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XXXIII




Andrei notó inmediatamente la presencia policial cuando él y Sam cruzaron la puerta del hospital. Aun así, actuó como un civil más y no se detuvo a preguntar por qué. Ya podía hacerse una idea.

—Con lo que sucedió decidieron reforzar la seguridad, por si acaso —dijo Sam cuando entraron al ascensor —. Ya todos saben que Keiler está aquí, y conocen lo bueno que es para escapar.

—¿De verdad creen que va a escapar en su condición? —observó Andrei con indiferencia —. Está en coma. Incluso si despertara no podría irse del hospital sin ser visto. Deben estarlo vigilando veinticuatro horas, tanto médicos como policías.

—De hecho, sí, y eso me preocupa.

—¿A qué te refieres?

—Emilie puede no ser la única que cree que Keiler debería morir. Pueden haber otros médicos, incluso los mismos policías que custodian la habitación podrían intentar algo —explicó cautelosa —. Muchos son corruptos. Pueden recibir dinero de alguien, alguna persona con mucho poder. No tendrían que hacer gran cosa. Lo desconectan del respirador, o hasta pueden inyectarle algo. Keiler no se puede defender, así que cualquier persona pone en riesgo su vida ahora mismo.

Andrei le apartó la mirada. No le dejó tranquilo escucharla, porque Sam tenía razón. Era peligroso que Keiler estuviera en un lugar tan concurrido, en donde cualquiera podía entrar.

—Qué loco, ¿no? —habló ella nuevamente, sonriendo con gracia —. Un día estamos haciendo de todo para encerrar a Keiler, y al día siguiente estamos preocupados por él porque pasó de victimario a víctima. Qué locura.

También sonrió, aunque con menos ánimo cuando pensó en ello.

—Ahora mismo no pienso en nada. Solo quiero que despierte.

Salieron apenas las puertas se abrieron. Había mucho personal deambulando, y nadie se fijó en ellos.

Solo una persona.

—¡Andrei! —llamó Emilie, acercándose a paso rápido. Ella le sonrió igual que siempre, pero él no lo hizo —. Ya saliste. Qué bueno.

—Hablaré luego contigo —fue lo único que dijo antes de retomar el paso y seguir a Sam.

Ella se dirigió a un médico joven que la saludó amistoso.

—Samanta. En cualquier momento empezarás a dormir aquí —bromeó, provocando una risita avergonzada en la mujer.

—Esta vez no vine por mí —avisó, y lo miró a él —. Él es Andrei, y quiere ver a Keiler.

—Mucho gusto —saludó estrechando su mano —. ¿Es familiar?

—No —dijo, aunque hizo una mueca cuando un pensamiento llegó de pronto —. Podría decirse que es mi casi “algo”.

—Su casi algo —repitió el hombre, luego miró a Sam —. ¿Le dijo todo lo que le he dicho?

—Sí. Más o menos. Soy detective, no doctora —agregó —. No manejo los conceptos de ustedes.

—Acompáñeme —invitó a Andrei.

Samanta se hizo a un lado y con unas rápidas señas le dio a entender que esperaría ahí.

Siguió al hombre por el pasillo hasta llegar a la puerta custodiada por dos policías. Ellos lo saludaron cuando pasaron entre ambos.

Apenas vio a Keiler, postrado en la cama, con el respirador y algunas intravenosas, no supo realmente cómo sentirse. No esperó que la imagen real fuera tan impactante, porque había imaginado cómo podía estar pero distaba de lo que tenía enfrente.

Malvado | BL © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora