CAPÍTULO 3

36 5 0
                                    

Nuevos horizontes.

Intenté hablar con Mara, pero me fue imposible conseguir una respuesta coherente de su parte.

Estaba ebria.

Para mí la velada ya había terminado, pero con solo ver su emoción supe que nuestra partida no sería pronta.

Steve tuvo que leer mis pensamientos y a pesar de muchas protestas de mi parte, me encuentro de copiloto en su coche, no sin antes avisar al conductor de mi amiga que me marchaba, solo para evitar preocupaciones.

—Gracias por traerme. —mirando directo a sus ojos oscuros me regala una sonrisa —Lamento haber arruinado tu noche.

—No arruinaste nada —responde serio —. Te veo el lunes, compartimos clase.

—¿En qué te especializas?

—Antropología criminal. —sonríe y no puedo evitar contagiarme.

—Nos vemos entonces.

Me riño en el camino a mi puerta.

¿Cómo no lo vi?

No soy la persona más sociable de la clase, pero suelo notar y recordar a las personas de mi alrededor.

Reviso mi móvil sin mucha emoción, encuentro algunos mensajes de mis padres, me propongo a responderlos mañana.

Tomar me da hambre.

Hurgo en la nevera, sin dar con algo que me llame la atención. Tengo un par de opciones; pedir comida de alguna aplicación, cocinar algo rápido o desistir.

¿A quién quiero engañar?

Con una sonrisa estúpida me lanzo a la cama pidiendo una pizza en línea. Creo que hasta puedo escuchar a mamá reñirme por la comida chatarra que estoy ingiriendo a estas horas.

No tengo ganas de cocinar ahora y es fin de mes, puedo permitírmelo. Mañana tendré que organizar de nuevo mi agenda de la semana, y el lunes iré al súper mercado.

Aunque no tengo que ir a la universidad, debo surtirme temprano, porque mi trabajo no respeta días festivos.

Y sólo porque aún no llega el pedido, inicio una rutina de noche.

Reviso otra vez la página de la agencia, sin encontrar algo que no haya visto previamente. Estoy obsesionada. Dejo el móvil en la mesa y para ganar tiempo me cambio de ropa, al fin en pijama. Limpio mi rostro para no dejar ni un solo rastro de maquillaje y como siempre, tardo un poco más intentando retirar toda la máscara de pestañas. Imposible.

Cuando ya estoy más enérgica y se me ha pasado casi por completo los efectos de las cervezas, el timbre suena dos veces.

Corro con la emoción de una niña pequeña y abro la puerta con una sonrisa pequeña, pero amable.

—Buena noche. —El tipo, que no podía tener más de veinticinco, me tendió la caja, rozando a propósito sus dedos con los míos.

—Gracias. Que tenga una buena noche. —Tras dejar la propina en sus manos, quise encerrarme.

—¿Podrías darme un vaso con agua? —justo cuando cerraba por completo la puerta, su pie se interpuso.

La Sombra De Tu PresenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora