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Elsa se encontraba acostada sobre la dura cama de madera, con su cabello enmarañado y hecha bolita, buscando darse calor

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Elsa se encontraba acostada sobre la dura cama de madera, con su cabello enmarañado y hecha bolita, buscando darse calor. 

Pronto salió volando hacia el suelo, impulsada por la piedra gigante que cayó alado de la celda, destruyendo el muro de concreto. El polvo se esparció por el aire, restando la visibilidad y haciendo que tosiera con fuerza.

Se golpeó las mejillas para lograr despabilarse y dejar de toser. La horrible pesadilla había cruzado la línea de la realidad, podía verla pasar frente a sus ojos.

Finalmente el momento había llegado.

—¡Elsa! —vociferaron entre el mar de llanto y destrucción.

La rubia se puso sobre sus talones y comenzó a golpear la puerta con sus puños, —¡Papá aquí estoy! —respondía.

Otra piedra pareció sacudir la tierra, igualmente cerca de ella. Se desplomó sobre la madera.

—¡Resiste, Elsa! —le indicaron al otro lado de la puerta.

Un rugido resonó sobre sus cabezas. La aldea estaba aterrada con el nuevo acontecimiento.

—¡Lo que nos faltaba! —gruñó Patán, batiendo su espada en el aire.

Un destello plateado recorrió el cielo, llamando la atención de los individuos que planeaban por encima de Berk. Las rocas dejaron de caer. 

—¡La furia luminosa! —le señaló Hiccup a su padre, quien cargaba sobre sus hombros a personas inconscientes. 

Agdar logró sacar a Elsa de la cárcel, huyendo hacia donde los demás corrían. 

Temperance esquivó cada ataque, derribando a quienes se interponían en su camino. Exhaló grandes bocanadas de aire caliente con plasma, golpeando con brutalidad al enorme montón de depredadores que se echaron sobre ella. Su tamaño había aumentado considerablemente en el tiempo que estuvo alejada de su compañera, y con ello sus instintos habían alcanzado su máximo crecimiento. Era veloz, inteligente y calculadora.

Todos habían logrado salir de la mira de los dragones, refugiados en una caverna próxima al bosque. Unos se encontraban heridos, otros desmayados, y unos cuantos más con crisis nerviosas.

El jefe se encontraba con ellos, asegurándose de que estuvieran a salvos.

—Yo no... No entiendo... ¿Qué demonios pasó? —preguntó Astrid consternada, apoyada en el hombro de Harald que la ayudaba a estar de pie.

—Fue un ataque sorpresa, pero no como lo imaginamos —respondió uno de sus soldados.

—Esto fue un puto desastre, ¿desde cuándo los dragones son tan inteligentes como para planear un ataque feroz desde los aires, ah? —Patán arrojó la espada al suelo en un berrinche.

—Cada especie se encuentra en los niveles de inteligencia que tenemos registrados, pero lo de hoy ha sido completamente diferente a lo que jamás habíamos presenciado. ¿Esto es posible, jefe? —preguntó Patapez, mostrando el Libro de los Dragones abierto.

—Les dije que tienen la capacidad de razonamiento, no son sólo simples bestias —Brutacio recibió un golpe de su gemela. 

—Cállate idiota, tú sólo dices tonterías, además nunca mencionaste eso. Fue Hipo el que nos dijo eso.

—Ahora no es momento de pelear. Debemos hallar cuál era la verdadera intención de los dragones —todos se giraron para ver a Hiccup—. ¿No les parece extraño? La mayoría de las rocas cayeron sobre las casas, prácticamente nos obligaron a salir. Estaban buscando algo.

La pequeña familia Arendelle llegó con los demás, y por suerte nadie parecía tener problemas con que la rubia estuviera ahí. Aún así, Agdar intentó no llamar la atención, no quería problemas con nadie.

—Nos están buscando, debemos irnos—susurró una voz femenina, casi imperceptible, al borde del desvanecimiento.

—Tranquila, ya estás fuera de peligro. Necesito a un doctor ahora —pidió su padre, haciéndose paso entre la multitud con su hija en brazos. Se había dislocado un hombro y sangraba de sus raspones, además de balbucear incoherencias.

Algunos hicieron espacio en el suelo, la curandera del pueblo se acercó y examinó su salud. Sus pupilas estaban dilatadas, los labios resecos y murmuraba palabras que no podía comprender.

—Parece tener una pequeña contusión, sí, aquí está el golpe —explicó la anciana, masajeando el bulto sobre la cabeza de la ojiazul que se había formado por la caída.

El pobre hombre suspiró, devastado ante la situación. La frágil salud mental de su hija había empeorado significativamente con el encierro, ya no había rastro de la bella y vivaz muchacha que había criado en este pequeño cuerpo amoratado. Todo lo que percibía era un alma temerosa y tarareante que ni siquiera podía mantenerse quieta. 

Temía que Elsa no pudiera volver a la realidad, temía no recuperarla.

Se odiaba a sí mismo por no haberla sacado antes del infierno en donde la confinaron, aún si eso significaba tener que buscar otro hogar.

Hiccup inmediatamente supo de quién se trataba; —¡Elsa! —gritó el castaño, corriendo hacia ellos. Un pinchazo agudo de dolor y culpabilidad se instaló en su pecho al olvidarse por completo de ella en una situación tan peligrosa como esta. 

Astrid no pudo evitar soltar un gruñido de molestia, del cual su círculo más cercano se había percatado.

—Papá. vienen por nosotros, está aquí, debemos alejarla de ellos, debemos salvarla —parloteaba la ojiazul en medio de sus delirios. Su padre le cubrió la boca para que no siguiera hablando. 

—Guarda silencio, hija —le dijo al oído, pero fue en vano. Grandes ojos verdes los había observado.

—¿De qué está hablando la loca ahora? —burló Brutilda, riéndose a la par con sus amigos.

El jefe pareció saber dónde podría encontrar las respuestas de este ataque: —Cállense —se acercó Estoico a donde la habían recostado para tratar sus heridas—. Elsa, ¿sabes qué está pasando? ¿Por qué hicieron esto?

—¿No lo recuerda, jefe? —Elsa giró su cabeza para verlo, con una sonrisa floja y los párpados entrecerrados—. Apareamiento.

"—Las dragonas hembras logran ser ubicadas por los machos de su misma especie. La furia luminosa sigue este patrón, ¿pero sabes cuál es la diferencia? Que no solo los furias pueden olfatearlas, también los de otras especies. Eso las pone en total desventaja".

Pronto cayó en cuenta del peligro en que estaban expuestos.

—Ella impregnó sus feromonas en mí mientras la cuidaba, por eso volvió... Para sacarme de aquí antes de que ellos me encuentren —todos se enmudecieron ante la declaración.

—¿Qué?

—Han pasado tres meses desde que el huevo eclosionó —con esta información, Patapez pudo localizar en el Libro de Dragones la información que requerían conocer.

—Jefe... —Estoico caminó a él, arrebatándole el libro—. Inició la etapa de su reproducción. 

—¿Ahora qué va a hacer, jefe? ¿Encerrarme? —Elsa estalló en risas, rodando por el suelo.

Touching the stars | PARTE IWhere stories live. Discover now