Capítulo 39

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A las diez de la mañana, Mel y Jimin se despidieron de Amaia prometiendo que
regresarían con sus familias o que ella iría a visitarlas a Alemania. A continuación, los dos jóvenes se pusieron en marcha. Cogieron la carretera que Los llevó hasta Bilbao y, de allí, hasta Santander. En Torrelavega pararon para estirar las piernas y finalmente Mel condujo hasta llegar a La Isla, el pueblo de su abuela en Asturias.

Una vez llegaron ante la casona de Covadonga, la abuela de Mel, ésta paró el motor del vehículo y, mirando a su amigo, dijo: —Como te dije, hemos llegado en tres horas y media.

Jimin miró encantado a su alrededor, aquel lugar era precioso. Entonces, la puerta de la casona se abrió de pronto y una anciana con los brazos en jarras porque no esperaba visita gritó: —¡¿Qué ye...?! ¡Oh!

Al ver a su abuela, Mel se bajó del coche y exclamó: —Abuela, ¡sorpresa!

El gesto de la mujer se suavizó al reconocer a su nieta y, abriendo los brazos, gritó: —Ay, neña de mi vida... ¡Neña!

Feliz por ver la emoción de aquélla, Mel corrió a abrazarla y, cuando la mujer dejó de hablar a la velocidad del rayo, ella miró a Jimin y los presentó: —Abuela, el es mi amigo Jimin. Vive en Múnich como yo y es español. Jimin,
ella es mi abuela Covadonga.

La mujer guiñó un ojo y, mirando a Jim, que lo observaba divertido, saludó: —Dame un abrazo, hermoso. Qué alegría tenerte en mi casa junto a mi neña.

Jimin no dudó en darle aquello que la mujer le pedía y, abrazándola, respondió: Encantado de conocerla, Covadonga. Me han hablado siempre muy bien de usted. —¿Y quién te ha hablado de mí? —Björn —contestó Jimin —. Él le tiene mucho cariño.

La mujer sonrió al oír ese nombre y musitó: —Aisss, mi Blasito, qué ricura de muchacho.
Al oír eso, los chicos rieron. —Vamos, entrad en casa a comer algo, que sois dos sacos de huesines —les indicó la mujer.
Jimin miró a su amiga divertido y ésta dijo: —Prepárate, que mi abuela es muuuy exagerada con la comida.

Tras pasar a la casa, la mujer se paró y, mirando a su nieta, preguntó: —¿Dónde te dejaste a Sami y a Blasito?

—En Múnich, abuela. —Pero, leches, ¿y por qué no los has traído contigo?

Sin muchas ganas de explicarse, Mel respondió: —He venido con Jimin por trabajo y ellos se han quedado en casa. Te mandan
muchos besos.

La mujer cabeceó. Le habría encantado verlos. —Eres tan puñetera como tu padre, el Ceci —cuchicheó. —Abuela..., es Cedric..., ya lo sabes —dijo Mel sonriendo—. ¿Y se puede saber por qué soy tan puñetera como él?

Poniéndose de nuevo las manos en las caderas, Covadonga miró a su nieta y al que lo acompañaba y dijo: —¿Por qué no me has llamado para decirme que venías? —Porque quería darte una sorpresa. —¿Lo ves?, ¡como el Ceci! Siempre quiere sorprenderme.

Jimin rio y entonces la anciana añadió: —Pues por querer sorprenderme, casi no tengo comida para vosotros. Si me hubieras llamado, podría haber preparado unas buenas fabes o un rico pote o unos grelos con patatas o... —Abuela..., no te preocupes. Jimin y yo nos apañamos con cualquier cosa.

Covadonga abrió la despensa e indicó: —Tengo hecho pitu de caleya y unas pocas judías verdes. También hay bollos preñaos, pastel de cabracho, algo de cabrales y fruta; ¿tendréis bastante?

Los dos intercambiaron una mirada y Jimin dijo: —Más que suficiente.

Rápidamente, la mujer se puso manos a la obra y ellos fueron a lavarse las manos, momento que Jimin aprovechó para enviar un mensaje que decía:

∆•°Ånd I Will Givë It Tö Më°•∆ ⁴ Último Libro Where stories live. Discover now