CAPÍTULO 17

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Un pequeño secuestro.

—Debe dejar de sonreír. —es lo primero que digo al salir del elevador.

La guardia dentro de su pequeña cabina no dejaba de mirarme con picardía e inconformismo cuando se despidió de nosotros.

A pesar de eso, soy incapaz de no notar la actitud menos informal del sargento que acompaña sus pasos hacia los autos y vaya coche es el que enciende sus luces para recibirnos.

Es un modelo precioso. Soy malísima con nombres o años de autos, así que, de lo único que estoy segura es de su excelente gusto automovilístico.

Seguro que Justin sabría hasta el nombre de la persona que diseño el auto.

—Luces bastante impresionada. —su voz está acompañada por un aura más despreocupada. Aunque no paso por alto que ignoró mi comentario, lo que me lleva a pensar que entendió el porqué.

—Es que es un auto precioso. —halago con el rugir del motor de fondo— No lo imaginaba en un auto como este.

—¿No? ¿Qué esperabas?

—Algo más reservado y menos llamativo. —respondo, pensando en el tono rojo quemado que distingue a el vehículo.

—¿Cuantas series policíacas has visto?

—Demasiadas para ser contadas. —soy contagiada por su sonrisa, él no despeja la mirada del camino y yo no despejo la mirada de su perfil masculino.

Su nariz es recta y su mandíbula es marcada por la barba incipiente que se asoma desde su cuello sin ser muy espesa al llegar a sus mejillas.

—Sí yo debo dejar de sonreír, usted debe dejar de mirarme. —con un giro leve de cabeza conectó su mirada con la mía por breves instantes, para luego hacer un cambio con la palanca y seguir manejando como si nada.

—¿Disculpe? No lo he mirado de ninguna forma. —me defiendo vagamente de su afirmación, aunque admito que el calor comprimido en mis mejillas me resta credibilidad.

El silencio tras eso, me obliga a dispersar mi ojos hacia la ventana, observando como deja varios carros detrás con agilidad.

—¿No quiere saber mi dirección? —cuestiono —Porque está yendo al lado contrario.

—Me aprendí su dirección de memoria el primer día. No vamos a su casa.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde vamos, entonces? —por su extensa sonrisa que deja ver sus dientes blancos, entiendo que solo está jugando conmigo.

—A cenar. —ignorando mi mueca de incredulidad, sigue hablando— ya es tarde, ¿no tiene apetito?

—¿Eh? No, quiero decir, no creo que sea muy profesional ir a cenar, de hecho, estoy segura que lo correcto sería no haber aceptado que me llevara. Sargento, puede dejarme acá, estamos en el centro, no será difícil tomar el metro, sí, creo que... —

—Señorita Campell, tampoco es profesional o correcto que no obedezca a una orden directa de su superior. — me interrumpe sin más.

—Usted no me ha ordenado nada, así que... —

—Pues le ordeno cenar conmigo y olvidar por un momento el significado de los términos "profesional" y "correcto".

—Eso sería abuso de poder, no nos encontramos en la oficina, no puede... —

—Otro término para agregar a la lista. Y si no le parece suficiente el hecho de que soy su superior y le ordeno lo que debe hacer, tómelo como un secuestro de tiempo indefinido. —Su sonrisa no vacila mientras entramos al estacionamiento de un restaurante conocido de la ciudad.

—¿Secuestro de tiempo indefinido? Usted más que nadie sabe que eso no existe y debe dejar de interrumpirme, porque... —

—¿Siempre eres así de complicada?

—¿Complicada yo? Tu acabas de secuestrarme solo porque no se te pasó por la cabeza la idea de invitarme a salir y ya.

Al terminar, mis ojos están más abiertos de lo habitual y me niego a enfrentar la realidad si dije lo que creo que dije en voz alta.

—Pues sí, soy bastante complicado también, pero creo que si solo te lo pedía y ya, te negarías. —manteniendo la misma sonrisa encaprichada y traviesa de un niño pequeño, se adelanta a salir del auto y plantarse en mi puerta ofendiendo su mano.

—Me negaría porque es lo correcto. —salgo sin tomar su mano.

—¿Qué dijimos de ese término?

—Me secuestraste, no tengo el deber de seguir sus ordenes. —intento caminar hacia la salida, pero rápidamente mi brazo termina rodeando el suyo, mientras nos dirige a las grandes puestas de cristal.

—Me alegra que ya hayas aceptado tu realidad. —Con formalidad, saluda al hombre que nos recibe y tras decir su nombre terminamos sentados en una de las mesas.

—Así que, ¿mi dirección de memoria? —evito sonreír de forma costosa y sostengo su intensa mirada.

—Causaste problemas desde el primer día. No tuve alternativa.

—Buenas noches, ¿ya saben que ordenarán?

Y aunque yo no había tenido tiempo para mirar la carta, ya Erick señalaba un plato en el menú. Me fui por la segura ordenando una ensalada.

—¿Desde cuando vives aquí?

—Desde que inicié la carrera. Todo era muy poco seguro cuando decidí irme de casa.

—Sí que lo es. —Ambos sonreímos.

—¿Y qué hay de ti? ¿Sigue viviendo con sus padres, sargento? —bromeo.

—Yo me uní al ejército a los diecisiete solo para huir de casa. —Aunque hay una sonrisa en su rostro su mirada se pierde por un segundo.

—¿Por qué? —en mi tono ya no se hayan bromas.

—Esa historia no es muy alegre, Campell.

—Esta bien, en otra ocasión. —le concedo, no creo que le guste ser presionado.

—Tan rápido me invitas a salir otra vez. Creo que estas yendo muy de prisa. —Y con aquella jovial sonrisa, nos adentramos en platicas y risas.

El restaurante grita sofisticado por todos lados, la comida llega con muy buena presentación y mi estómago ruge ansioso. Todo está delicioso. Observo a una avanzada pareja a nuestro lado, quienes se sonríen y miran como cualquier escena final de un libro romántico.

—Con qué tienes el caso Franco, ¿eh? —rompe el silencio sin disimular su desagrado.

—No suelo creer mucho en eso, pero en ocasiones hay cosas que simplemente están destinadas. —Tomo un bocado de mi ensalada y sonrió.

—Yo en su lugar, jamás desearía un caso como ese.

—¿Por qué?

—No hay mucho que puedas hacer, esta casi cerrado.

—Pero aun hay incongruencias, puntos en blanco. —no comprendo las razones.

—Sí, pero en su momento fue un caso mediático, así que con el arresto de Franco y las pruebas en su contra, los altos mandos solo desean cerrar el caso. —en el proceso de su comentario, Erick dejo su cubierto en la mesa y gesticula con sus manos.

—Y entonces, ¿para qué mantenerlo en la unidad? No es esto una pérdida de recursos y energías.

—Sí, de hecho, ya este caso tiene fecha para juicio contra Enrique Franco, por eso no quería que tu lo tomaras. En unas semanas no tendrás caso. —menciona.

—¿Y si hay nuevos hallazgos?

—Señorita Campell, con todo el respeto, ¿en serio cree que a toda una unidad de policías e investigadores especializados se les ha escapado algo? —hay burla y condescendencia en su voz. Y me molesta eso último.

—Tal ves no buscaron en el ángulo correcto.

—¿Qué piensas hacer?

—Ya agendé una entrevista con el novio de la victima Julián Reyes.

—A él ya lo entrevistaron, hizo parte de los sospechosos, pero tiene coartada para la noche del asesinato.

—De él solo quiero información, conocer como era su relación con Leila y así conocerla a ella.

Erick me mira por lo que parece una eternidad no hay como identificar una emoción en sus ojos y los segundos pasan creando un caos en mi cabeza.

—Escucha, entiendo que quieras conocer a la víctima, tal vez así encuentres el ángulo que buscas para tu investigación, pero quiero que tengas en cuenta que encontrarte con alguien que fue sospechoso de asesinato sin consultarlo con tu superior es imprudente. —Tiene toda la razón y eso no hace más que provocarme molestias.

—Usted siempre está ocupado y...—

—Y tu deber ser es esperarme para consultarme cosas con esta. —no luce molesto, pero si muy inconforme, no debí hablar de más. —Ahora, ¿qué le dijiste? ¿Cómo lo convenciste para acceder?

—Le dije parte de la verdad, que somos una agencia de seguridad y yo soy un aprendiz a la que se le fue designado en caso. —aprovechando el rumbo de la conversación, decido despejar algunas de mis dudas —Por cierto, sabe ¿por qué Reyes está tan seguro de que el caso está cerrado? Si no estoy mal, se supone que este es un caso semi activo esperando juicio.

—Y así mismo es. Lo que sucede es que cuando se le interrogó este sujeto, se presentaba muy reacio a responder las preguntas, por ello, cuando se arrestó al señor Enrique Franco por el asesinato de su hija, los altos mandos decidieron pasar este caso de la policía Estatal a nuestra unidad y eliminar todos los artículos a nivel público comunicándole a las personas involucradas que el caso había sido cerrado, encontrando como único culpable a Enrique Franco.

—Por eso no encontré nada en Internet... —murmuro para mis adentros.

—Cuando el caso llegó a la unidad, yo aún no estaba presente, pero según lo que me cuenta la sargento Pussett, se le asignó a un grupo de detectives y no encontraron más pruebas que demostraran o rectificaran la inocencia o culpabilidad de Franco.

—Él me confundió con su hija. —hablo bajo, pero es suficiente para ser escuchada.

—¿Qué?

—El primer día, la primera ves que hablé con usted, fue por desacato a la orden de no interactuar con los detenidos, yo hablé con Franco, porque él me confundió con su hija Leila.

—Nunca he visto una imagen de ella, pero que su propio padre las confunda, ¿qué tanto se parecen? —luce verdaderamente intrigado por la situación.

—Según mis padres, mucho.

—¿Tus padres?

—Vivimos en el mismo pueblo, de hecho, fuimos vecinas, si la vi cuando niñas realmente no me acuerdo, a ella no la dejaban salir mucho y yo tenía mi propio grupo de amigos, siempre nos dio miedo su casa así que no hubo mucha interacción.

—¿Se encontrarán en el pueblo? —cuestiona acariciando su mentón. Mi mirada se desvía unos instantes, pero rápidamente me centro de nuevo.

—No exactamente. En una cafetería a las afueras. Por cierto, mañana tendrá en su oficina el documento de solicitud de entrevista. —sonrió ampliamente, disfrutando de su mueca de disgusto.

—¿Ya agendaste una cita con él y mañana discutiremos si yo te daré el aval para proceder? —su pregunta solo denota ironía.

—Bueno, la parte de discutir creo que podemos ahorrarla, sargento.

Su mueca contrasta de forma cómica con mi sonrisa, espero no estar pasándome, al final del día el sigue siendo mi superior.

—¿Cuándo dijo que era la cita?

—El sábado, pero todo depende, aun espero que mi sargento acceda.

—Dale suficientes razones y estoy seguro que lo hará. —El joven mesero llega en ese momento para retirar los platos vacíos de la mesa y dejar la cuenta en su lugar. Rápidamente saco mi cartera, pero Erick se adelanta y juega con la tarjeta entre sus dedos esperando el retorno del mesero.

—Paguemos a mitades. —le reprocho.

—Yo te invité. —es la única respuesta que recibo.

La velada culmina y pronto ya estoy frente a la puerta de mi edificio, como era de suponer no conocía mi dirección y tal vez lo hice dar un par de vueltas de más para estar más tiempo en su compañía.

—Gracias por la cena.

—Gracias por acceder, —lo veo dudar —no creí que lo harías.

—¿Por qué?

—Porque tú... —se corta —No importa. Que tenga buena noche, señorita Campell.

—Igual, sargento. Nos vemos mañana.

La Sombra De Tu PresenciaWhere stories live. Discover now