14 | El viaje a Mayfair

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14 | El viaje a Mayfair.

Jazz.

Grandes maravillas en las pequeñas cosas. Eso es lo primero que pienso al dejarme caer en mi cama para contemplar el techo de esta silenciosa habitación, después de regresar de una especial tarde en mi cumpleaños número veinte. 

Nunca supe lo que era disfrutar de esta fecha; ocho de noviembre, con una enorme fiesta y otra enorme cantidad de personas. Desde que tengo uso de razón, me recuerdo junto a mi abuela Agnes y mi perro Uggie. En mi inocencia de niño, no comprendía el por qué mis padres no lo celebraran conmigo y sólo se limitaran a decirme un «feliz cumpleaños» para luego dirigirse a sus respectivos trabajos, sin embargo, en cada una de sus ausencias, la abuela siempre estuvo para mí, aún cuando no vivía en nuestra casa. 

Su delicioso pastel Red Velvet era su primer regalo y, desde que pude ver las cosas desde otra perspectiva, supe que sólo con tenerla a ella ya era suficiente regalo para mí. Aún lo seguía considerando cuando el bullying tocó mi puerta, pero poco a poco me agrietaba y lágrimas de dolor se hicieron presente en mi vida, por ende, ya no habían sonrisas genuinas de ese pequeño Jazz en sus fechas de cumpleaños. Las sonrisas poco a poco se desvanecieron, y eso no pasó desapercibido para mi abuela. 

«Arriba, mi valiente. Abuela estará contigo en otro cumpleaños. Y no aceptará un "no" como respuesta». No podía negarme ante esos ojos que prometían una infinidad de anécdotas y rostro arrugado, producto de que los años no pasan en vano.

Un gentil nudo de garganta hace acto de presencia ante los recuerdos, así que inhalo aire de manera lenta. Mentiría si dijera que no la extraño.

El zumbido constante de mi móvil en la mesita de noche me hace estirar el brazo y ver que se trata de una videollamada de Edmond. No dudo en responder y, cuando lo hago, sonrío de manera divertida cuando aparece tomando una copa de vino con el meñique alzado. 

—¿Otra vez pasaste tu cumpleaños solo?—arquea una ceja ante mi expresión y tarde me doy cuenta de que en mis labios se encuentra una media sonrisa—. Esa cara es de alguien que ha echado un buen polvo. Enhorabuena, muchacho. 

Una carcajada escala las paredes de mi garganta.

—No he echado ningún polvo.—le entorno los ojos cuando me recupero de la risa. 

—Qué pena. 

—Pero, pasé una tarde agradable con gente agradable. 

—¡Vil traidor! Nunca me has permitido celebrar un cumpleaños contigo. ¡Siempre de ermitaño en tu cueva!—reprimo una risa cuando su inglés es muy opacado por su acento francés. Es adorable—. Como sea, ¿por quiénes me reemplazaste? Soy todo oídos.

Niego la cabeza con diversión.

—Es imposible reemplazarte. 

—Así dicen todos. 

Vuelvo a reír. 

—Heather y su familia—comento luego de unos segundos en silencio—. La pasé con ellos. 

Alza las cejas con algo de sorpresa y, pasados los segundos, me guiña un ojo. 

—¿Ya son novios? 

—No.

—Así dicen todos—le da un trago a su vino y niega con su dedo índice—. Ojo de francés no se equivoca. 

—¿Desde cuándo estás tomando? No te excedas. 

—Desde hace unas…horas. 

El contenido de su copa ya está casi terminado y Edmond hace un ademán de ir a por más. 

El poder de una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora