ix.

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Capítulo Noveno
-Jake-
🌸

MUCHOS AÑOS PASARON para las personas fuera del bucle de Miss Peregrine, años que fueron como apenas un parpadeo para los niños que ya habían perdido la noción del tiempo y no se preocupaban por él.

Pero ese día pasaría algo diferente, algo inusual para el alivio de todos esos que ya se estaban aburriendo de tanta repetición. Miss Peregrine le daba más miradas a su reloj de bolsillo que de costumbre, e incesantemente fumaba su pipa. Había fumado tanto que toda la casa se veía nublada debido al humo. Aún así no parecía estar preocupada en lo absoluto, sino más bien emocionada. Era obvio que estaba esperando algo con una impaciencia jamás antes vista en ella, y _____ se moría de la curiosidad. Lo peor de todo era que todos en la casa parecían saber menos ella, y les rogó durante todo el día que le dijeran cuál era el misterio o qué era lo que ocurría.

-Espera un poco, ya lo verás- decían todos. _____ estaba ciertamente molesta. Incluso Enoch parecía estar más malhumorado que de costumbre, pero no diría porqué.

Mientras tanto, en el mundo real con la línea temporal natural y sin alteraciones, un muchacho se encontraba vagando por la pequeña isla en Gales la cual había convencido a su padre de visitar con excusas de estabilidad mental y cerrar ciclos de luto.

Con las manos metidas en sus bolsillos caminó entre las ruinas de un pequeño espacio abandonado. Era como un jardín lleno de matorrales y mala hierba que impedía el crecimiento de las flores, en medio de este, una casita. La casita estaba, para ponerlo simpáticamente, hecha trizas. Tenía las ventanas quebradas, las paredes maltratadas, vandalizadas y despintadas llenas de moho y hongos. El techo de madera estaba todo lleno de humedad y se caía con la más pequeña brisa. Habían enredaderas que se deslizaban como serpientes esmeralda alrededor de los muros, y se veía tan oscuro que no sería causa de sorpresa que hubiera fantasmas ahí dentro.

El chico, como cualquier otra persona normal lo haría, en lugar de devolverse a su hotel y evitarse un posible problema, decidió entrar. Habían demasiados misterios que rodeaban esa casa, y las historias demasiado buenas para ser verdad de su difunto abuelo le rondaban la mente.

Se abrió espacio entre la maleza, y logró finalmente entrar a la mansión por medio de un ventanal roto, cuyos pedazos de vidrio residían tirados en el suelo. El joven pareció encontrarse en una especie de comedor, al menos eso fue lo que intuyó al ver una mesa rectangular rodeada de varias sillas negras por las quemaduras, algunas ya estaban vueltas polvo.

Analizando por dónde pisaba, se dio cuenta de que a sus pies estaba un marco con una fotografía. La levantó sin dudar, soplando sobre el vidrio partido para que las hojas rojizas volaran a otro lugar donde no estorbaran su visión. Pasó sus dedos sobre el cristal con el fin de quitar algo del polvo remanente, y cuando finalmente estuvo aclarado, se dedicó a observar.

Eran varios niños, todos de los cuales ya había escuchado. Estaban vestidos de manera anticuada, bueno, después de todo la fotografía había sido tomada en los años 40's en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial. La duda se apoderó de la mente del moderno chico, ¿habían sido sólo historias? ¿Los niños peculiares, cuyas anécdotas habían protagonizado sus historias para dormir de niño, en verdad habían existido? ¿Todo era producto de la imaginación (o trauma de la guerra) de su abuelo?

Sus oídos escucharon el sonido de las agujas de algún reloj señalando los segundos que transcurrían. El chico frunció el ceño, encontrando en el piso un reloj polvoriento que milagrosamente aún funcionaba. Lo ignoró y siguió con su exploración.

Subió unas escaleras, sus pisadas provocaron sonidos de madera crujiendo y plantas aplastándose. Se apoyó en la pared para no caer, sus grandes ojos celestes estaban rebosantes de curiosidad y extrañeza. En el segundo piso estaban lo que parecieron haber sido en algún momento habitaciones. Había colchones quemados y con el relleno y resortes salidos, armarios hechos trizas, y un cuarto en particular estaba lleno de frascos e instrumentos quirúrgicos ya oxidados y viejos.

Retrocediendo unos pasos, vio algo en el rabillo de su ojo. Al desviar su mirada, se sobresaltó al ver una silueta que lo observaba fijamente, era la silueta de una chica cuyo rostro era invisible al estarle dando la espalda a la luz. El corazón del muchacho dio un salto por la impresión.

-¿Abe?- ella habló. Su voz, suave y aireada, sonaba confundida, y casi esperanzada. El joven frunció el ceño, reconociendo que el nombre salido de los labios de la chica era el de su abuelo fallecido.

Sintiendo repentino miedo, el chico echó a correr. Bajó las escaleras apresuradamente con el corazón en la garganta. Se dio otro susto al ver la cabeza dorada y rizada de una niña asomándose por una columna, rápidamente volviéndose a ocultar al ser vista. Junto con ella, dos rostros blanquecinos e inquietantes también parecían estar espiando, mientras que en el piso de arriba, se oían pasos pesados y bruscos que provocaban que el techo comenzara a desmoronarse poco a poco.

Corrió de nuevo, desesperado por encontrar la salida. De manera frustrante, e incluso algo tonta, se tropezó, y terminó dándose un golpe en la cabeza tal que se desmayó y quedó tendido sobre una pequeña montaña de tierra.

-🌸-

Un par de ojos, claros como el cielo de madrugada, se abrieron abruptamente. Se tardó un tiempo en darse cuenta de lo que ocurría, así como también recordar qué había pasado. Alguien lo cargaba, estaba seguro, pues su cuerpo estaba acomodado sobre un hombro y rebotaba con cada paso. Lo que no le cabía en la cabeza era que, al mirar hacia abajo, los pies de quién lo cargaba eran como los de una niña pequeña, llevaba medias blancas y zapatos del mismo color, demasiado pequeños como para pertenecer a un adulto, y mucho menos uno los suficientemente fuerte como para llevarlo con tanta facilidad.

De repente se sintió a sí mismo ser arrojado al suelo, cayendo duramente y golpeándose un poco, aunque nada demasiado grave como para dejar un moretón. Se levantó rápidamente, no molestándose en limpiarse el polvo de la ropa, sino mirando fijamente al grupo de niños que ahora lo observaban a la entrada de una cueva.

-Son ustedes- dijo boquiabierto, sus ojos estaban abiertos en sorpresa. En verdad existían. Los niños peculiares de los que tanto había escuchado por parte de Abe Portman estaban frente a él. Señaló con una sonrisa a la chica rubia de vestido celeste, que de todos, era la que lo observaba con particular desagrado -Tu eres Emma- reconoció entre suspiros contentos, desviando su vista a los demás -Los gemelos... ¡Y Olive y Bronwyn! ¡Ah, y Millard!

Millard se levantó el sombrero. Si Jake hubiera sido capaz de verlo, habría notado su sonrisa.

-Pero- de repente dudó -Ustedes están muertos...

-No lo estamos- argumentó Millard.

-¡¿Estoy muerto yo?!- se exasperó el adolescente, de repente sintiendo que le faltaba el aire.

-No- Emma frunció el ceño. Jake reconoció su figura como aquella que lo había llamado por el nombre de su abuelo.

-Tu me llamaste Abe...- murmuró en un trance de confusión.

-Te confundí con él- se excusó la rubia evitando su mirada -Antes de que empezaras a gritar, para luego correr y golpearte la cabeza.

-No entiendo ¿qué está pasando?

-Debemos esperar a que no haya nadie para poder entrar al bucle- explicó Emma, mientras Olive se acercaba a Jake y tomaba su brazo para guiarlo a la entrada.

-Nunca sabes quién podría estar mirando- murmuró Olive, su mirada trasladándose incesantemente de izquierda a derecha en un pequeño momento de terror.

Fue entonces, que entre preguntas infinitas acerca de los cómo y los porqués, los peculiares encaminaron a Jake a través de la cueva sin mayor explicación que la que Miss Peregrine le daría más adelante en su aventura al bucle de 1943.

 𝙴𝚕 𝙷𝚘𝚐𝚊𝚛 𝚍𝚎 𝙼𝚒𝚜𝚜 𝙿𝚎𝚛𝚎𝚐𝚛𝚒𝚗𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝙽𝚒ñ𝚘𝚜 𝙿𝚎𝚌𝚞𝚕𝚒𝚊𝚛𝚎𝚜 || 𝔈𝔫𝔬𝔠𝔥 𝔒'ℭ𝔬𝔫𝔫𝔬𝔯Where stories live. Discover now