CAPÍTULO 12

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Dolores de cabeza.

Sabe que da miedo.

Y lo usa a su favor la mayor parte del tiempo.

Era un lugar muy iluminado. La luz luchaba contra los gruesos vidrios que se oponían en su camino. Creo que llegaron a un acuerdo. Está tan claro para sentirte segura y a gusto, pero lo suficientemente oscuro para no perder la expectativa y lucro.

Escuchar sus reglas, fue un desafío. Estar a solas con él en su oficina, fue un desafío. No comprendo el por qué de mi continúa distracción. Al principio las ventanas ganaron mi atención, pero tras pasar los segundos, me di cuenta de detalles, que seguro me ayudarían en el futuro.

Es joven.

Mi sargento, no es tan anciano de lo que parece. No creí muy profesional preguntarle su edad, pero la duda sigue persistente y se guarda en algún rincón de mi cabeza. Tal vez, que mantenga su ceño unido y una mueca de disgusto, no lo ayuda con el arduo trabajo de lucir su edad.

Le gusta ser escuchado. Está fue notoria y aprendida a la mala. Estoy más distraída de lo que me gustaría y al inicio de su discurso me fue muy fácil perder el curso.

«—Cuando esté lista para escucharme, no se moleste en dirigirse a mí. Porque yo no estaré grato a atenderla.»

Las disculpas no fueron tardadas y poco a poco se olvidó de ese infortunio, o al menos eso fingió, para terminar con el encuentro.

Casi treinta minutos después, el  discurso no terminó, fue interrumpido.

—Sargento, ya todos los reclutas están afuera, a tiempo, excepto la... —iniciaba campante la detective Dawson sin esperar más para entrar.

—Dawson. Al parecer, no deje muy en claro como me gustan las cosas. No vuelvas a irrumpir en mi oficina de ese modo. Aquí solo se entra cuando yo doy el permiso, ¿entendido?

—Entendido, sargento. Una disculpa.

—Ahora, ¿a qué vino? —su atención regresa a su escritorio mientras pregunta.

—Venía a informarle la presencia de todos los reclutas. —explica notoriamente incómoda.

—¿Excepto...? —pregunta al no escuchar la continuación.

—Nada, solo creímos que la recluta no había sido muy puntual. —me señala un poco hostil.

Tras eso, el sargento soltó una pequeña risa ahogada. Nada congruente al contexto del momento.

—Entonces, debió ser una gran sorpresa, que la nueva, fuera más puntual que usted. —con eso, creó una mueca de desagrado en el rostro de la mujer de pie a mi lado.

—Bueno, ya que todos están aquí, es hora de poner sobre la mesa las reglas. Vamos, recluta.

—No. Habla con los demás, ella se queda aquí. —sentencia con voz profunda, que te invita a no refutar.

—Pero, sargento, ese es nuestro trabajo, entiendo que haya llegado temprano y usted la este atendiendo, pero ya puedo unirse con el resto. —expone, la detective, ignorando los deseos de su jefe.

—Ya dije lo que tienes que hacer, puedes retirarte.

Al escuchar la puerta cerrarse no pude evitar fruncir el ceño y suspirar, preguntándome que tan complicado hubiese sido solo dejarme ir.

Y como era de esperarse mi poder de disimular no llegó cuando se necesitó.

—¿Algún problema, recluta? —no tardo en preguntar con cierta reprobación en el tono.

La Sombra De Tu PresenciaWhere stories live. Discover now