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No voy al restaurante a comer durante los siguientes tres días. Y lo cierto es que lo echo de menos. Echo de menos sus platos, la cálida sonrisa de Joe cada vez que me ve o las ocurrencias de Miles que siempre me hacen reír. Y también echo de menos a Tristan, aunque es probable que no quiera saber nada de mi después de nuestra última conversación.

Había perdido la cuenta de todas las veces en las que he estado a punto de ir a su casa, de disculparme, de hacerle saber que todas esas crueles palabras tan solo eran el resultado de la gran tristeza que sentía; no era justificación, pero tan solo quería que me entendiera, que supiera que no deseaba hacerle daño y que simplemente era mi culpa por tener este empeño en estropear todo lo bueno que entrara en mi vida.

Cuando entro al pequeño supermercado, estoy a punto de dar media vuelta e ir a verle. Y cuando paso por la sección de dulces y veo las magdalenas que a él le gustaban, tengo aún más ganas de hacerlo. Pero no lo hago. Así que, cuando salgo de la tienda con tan solo un plato preparado que ni si quiera me gusta demasiado, siento que debería irme ya de este pueblo. Quizás era lo mejor, al fin y al cabo. Quizás debería dejar que Tristan se quedara con la idea de que, simplemente, era una horrible persona.

Tomo el camino largo para ir a casa. Estoy pasando por una empinada calle rodeada de casas de distintos colores, cuando me cruzo con una cara familiar.

-¡Hola, Olivia! -sonríe Joe, que aunque va sentido contrario al mío, aún así se para delante de mi -. Hace ya unos días que no te veo. ¿Donde te has metido?

-He estado un poco... ocupada -respondo, porque no se me ocurre ninguna otra excusa.

-Bueno, pues espero que puedas pasarte pronto por el restaurante. Por ahí te echan de menos -asegura, aunque se me hace difícil creerlo. Y aún así,asiento con la cabeza y sonrío . Estar con Joe siempre me hacía sonreír.

-¿Vives por aquí? -le pregunto.

Él niega con la cabeza.

-Vengo de hacer una visita. Mi casa está cerca de la de los chicos.

No tengo ni idea de si sabrá lo que ocurrió con Tristan el otro día. Sabía que a él le gustaba contarle sus cosas a Joe quien siempre intentaba aconsejarle de la mejor manera. Era probable que supiera todas las cosas que le había dicho a Tristan el otro día y, aún así, seguía sonriéndome con cariño.

Estoy a punto de preguntarle que qué tal están los chicos, cuando veo que sus pequeños ojos tras las gafas se abren mucho, con sorpresa.

-¿Qué es eso? -me pregunta, horrorizado. Cuando poso mi mirada en aquello que tanto parece haberle disgustado, me doy cuenta de que está mirando el plato preparado que he comprado hace un rato. -No me digas que prefieres comer esto antes que mi comida.

Lo cierto es que el plato no tenía muy buena pinta.

-¡No, claro que no! -le aseguro y no puedo evitar soltar una ligera risa a pesar de que, al mismo tiempo, noto el calor subiendo por mis mejillas. -Pero soy una pésima cocinera. Es esto o morirme de hambre.

Joe niega con la cabeza, como si realmente estuviera indignado ante esto.

-Vamos, tira esa porquería ahora mismo -me ordena y después me hace un gesto con la cabeza -. Mientras estés aquí no voy a permitir ni que te muera de hambre, ni que comas... eso.

Y él no me da más opción que seguirle.

Cuando llegamos al restaurante, éste se encuentra cerrado. Hoy es el día en el que el personal descansa. Hoy habría sido un buen día para hacer algo con Tristan pero, por supuesto, lo había echado a perder.

Entre las flores te espero.Where stories live. Discover now