencia. Pero lo cierto es que estoy muriendo de hambre y las ganas de pedir un delivery son inmensas, pero Camila me mata si se me ocurre llamar para pedir algo, entonces... ¿Morir de hambre o ser asesinado por la castaña?

Moriré de todos modos, pero creo que prefiero la primera opción.

—Ya casi está, ansioso. No me distraigas.

Ella sigue salteando lo que sea que está cocinando en la sartén que compramos, así que suspiro y me siento en el taburete de la cocina, cruzo mis brazos sobre la mesa y apoyo mi cabeza sobre ellos mientras continúo mirándola.

Hoy trae una remera de color negro con el logo de un grupo musical, o eso creo. Usa unos jeans azules de color muy oscuro y unas zapatillas blancas con negro, creo que son unas Nike bastante llamativas. Tiene el pelo sujetado en un moño improvisado, el cual se hizo para ponerse a cocinar, lo que fue hace como... mil horas.

—¿Ya? —repito.

—¡David! —se queja y no puedo evitar reírme.

—Tengo hambre.


—Me lo has dicho como diez mil veces, créeme que ya lo sé.

—Quiero comer —hago un puchero que ella no ve y el cual desaparezco cuando gira la cabeza hacia mí como la niña de El Exorcista.

—Cuanto te sigas quejando voy a llevarme esto y lo comeré en mi departamento con Mel —amenaza.

Me veo obligado a guardar silencio por mi propio bien. Paso los siguientes minutos divagando mientras observo mi cocina, creo que nunca la había usado más que para recalentar comida, escuchar el sonido de una sartén en la hornalla es nuevo para mí.

Creo que ni mi tía Ken ha venido a cocinar para mí desde que me mudé.

Y quizás se deba a que no me gusta que invadan mi espacio, los miembros de mi familia lo tienen muy presente y se los agradezco enormemente.

Pero Camila ha invadido como si fuese su propia casa. Las cosas que compramos las fue acomodando por la alacena, otras en la heladera y también en el mini-freezer de la misma. No sé que haré con toda esa comida, si yo no cocino. Aunque estoy seguro de que Camila encontrará una solución y me va a obligar a usar todo lo que compramos hoy.

—Mira, ya he acabado.

Levanto la mirada emocionado cuando la escucho decir eso, ella empieza a servir la comida en dos platos hasta dejar el sartén vacío en la encimera de la cocina.

Trae los platos hasta la isla de la cocina y deja uno frente a mí.

Admito que se me hace agua la boca cuando veo esos fideos con salsa, porque parecen ser demasiado elaborados y huelen exquisito.

—Espera —advierte antes de buscar en los cajones hasta dar con los cubiertos.

Me pasa un tenedor y uno para ella, luego procede a sentarse frente a mí y sonríe con suficiencia.

La chica de los sueños locos ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt