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XLV

Keiler salió del agua un rato después, cuando sus dedos estuvieron arrugados y el cuerpo comenzó a resentirse por estar en la misma posición durante mucho tiempo.

Abrió el mueble a un lado y manoteó una toalla que usó para secarse a las rápidas antes de enrollarla en su cintura. Se paró frente al espejo y miró su reflejo un instante, sin tener esa necesidad bien conocida de decirse cosas para enaltecer su sagrado ego. Realmente no se sentía de humor para decirse lo grandioso que era, porque, en realidad, no creía haber hecho nada grandioso en las últimas horas.

—¿Keiler? —los golpecitos suaves en la puerta y la voz de Sam le hicieron moverse hasta allí. Cuando abrió la puerta, se encontró con la mujer ya vestida con un pijama mientras sostenía una mochila. Sam rápidamente enrojeció con escándalo cuando lo vio —. ¡Ponte ropa, desubicado!

—Tú la tienes —excusó aburrido. No entendía el escándalo de ella —. ¿Por qué reaccionas así? Pareces colegiala.

—Idiota. No es de mi gusto ver a otras personas desnudas. Tengo pudor, y evidentemente tú careces de él —se quejó tirándole la mochila contra el pecho. Keiler sonrió burlón —. Date prisa. Daniel está esperando. No sabe si te irás con él o qué.

—Dile que hoy me quedaré aquí.

Sam parpadeó como un búho, claramente confusa.

—¿Disculpa?

—Me quedaré aquí hoy —repitió como si nada.

—Es mi casa.

—Ajá. ¿Y?

—¿Cómo qué “¿Y?”? Ni siquiera me pediste permiso —reclamó con mala cara, indignada —. Olvídalo. Le diré que te espere porque definitivamente no vas a quedarte en MI casa.

Dio la media vuelta y comenzó a caminar por el pasillo. Keiler se asomó y sonrió ladino.

—De acuerdo, dile que me iré con él. Y yo que pensaba contarte lo que pasó con Andrei…

Se quedó en el lugar mientras abría la mochila y veía su ropa bien doblada en el interior. No le sorprendió cuando Sam estuvo frente a él otra vez, ya sin la expresión indignada de antes.

—Solo por hoy —accedió.

—Así que te gusta el chisme. Increíble —se burló.

—¡Soy detective, estoy acostumbrada a indagar y saberlo todo! —exclamó ruborizada. Exhaló molesta antes de irse otra vez.

Keiler sonrió y cerró la puerta del baño para poder vestirse. Solo le faltaba el calzado, pero suponía que no habría problema si ponía las zapatillas a secar para mañana.

Secó un poco más su cabello antes de salir y bajar la escalera. No había rastro de Daniel, solo estaba Sam acomodada en el sillón grande, sosteniendo una taza humeante. Había otra sobre la mesita.

Cuando ella lo vio aparecer en la sala le sonrió sospechosamente y palmó el lugar vacío.

—Daniel dijo que le avise mañana para venirte a buscar. ¿Por qué no tienes un celular? —preguntó extrañada cuando Keiler se acomodó y agarró la taza.

—Para que la policía no me rastree. Gajes del oficio —explicó vagamente. Hizo una mueca cuando le dio un sorbo a su té —. No le echaste azúcar.

—Le eché dos cucharadas.

—¿Dos? No me jodas —se quejó —. Me gusta muy dulce.

—Te hace mal, Keiler. Tendrás diabetes.

Malvado | BL © ✔️Where stories live. Discover now