capítulo 26

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Al verme, Raquel me agarra de la mano y, con el gesto desencajado, murmura:

—Ay..., cuchu..., ay, cuchu..., ¡vámonos de aquí! —¿Qué pasa? —pregunto preocupado. —Tenemos que coger a los niños y marcharnos de aquí. —¿Por qué? ¿Qué ocurre?

Voy a moverme cuando mi hermana se lleva la mano a la boca y murmura: —No..., no entres en el despacho. ¡Ay, virgencita, qué depravación!

Según dice eso, sé lo que pasa, y se me pone la carne de gallina.
Joder..., joder..., joder...

Pongo un pie en el despacho y, con disimulo, miro y veo que me he dejado la puerta de la librería abierta al salir. ¡Maldita sea!

Raquel tira de mí. ¡Está histérica!
Como puedo, la llevo hasta la cocina para darle un vaso de agua. Pobrecita, mi hermana, con lo impresionable que es para estas cosas. Tiembla. Yo me agobio y, cuando se ha terminado de beber el vaso de agua, lo deja sobre la encimera y cuchichea: —Ay, Dios mío..., ay, Dios mío..., ¡qué fatiguita! —Tranquila, Raquel. Tranquila.

Mi hermana se da aire con la mano, está blanca como la cera y, como temo que se desmaye, la siento en una silla. —Tenía sed —empieza a explicar entonces con voz temblona—. Vine a la cocina a por agua y, al salir, oí ruido. Fui hasta el despacho y, al entrar, yo... yo vi esa puerta abierta, me asomé y... y... Ay, cuchu, ¡vámonos de aquí! —Raquel, respira.

Pero Raquel está, como decía la canción de Shakira, bruta, ciega y sordomuda, y
tiembla... tiembla como una hoja del susto que tiene.

Ay, pobrecita, mi chicarrona, ¡qué mal ratito está pasando!

Voy a por otro vaso de agua, esta vez para mí. Lo necesito. Saber que mi hermana ha visto lo que ha visto, me reseca hasta el alma. Bebo..., bebo y bebo mientras intento pensar rápidamente en una explicación que
darle cuando ella se acerca a mí y murmura: —Jungkook... Jungkook estaba con esos depravados. —Escúchame, Raquel... —No, escúchame tú a mí —insiste con la respiración entrecortada—. He... he visto algo horroroso, impúdico y guarro. Jungkook estaba desnudo y mirando, mientras Mel y Graciela estaban a cuatro patas como unas perrillas... Ay, Dios... Ay, qué fatiguita, ¡no puedo ni decirlo! —Respira, Raquel..., respira.

Pero mi sorprendida hermana no atiende a razones y, levantándose, prosigue: —Ellas llevaban unos collares de cuero negros como si fueran perros, Dexter tiraba de una correa, mientras Björn y creo que... que... César las... las... ¡Ay, Dios, qué asco! —Y, tomando aire, suelta—: Estaban follando, ¡follando como conejos! ¡Todos revueltos! ¿Cómo... cómo puedes tener amigos así?

Joder..., joder..., joder, qué mal rato me está haciendo pasar a mí también.
No sé qué responderle.

Nunca me imaginé viviendo una escena así con Raquel. Entonces, mi hermana se agacha en el suelo y se pone a llorar. Pero ¿por qué tiene que ser tan dramática?

Me agacho con ella con la intención de levantarla y la pobre, hecha un mar de
lágrimas, murmura: —Cuánto siento lo de Jungkook, cuchu..., con lo que tú lo quieres, y... y él... —Y, cogiendo fuerzas, sisea—: Ese desgraciado es un depravado, un cochino, un cerdupedo..., un... un... —Entonces grita levantándose del suelo—: ¡Ay, virgencita de la Merced! —¿Y ahora qué pasa, Raquel?

Mi hermana levanta un brazo y, señalándome con un dedo acusador, dice con voz temblorosa: —Tú... tú llevas otro collar de perrilla como los que llevan ellas... Ostras, ¡el collar!

Inconscientemente, me lo toco y murmuro mientras comienzo a sentir un picor en el cuello: —Raquel, escúchame.

El gesto de mi hermana ha pasado del horror a la incredulidad y, ya sin llorar, dice: —¿Qué... qué has hecho, Jimin? —Raquel... —¡Ay, virgencita! ¿Qué te ha obligado a hacer Jungkook?, porque juro que cojo un cuchillo y le rebano el pescuezo de lado a lado.

∆•°Ånd I Will Givë It Tö Më°•∆ ⁴ Último Libro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora