Hielo y Fuego

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Ella era como el hielo, fría e indiferente. No le importaba nada ni nadie, solo su propia supervivencia. Vivía en una ciudad rodeada de muros, donde las mujeres eran las únicas habitantes. Los hombres se habían extinguido hace mucho tiempo, víctimas de una plaga que los convirtió en zombis. Ella los odiaba, los temía, los evitaba. No quería saber nada de ellos, ni de su pasado, ni de su cultura. Solo quería vivir el presente, sin esperanza ni ilusión.

Ella era como el fuego, cálida y generosa. Le importaba todo y todos, incluso los seres más insignificantes. Vivía en una granja fuera de la ciudad, donde las máquinas le ayudaban a cultivar y cuidar de los animales. Los hombres le intrigaban, le fascinaban, le atraían. Quería saber todo de ellos, de su historia, de su arte, de su ciencia. Soñaba con encontrar uno vivo, aunque fuera un zombi. Creía que podía curarlo, amarlo, salvarlo.

Un día, el destino las hizo cruzarse. Ella estaba escapando de una horda de zombis que había invadido la ciudad. Ella estaba buscando un remedio para su enfermedad del corazón, que le quedaban pocas horas de vida. Se encontraron en un puente, bajo la nieve que caía. Se miraron a los ojos, y sintieron algo que nunca habían sentido antes. Una chispa, una conexión, un milagro.

Ella le tendió la mano, y ella se la tomó. Se sintieron un calor que las envolvió, que las protegió, que las unió. Corrieron juntas hacia la granja, dejando atrás la ciudad y los zombis. Llegaron al refugio, donde las máquinas las recibieron con alegría. Se abrazaron, se besaron, se amaron. Fue la primera vez para ambas, y fue la última para una de ellas.

Ella le contó su secreto, que su corazón estaba a punto de parar, que no había cura, que solo quería pasar sus últimos momentos con ella. Ella le dijo que no se rindiera, que había esperanza, que podía salvarla. Le propuso un plan, que fueran al cementerio de los zombis, que buscaran uno que tuviera el corazón intacto, que se lo trasplantaran. Ella aceptó, dispuesta a arriesgarlo todo por ella.

Salieron de la granja, armadas con un bisturí y una mochila. Caminaron bajo la luna, entre la nieve y el silencio. Llegaron al cementerio, donde los zombis dormían en sus tumbas. Buscaron uno que fuera joven, que fuera hombre, que fuera hermoso. Lo encontraron, lo despertaron, lo mataron. Le abrieron el pecho, le sacaron el corazón, se lo llevaron.

Regresaron a la granja, donde las máquinas las esperaban con ansiedad. Entraron al quirófano, donde todo estaba listo. Se prepararon para la operación, que era su única opción. Se despidieron con una sonrisa, que era su última expresión. Se durmieron con un beso.

Se levantaron de la camilla, y se abrazaron con fuerza. Sintieron un amor que las llenó, que las sanó, que las hizo nuevas. Salieron del quirófano, donde las máquinas las aplaudieron con emoción. Vivieron felices para siempre, en la granja, bajo el sol.

 Vivieron felices para siempre, en la granja, bajo el sol

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