Capítulo XIX. La Reina Madre II

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Año 1519, Joseon.

Pabellón del Loto Blanco, zona norte del Palacio de Changdeokgung. 3er año del reinado del Rey Choi TaeHo, El Grande.





—¡Su Majestad! ¡Su Majestad!— los gritos del eunuco Han se escucharon por todos los pasillos del Pabellón, poniendo alerta a todas las Damas que servían en dicho lugar. Pues en realidad, no hacia más de un par de horas qué el Monarca había llegado al Pabellón.

En el interior, TaeHo apartó la mirada del rostro de MinTae y la posó en las puertas, receloso. Les había pedido estrictamente que no lo molestaran por absolutamente nada, en su gran anhelo por poder disfrutar de una tranquila velada en compañía del doncel.

—¡Es una tragedia!— insistió Han sin menguar el tono y volumen de su voz —¡El ejército de Qing transgredió la frontera! Un emisario de las defensas del norte le espera— anunció.

Cada vello en el cuerpo del Monarca se erizo. Finalmente el movimiento que había estado esperando que no ocurriera, había sido hecho. Joseon estaba apuntó de entrar en Guerra y no estaba muy seguro de como iba a ser tomada la noticia.

La incertidumbre se había adueñado del país durante los últimos meses y la tensión que había dominado a sus habitantes los había llevado a todos al límite.

MinTae soltó el bocadillo que había estado apuntó de llevarse a la boca y fijos su orbes en el mayor. Asustado por las palabras del eunuco de su Majestad.

Para alguien que había tenía la mala fortuna de conocer la crueldad de la Guerra y experimentar los estragos que la misma dejaba a su paso, a muy temprana, escuchar aquello no resultaba una tarea fácil.

—Su Majestad...

—No se preocupe por nada— TaeHo lo interrumpió y sin demorar mucho más tiempo se puso de pie, le sonrió y abrió la puertas —Llámalos… Qué vengan todos— ordenó —Iremos al Salón del Trono.

El eunuco Han asintió, se puso de pie y corrió hacía el exterior del Pabellón. Las misivas debían ser enviados y los señores traídos a la menor brevedad, todos en Joseon, tenían que alistarse para entrar en batalla.

Las Damas presentes, sin dudarlo, se apresuraron ayudar al Monarca con sus ropas y pronto, el Palacio pareció despertar de su sueño. Los tambores postrados en el exterior comenzaron a sonar con fuerza, alertando a toda la ciudad del peligro inminente al que se enfrentaban.

El doncel se mantuvo en silencio en todo momento, observando desde su lugar todo el movimiento, sin poder sacarse de la cabeza las imágenes del sangriento asedió a HaeJu del que su pueblo  había sido víctima un par de años atrás.

Pues pese haber sido solo un niño, los recuerdos de la gran masacre que había llevado a su pueblo a la ruina total, seguían grabados en su mente. Además había aprendido por propia experiencia que existían aun peores finales que la muerte en una guerra. La esclavitud siendo la peor de ellos, pues era una deshonra con la que muchos eran incapaces de vivir por mucho tiempo.

—Alisten al Noble Doncel Min— el Monarca ordenó.

—Como ordene Majestad— la Dama Gong le reverenció y sin dudarlo dejó que el resto de Damas terminaran de vestir al Soberano, para acercarse a MinTae.

El doncel no puso resistencia alguna cuando la mayor le incitó a vestirse y se dejó hacer. Pronto en un abrir y cerrar de ojos se encontró caminando a toda velocidad detrás del Rey, por entre los jardines y patios del Palacio.

Todas las antorchas, se encontraban encendidas y los oficiales de todas las oficinas se habían comenzado a agrupar en diversos puntos del lugar y el resto, corrían de un lado a otro llevando cosas.

An Arrogant Prince [2min] Where stories live. Discover now