La guerra con los dragones al fin había acabado, Elsa sintió que ya respiraba con tranquilidad. Estoico el Vasto, el jefe de la tribu, había prometido que ya jamás serían perturbados por esas bestias salvajes, que de ahora en adelante sólo habría pa...
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Sus ojos chocaron con la mirada verdosa de su amado, y lágrimas corrieron por sus mejillas. No pudo soportar más su pesar, y agachó la cabeza, limitándose a observar sus rodillas ensangrentadas.
—¿Qué es lo que están haciendo? —gritó, caminando hacia Astrid.
—Un juicio, ¿qué más? —respondió con simpleza.
—¿Pero por qué a Elsa? ¡Ella no ha hecho nada malo! ¡No tienen por qué tratarla así! —señaló las condiciones en la que la platinada estaba.
—¿Estás seguro, Hipo? —la rubia le miró molesta, con una ceja arriba.
Después de todo, seguía creyendo que era una santa. Patético.
—Hijo, ven por favor —pidió Estoico, presentía lo mucho que esto le afectaría. Después de todo, habían hecho conexión el uno al otro esas últimas semanas.
—Pero padre... —Elsa no podía seguir sin decir nada, temía que en cualquier momento el joven se echara de cabeza ante todos, así que lo interrumpió.
—Detente por favor. Ya no intervengas en esto. Sí, yo hice todo eso.
La gente murmuró toda clase de cosas.
—¿Pero qué? ¿Elsa, qué estás haciendo? —el castaño intentó acercarse, pero los compañeros de Astrid no se lo permitieron.
—Rescaté un dragón –y levantó el mentón, forzándose a no mostrar ningún sentimiento en su rostro–. Un día como cualquiera, fui a trabajar a la playa. Había un fétido olor en mi bote, y ahí encontré el huevo. Lo lavé, y lo traje a casa, lo escondí en mi habitación.
—Tu padre, el señor Agdar, ¿no sabía nada al respecto? —preguntó el jefe.
—No –mintió–. Él se encontraba enfermo cuando sucedió, ni siquiera se dió cuenta de lo que pasaba conmigo.
—¿Eso fue antes o después de que encontramos el cadáver en la playa? —Astrid fue quien formuló la pregunta esta vez.
—Antes.
—Lo sabía, sabía que ocultabas algo —y golpeó la mesa con su puño, reprimiendo el coraje que sentía.
Por otro lado, Hiccup sentía que en cualquier momento se desmayaría.
Agdar presenciaba todo en silencio mientras se limpiaba las lágrimas. No podía intervenir, Elsa estaba aceptando toda la culpa para no afectarlos. Su única preocupación era que Hipo no pudiera ver esa intención.
—No sabía absolutamente nada sobre ese dragón, nunca en mi vida había interactuado con ellos. Por eso acepté entrar a equipo de entrenamiento, así podría reunir informacion.
—¿Pero no te fue suficiente, verdad? Por eso decidiste acercarte a nosotros —lo que vendría a continuación le cortaba la respiración de una forma que lograba quemarle la nariz y la garganta.
Lo más difícil está por llegar.
—Eres muy reservada, y jamás te caí bien, no eras una opción segura —fingió una lánguida sonrisa.
Hacerles creer a todos que lo hizo sola.
—Já –bufó Astrid, cruzándose de brazos–. Así que tu amistad con Hipo no era genuino ni sincero.
Respiró profundo, y movió su cabeza.
—Te utilicé Hipo. En cada oportunidad que tuve, te utilicé. Te saqué toda la información que me interesaba, te hacía un lado, y si tenía más dudas, lo volvía a hacer, casi como un ciclo.
Su corazón golpeaba las paredes de su caja torácica con fiereza, no podía creer la naturalidad con la que las palabras salían de su boca, sin emociones, sin una pizca de remordimiento.
Pero eso no era más que una máscara, porque muy al fondo, todo estaba ardiendo en llamas y agonía.
Tienes un gran futuro por delante, Hipo. Y no quiero ser la persona que lo arruine todo. No quiero que la historia se repita.
Un recuerdo fugaz pasó por su cabeza, un retrato descuidado y viejo de sus padres.
Mi padre lo dejó todo por mi madre, y mira cómo acabó la historia. ¿Realmente estás dispuesto a perderlo todo sólo por mí? No lo creo...
—Lo siento, jamás creí que esto se saldría de mis manos. Siento haberte arrastrado a este problema —puso sus manos en el piso, y se inclinó todo lo que pudo, en dirección a Hipo y al jefe Estoico.
Era su forma de suplicar perdón.
El ojiverde no pudo más con sus emociones, y se desplomó al suelo. Astrid alcanzó a tomarlo del brazo antes de que se golpeara la cabeza.
Elsa cerró los ojos y mordió sus labios para no permitir que se le escapara algún sonido. Debía mantenerse convincente con sus palabras y sus acciones.
—Enciérrenla, más tarde dictaremos su sentencia. El jefe debe tomar decisiones.
—Sólo quiero pedir una cosa –la platinada alzó la voz–, quiero despedirme de mi padre —Estoico asintió, otorgándole permiso para hacerlo.
Con la ayuda de Harald se puso de pie. Caminó a su padre, y nuevamente se hincó, apoyando la frente en el piso, humedeciendo la zona con su llanto.
—Te he decepcionado, papá. Lamento la vergüenza que te he hecho pasar, por favor no me odies —rompió en llanto. Ya no podía ocultar más sus sentimientos.
Agdar se agachó a la altura de su hija, y la abrazó.
—No tienes que hacer esto sola. Podemos encontrar una solución juntos —susurró, permitiéndose ser débil.
—Fue mi equivocación, no tuya ni de Hipo. No quiero involucrar a más personas en esto. Por favor, apóyame —respondió de vuelta.
—El tiempo se acabó —alguien gruñó detrás de ella, jaloneándola del brazo.
No protestó, pues eso sólo haría que le tuvieran más coraje.
La arrastraron fuera del salón, volviendo por donde habían pasado minutos atrás.
Sin quitarle las esposas, la tumbaron de vuelta a la destartalada habitación donde despertó. Metió las manos antes de que su rostro fuera golpeado.
—Solo son dos comidas al día, mantente alerta cuando el guardia venga, o se comerá tu comida —una risilla burlona acompañó la frase.
La puerta finalmente se cerró, una inmersa oscuridad se instaló sobre Elsa.
Suspiró con pesadez, con su último esfuerzo se arrastró hasta la cama, subió a ella, y se hizo bolita, cubriéndose con la descosida manta. No tenía frío, pero no podía dormir sin algo que la tapara.
¿Hasta dónde hemos llegado? Una aberrante humillación.