—Llegamos —susurra Fidel.

Abro mis ojos y noto que estamos estacionados frente a la escuela. Sin decir nada bajo del auto y comienzo a caminar hacia el edificio con la esperanza de que nadie me moleste. No quiero hablar con nadie, solo quiero que el día pase rápido. Llegar a casa y dormir todo el día.

Escucho la alarma del vehículo ser activada y luego los pasos de mi amigo alcanzándome. Reduzco un poco el paso y caminamos en silencio la corta distancia que nos separa de los demás alumnos. Llegamos al patio principal y entonces lo más extraño ocurre. Algo que no había pasado antes.

Un grupo de chicas demasiado sonrientes nos acorrala.

—Hola —saludan las tres al mismo tiempo.

—Uh...

—Hola —responde mi amigo—. ¿Qué tal?

Las tres sueltan risitas y yo me pongo algo incómodo. Giro hacia mi amigo y señalo la entrada con mi cabeza, diciendo sin palabras dónde estaré. Él asiente en acuerdo, pero antes de que pueda irme, una de ellas me corta el paso.

Es pequeña, pero lleva demasiado maquillaje y parpadea varias veces como si tuviera algo en ambos ojos.

—Am...

—Soy Jessica —dice sonriendo.

—Asier.

—Lo sé.

Vuelve a reír y le lanzó una mirada a Fidel pidiendo ayuda cuando me doy cuenta de que Jessica está coqueteando conmigo, sin embargo él está demasiado enfrascado en una conversación con las otras dos chicas.

—Eh... ¿puedo ayudarte?

Ladeo mi cabeza y entonces sus ojos comienzan a bajar por mi cuerpo estudiándome. Si antes me sentía incómodo ahora me siento violado.

—Solo quería saber si tienes planes para este fin de semana y si no te gustaría... Uh, salir conmigo.

Mis ojos se abren como platos y miro a ambos lado en busca de una vía de escape, y entonces la veo. A Nai. Viene con Kea, su cabeza está gacha y su rostro escondido tras una cortina de cabello rojizo.

—Yo... no puedo —susurro sin despegar mi vista de ella.

La chica frente a mí sigue mi mirada y hace un ruido en el fondo de su garganta.

—Escuché que terminaron —dice.

Mis ojos vuelan a los suyos y enarco ambas cejas con asombro. No cabe duda de que las noticias vuelan rápido.

—Es complicado —explico dando un paso hacia atrás, queriendo alejarme de ella.

—¿Entonces eso es un no?

—Lo lamento.

Ella sonríe triste y sacude la cabeza.

—No importa. Me alegra saber que... Eh, que no eres gay —murmura.

Antes de que pueda decir nada, el timbre suena y ella corre al interior. Yo me quedo confundido y con el ceño fruncido cuando Fidel se acerca.

—Vamos —dice.

Comenzamos a caminar hacia adentro y entonces le pregunto.

—¿Sabías qué creían que era gay?

Una profunda risa escapa de él y lo miro con los ojos entornados.

—¿Apenas te das cuenta? —Palmea mi espalda y entonces entra a nuestro salón sin dejar de reír.

***

Así pasan los días siguientes. Lentos y dolorosos. Eternos sin noticias de ella más que las veces donde la veo en la escuela. Lo peor es que hemos vuelto a lo de antes, pero ahora no son nervios ni timidez. Es dolor y culpabilidad.

Desvía la mirada cuando me atrapa viéndola. Mis palabras son torpes cuando, por algún motivo, nos encontramos. Balbuceos míos sin sentido, tartamudeos rápidos por su parte.

¿En qué momento comenzamos a sentirnos tan incómodos el uno con el otro?

Miro la hora en mi celular y rasco mi nuca. Veinte minutos más y la clase termina. Veinte minutos más y las vacaciones comienzan. Un largo mes en el que Naira tendrá bastante tiempo para pensar. Toda una eternidad.

¿Debería irme mentalizando que ya la he perdido?

Abro mi libreta y comienzo a dibujar en el borde de la hoja. Por más que trate de poner atención a lo que dice la maestra no logro concentrarme. De repente es como si todas las clases las dieran en alemán, ruso o chino mandarín.

—Disfruten sus vacaciones, chicos. Y no olviden la tarea —agrega cuando todos los alumnos se ponen de pie y toman sus útiles.

Cuando salgo al pasillo noto que ya casi está vacío. Mi profesora siempre imparte hasta el último minuto de clase mientras que los demás maestros dejan salir diez o quince minutos antes.

Una vez en el patio me siento en una banca y espero a que mi papá pase por mí.

—¿Y qué voy a hacer todas las vacaciones sin ti? —pregunta una voz que conozco.

Giro un poco el rostro y veo a Kea frente a mí sosteniendo a Naira por los hombros.

Ella susurra algo en respuesta que no alcanzo a oír y Kea la jala en un abrazo apretado.

—Igual tenemos esta noche, ¿no? Hay que salir.

Otro murmullo de Nai que no es audible y luego su amiga bufa.

—Él no te merece. No merece que estés tan triste por su culpa —señala molesta—. Tuvo su oportunidad y te dejó ir por imbécil. Ahora... —El volumen de su voz disminuye y no termino de escuchar lo que dice.

¿Está hablando de mí?

Frunzo el ceño cuando noto que Naira limpia sus mejillas como si estuviera llorando. No quiero que llore. No quiero que sufra ni sienta dolor. Solo quiero que sea feliz, aunque no sea conmigo.

El claxon de un auto suena a lo lejos y noto que Kea se despide de su amiga. Se da la vuelta y sube a una camioneta, de la cual se baja su hermano. Lo veo acercarse a donde Nai se encuentra y me obligo a quedarme sentado. Me repito mentalmente que tiene todo el derecho de estar con él si quiere, yo no soy... nada suyo.

Saco mi celular para matar el tiempo, para reprimir las ganas de acercarme a ella y abrazarla; para controlar el deseo de empujarlo y golpearlo. Odio ese sentimiento que se despierta en mí cuando los escucho hablar. Detesto sentirme tan molesto, tan... celoso.

Así pasan varios minutos. Yo tratando de escuchar algo de lo que dicen pero navegando sin rumbo por las aplicaciones de mi teléfono, el cual aprieto con demasiada fuerza en mi puño.

No es hasta que escucho cómo la voz de él va aumentando de volumen que me pongo de pie irritado. Si hay algo que no me gusta es que traten mal a las mujeres. No empujones, zarandeos, gritos o groserías, y Diego ya está gritándole.

Tiene su brazo asegurado en un agarre que parece doloroso, y juzgando por el semblante de Nai, lo es.

—¡Escúchame, Naira!

—Suéltame, me estás lastimado —pide ella con un quejido.

Es entonces cuando no puedo soportarlo más. Me acerco con un sentimiento de rabia hirviendo mi sangre y, con un jalón en su hombro, lo hago girar e impacto mi puño en su mandíbula con fuerza.


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