CAPÍTULO 7

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Nada muy educativo.

—Bueno, ya fue suficiente. Habla ya. Tengo cosas que hacer.

No despego mi mirada del paisaje.

La ciudad a esta altura luce preciosa, libre de carencias y males. Aunque pensándolo bien, somos nosotros el virus que infecta a el mundo a diario, somos quienes se han encargado de destruirlo sin piedad.

Nunca me gustó ser tan pesimista, pero siempre creí que las relaciones interpersonales no eran un mal necesario en nuestras vidas, pero a pesar de esto, me empeñe en tenerlas.

Me empeñe en ser amable, en estar siempre para las personas que me importan, en confiar.

Confiar.

Eso nunca termina bien.

—¡Amber! —el chillido a mi lado no me sobresalta —¿Qué demonios te sucede?

La miro a los ojos por primera vez desde que subimos.

—Me eligieron. —suelto sin más.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—En el programa —explico —, la agencia pidió otro estudiante. —por un momento casi olvido la modificación de la historia —Y me propusieron hacer parte del grupo.

Su expresión es impasible, pero gracias a esta carrera, poco a poco somos capaces de identificar ciertas micro expresiones.

Como apretar los labios, intentando canalizar cólera o adoptar una posición defensiva y crear espacio alejando el cuerpo de la fuente que se desprecia.

—¿Cuándo? —la pregunta suena amarga y contenida.

—Me lo dijeron hoy, estuve en la reunión con la agencia. —solté con el tono más jovial que tenía. —¿No hay abrazos de felicitación?

—¿Y por qué la agencia pidió otro estudiante? Nunca había pasado eso.

—Yo que sé. ¿Qué importa? ¡Lo logré! —fingí la más amplia sonrisa.

—¿Y que estándares tenían? —pregunta con una mueca de asco —No puede ser posible que te escogiera, es... —no alcanza a terminar la frase, su descontento aumenta de golpe y estalla.

La veo respirar con dificultad, apretar los puños con fuerza y soltar palabras entre dientes.

—¿Cómo pudieron escogerte a ti? No es lógico, tu apenas logras sobrevivir día a día, no tienes los recursos suficientes. Tuviste que ganar una beca para poder estudiar aquí ¡Mi padre te ayudo! ¡Gracias a mí estas aquí!

—¿Pero qué...? Tu padre me ayudó, sí, pero él no sabía que éramos amigas, nosotros nos conocimos en los pasillos y fue cuando él decidió abogar por mí. Me gané cada segundo de mi estancia aquí, y me gané ese puesto en la agencia.

—¡Tú no ganaste nada! ¡Haz tenido todo en bandeja de oro!

—¡¿Bandeja de oro?! —Adiós serenidad —Me he partido la espalda en todo momento, he sacrificado mil cosas y he soportado otras mil, ¿en serio crees que no lo merezco?

La Sombra De Tu PresenciaWhere stories live. Discover now