Capítulo VIII. Un mar color lila.

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Año 1519, Joseon.

Aposentos privados del Rey, zona central del Palacio Real de Changdeokgung. 3er año del reinado del Rey Choi TaeHo, El Grande.




MinTae, miró las flores que yacían en el gran jarrón, sobre la mesa baja en la habitación del Rey, ese día. Usualmente no había flores ahí y cuando las había, no eran tan exóticas o llamativas dado que al Soberano no le gustaba el olor a dulce de muchas flores.

Se suponía que debía estar leyendo uno de los tantos libros que su Majestad, le había dado como obsequio con el único fin de practicará su lectura y escritura, pero el joven doncel, no podía dejar de mirar aquellas flores.

Eran realmente hermosas, coloridas y sobre todo olían dulce. Le gustaban en demasía.

Le recordaban a la casa de sus padres, a cuando era un pequeño de seis años y que no sabía nada de las "cosas malas" del mundo, del dolor de la pérdida y los deseos de venganza.

Le recordaban, los cálidos brazos de su madre y las sonrisas de su padre, pero también los gritos y el campo teñido de carmín, por los muertos de la batalla y el despojo. A los soldados, inhumanos, arrasándolo todo a su paso: mujeres y niños también.

—Haré que se las lleven, si sigues así, distrayéndote— la voz de su Majestad, hizo que el doncel saltará en su sitio y que la risa del Monarca, resonara con claridad dentro de las finas paredes de la habitación.

El más joven bajó la mirada y tenso su agarre en el grueso libro, que sostenía entre sus manos con las mejillas rojas.

No era la primera vez que escuchaba la risa del Rey, pero últimamente, el oírla le provocaba cosas muy extrañas, en el estómago.

Un hecho, que le aterraba en demasia, por el posible significado que había en ello.

Casi un año había transcurrido desde que el Rey le había abierto las puertas de su habitación y desde entonces, sus largas visitas al dormitorio del mismo se habían vuelto cosa de todos los días.

El Monarca, a pesar de encontrarse en su totalidad inmerso en la gran tensión bélica de la Guerra desatada a tan sólo unos cuantos meses, él nunca faltaba a ninguna de sus reuniones jamás: cenas, comidas o los paseos por los jardines y sus charlas sobre todo o nada.

El hombre podía pasarse varias horas sentado entre varios cojines, mirándo al doncel en silencio, cuando creía que este estaba distraído, en su 'mundo' y en sus pensamientos, pero no era así.

MinTae, estaba más que consciente de la atención que el Monarca, le daba de forma reciente. Una atención que había cambiado de una mundana admiración a algo más con el paso de las semanas.

—Lo lamento mucho, su Majestad…— murmuró el joven y apartó la vista sin embargo, no tardó mucho, en volverla a fijar en las flores.

El Monarca escaneó las flores y luego al doncel al frente suyo con demasiado detenimiento. Curioso.

Se había acostumbrado a la presencia de MinTae, que por las tardes se había encontrado añorando, acabar con sus deberes para ir a su habitación. Estaba siendo tanta su afinidad por el doncel, que era fácil olvidarse por completo de la situación, en la que se encontraba el reino durante el tiempo que estaba a su lado.

Y eso era peligroso, porque, hacia tan solo unos meses, que ya no le vía como aquel niño inocente que el hermano de la Reina, el Ministro Cha, le había dado como osbebquio sino como el jovencito atractivo, elocuente, curioso, risueño y divertido de dieciséis años, en el que se estaba convirtiendo.

An Arrogant Prince [2min] Where stories live. Discover now