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Transcurrieron varias semanas desde que ocurrió el incidente con Astrid

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Transcurrieron varias semanas desde que ocurrió el incidente con Astrid.

Después de haber acabado con sus deberes, Elsa se dirigió al acantilado, donde se sentó un poco antes de la orilla, y empezó a pensar en cómo soltar al dragón sin que éste volviera a la aldea.

Pero simplemente no se le ocurría nada.

En el tiempo que convivió con Temperance, pudo aprender un poco de los dragones, pero era información muy vaga y superficial, no estaba segura que aquellos trucos que aprendió pudieran aplicarse a otros dragones sin perder una extremidad en el intento.

Suspiró, pensando que quizás sólo debía hacerlo, explicándole de alguna forma que ya no contaría con ella en un futuro y que debía cuidarse sola.

Eso sólo le hacía sentir mal. Era como si abandonara a un bebé a su suerte en un bote que se dirigía al mar.

"—No compares situaciones –le había dicho su padre, cuando ella quiso convencerlo para que cambiara de opinión–. Su instinto es el que les permite sobrevivir. Dejaste que lo desarrollara cuando estaba afuera, así que no debería serle difícil".

Y el tiempo no estaba de su lado. Debía sacarla antes de que el clima empeorara todavía más.

—Ella deberá buscar un refugio antes de las primeras tormentas del invierno. Dios, ¿por qué es tan complicado? —gruñó.

—Lo mejor será hacerlo en uno de estos días —habló alguien a sus espaldas.

No tuvo que voltear a ver para saber de quién se trataba.

El castaño tomó lugar alado de ella.

—Es lo que pensaba, pero el solo hecho de saber que ya no estará más conmigo, me hace sentir miserable —se asinceró.

—Entiendo, pero estás haciendo esto por su bien. No estarás siempre para protegerla.

—Lo sé —lloriqueó, dejando caer su cabeza en el hombro del muchacho.

Los dos se mantuvieron callados por unos minutos, hasta que finalmente la rubia tomó una decisión.

—Lo haré hoy en la noche —dijo, con un toque de determinación en su voz.

—Puedo acompañarte si quieres —rápidamente el muchacho se ofreció como ayuda.

—Puede ser peligroso, no quiero tentar al destino.

—¿Estás segura que puedes hacerlo sola? No sería ninguna molestia para mí ir.

—No, me encargaré yo misma —se negó, cambiando su postura a una recta.

—Está bien, si cambias de idea, avísame.

Una voz a lo lejos pareció gritar el nombre de Hiccup. Por lo que no pudo hacer de oídos sordos a la segunda llamada.

—Bah, creo que es Bocón. Debo irme, tengo muchas tareas que hacer y si no las hago van a echarme a patadas del trabajo —se levantó sobre sus tobillos y sacudió sus pantalones para deshacerse del polvo.

—Anda, no te sobreexijas mucho —Elsa imitó sus movimientos poniéndose de pie.

—Mañana nos vemos —el ojiverde colocó una mano sobre la mejilla rosada de la chica, y acercó su rostro al de ella, depositando un corto beso en las comisuras de sus labios.

Después de que Hiccup se alejara, la platinada se dispuso a marcharse hacia su casa. Lo que no sabía, es que alguien estaba tras ella, siguiendo sus pasos muy de cerca.

[...]

Pasada la media noche, la ojiazul salió de su cama, se puso una chaqueta enorme de piel, se colocó las botas que utilizaba para ir a trabajar y se colgó una bolsa donde tenía todo lo necesario para poder andar en la oscuridad.

Era el momento.

Despertó al dragón que yacía dormido abajo de su cama jalándolo de la cola, y tomó de su mesita de noche el aza de un plato donde reposaba una vela encendida. Guiándose con la tenue luz a la salida de su habitación.

Podía escuchar los latidos desbocados de su corazón resonar atrás de su nuca, no había podido siquiera pegar el ojo las horas anteriores. Sentía un profundo miedo al futuro incierto de la furia luminosa pero no le quedaba de otra, no soportaría la idea de verla asesinada a manos de los vikingos que habitaban la misma isla que ella.

—No hagas ruido, saldremos afuera —le susurró a Temperance, que pareció entender sus indicaciones.

Decidió no avisarle a su padre lo que haría, entre menos supiera, menor sería el riesgo de ser atrapados. Además, no quería que se desvelara, ya no es más un hombre joven, debía empezar a cuidarlo.

Asomó su cabeza fuera de la casa, y se fijó a ambos lados, verificando que no hubiera nadie rondando por ahí. Al estar segura, abrió por completo la puerta y dejó salir a la dragona, que también caminaba precavida.

Ambas avanzaron hacia el bosque: el lugar más alejado de la isla.

Lo único que sus oídos podían percibir eran las ramas quebrándose bajo sus pisadas, los siseos de los animales nocturnos y las ramas moviéndose que parecía susurrar secretos invaluables.

Estaban cerca de llegar al borde, cuando una hacha cortó el aire en dos, haciendo un ruido estrepitoso en el momento en que se quedó atorado en el tronco de un árbol.

—¡Atrápenla! —una voz femenina gritó.

—¡Temperance, vuela! —ordenó ella, empujando al reptil.

Las dos corrieron a direcciones irregulares, ya que las personas que las perseguían estaban lanzando flechas hacia ellas.

Elsa tropezó con una raíz sobresaliente en la tierra, propinándole un doloroso golpe en su caja torácica.

La furia luminosa se detuvo en cuanto vio que su dueña estaba lastimada.

—¡No te detengas, vete, vuela muy lejos de aquí! –le gritó, alzando sus manos para asustarla. Temperance hizo un sonido gutural, en forma de negación, la rubia empezó a llorar–. ¡Lárgate, no quiero verte más! ¡Salva tu vida! ¡Huye!

Al ver que las personas se acercaban cada vez más, la dragona no tuvo más opción que desplegar sus alas y correr hacia el vacío.

—¡Que no escape! —rugió Astrid. Puso su mano izquierda frente a sus ojos, donde la punta de sus dedos señalaban la cabeza del animal, y con la otra, empuñó su hacha recién afilada. Tomó un gran bocado, y lanzó el arma.

—¡NO! —antes de que la vikinga pudiera hacerle daño, Elsa se puso en medio de ambos, alzando un pequeño escudo de madera que había traído consigo.

Las leyes de la física hicieron lo suyo, propiciando que Elsa cayera de espaldas al suelo, donde su cabeza rebotó encima de una piedra, robándole la consciencia.

—Temperance... —balbuceó, buscando aquella mancha blanca que se desvanecía en segundos.

Poco después quedó dormida bajo los pies de los soldados que Astrid había reclutado.

Touching the stars | PARTE IWhere stories live. Discover now