14

2.9K 317 34
                                    

XIV

Keiler llevaba un rato sentado en la silla a un lado de la cama, en silencio y solo observando al hombre recostado bajo las mantas. Richard lucía tan enfermo como estaba, y Keiler sabía que el corazón del hombre no aguantaría mucho más.

Jugó con las mangas de su suéter de lana color beige y cruzó una pierna sobre la otra sin emitir sonido, solo esperando que algo sucediera.

Al final, el hombre despertó y no demoró en notar su presencia. Sonrió débilmente, y Keiler le correspondió desde su posición, sin moverse un centímetro.

—¿Cuánto llevas ahí?

—Lo suficiente.

—Supongo que sabes que no me queda mucho —afirmó —. Tú siempre tuviste facilidad para saber esas cosas. Puedes ver a la muerte de cerca.

—Quisiera no hacerlo, y menos contigo. No es lindo verte así —admitió sin emoción.

—No hay nada que me haga lamentar la vida que tuve, ni siquiera el haberte recibido como un hijo. Has sido excepcional, Keiler, y saber que vas a quedarte al lado de Henry para cuidarlo hace que me vaya tranquilo —dijo, con voz suave, casi inaudible.

Keiler miró sus manos un momento, distraído mientras pensaba en el hijo de Richard, quien quedaría a cargo de todo. Sinceramente, no estaba seguro de quedarse, no creía ser necesario. Henry era igual a su padre. Tenía entendido que en plena adolescencia Richard lo mandó a estudiar a Estados Unidos, y que jamás estuvo alejado del ambiente peligroso y exigente que conllevaba ser hijo de un narco mafioso. Conocía todo, y eso incluía el saber cuidarse solo.

Richard le había pedido, hacía un tiempo, cuando se descubrió su enfermedad al corazón, que se quedara con su hijo y fuera su hombre de confianza, tal y como había hecho con él. Porque Keiler, en el momento que conoció aquel mundo, fue sumamente leal y jamás dudó de nada, y el hombre nunca había estado tan satisfecho y contento con alguien.

El jefe no volvió a preocuparse por quién podría atacarlo por la espalda, porque tenía un perro guardián que no dejaba pasar nada, ni perdonaba tampoco. Y pretendía que su único hijo estuviera igual de tranquilo sabiendo que Keiler lo protegería.

—Hijo, ¿por qué estás dudando? —preguntó Richard, notando el silencio y la postura dubitativa de Keiler —. ¿Hay algo que quieras hablar conmigo?

—No creo que Henry me necesite —confesó, mirando al rostro envejecido y demacrado del hombre —. Te encargaste de enseñarle todo lo que sabes. Tendrá tu imperio y estará acompañado por personas que darán la vida por él. No me necesita.

—Ninguna de esas personas tiene la confianza de Henry.

—Yo tampoco.

—¿En serio? —inquirió, con una sonrisa divertida —. Keiler, ¿de verdad crees que no sé sobre ustedes dos? Desde que mi hijo llegó, no se ha despegado de ti. Está obsesionado contigo. ¿Crees que estará de acuerdo si decides irte?

—Mi decisión no depende de él. Puedo irme si quiero.

—¿Y a dónde irías? ¿Conoces más que esto? Llegaste siendo un adolescente y desde entonces no has conocido nada más. Si quieres irte, hazlo, le diré a Henry para que no te detenga, pero el mundo exterior no es lo mismo que aquí. En este mundo tú estás sentado al lado de Dios, allá afuera serás igual al resto, y sé muy bien que tú odias ser igual a los demás. Solo piénsalo. Quedarte al lado de mi hijo es lo mejor para ti.

Malvado | BL © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora