La guerra con los dragones al fin había acabado, Elsa sintió que ya respiraba con tranquilidad. Estoico el Vasto, el jefe de la tribu, había prometido que ya jamás serían perturbados por esas bestias salvajes, que de ahora en adelante sólo habría pa...
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Capítulo final
Parte I
A las afueras del Gran Salón (donde siempre se llevaban a cabo reuniones con el pueblo presente), Hiccup y Elsa esperaban con nerviosismo la señal para entrar. Mientras lo hacía, el castaño le susurraba palabras de aliento.
—Sólo demuéstrales lo maravilloso que es tener un dragón, y si no están convencidos, deberás hablarles del hallazgo —dijo, tomando a la rubia de las manos.
—No es eso, me preocupa que no todos tengan la misma intención que yo —Elsa se asinceró, escondiendo su rostro en el cuello de Hipo, que respondía al abrazo con mucho afecto, acariciando su espalda y asomando su nariz entre sus hebras platinadas con agradable y dulce aroma.
Cuando sintió que el corazón de la chica se acompasó con el de él, musitó: —Elsa...
—¿Sí? —respondió la ojiazul, en un pequeño susurro.
—No vas a irte, ¿verdad? —por un segundo, Elsa pudo jurar que había escuchado en su voz un hilo de dolor y el brutal sentimiento de abandono, ese que alguna vez golpeó la vida de un pequeño e inocente Hipo, de tan solo imaginar esa escena se le estrujó su pecho con agonía.
—Jamás —contestó ella, tajante a cualquier idea de marcharse de Berk sin él.
Su amor por él nunca se lo permitiría.
[...]
La joven rubia se encontraba en la oficina de Hiccup, sentada en uno de sus viejos sofás, mordiéndose las uñas por lo ansiosa que se sentía. Aún nadie le avisaba qué habían decidido los ciudadanos de Berk y el Consejo, integrado por vikingos de antaño; personas que no creían que los dragones podrían cambiar o ser algo más que depredadores.
No tener información o una respuesta le abrumaba de sobremanera. Los nervios no la dejarían dormir en paz si el tiempo para decidir se extendiera hasta el día siguiente.
Su padre, quien la acompañó en todo momento, no había pronunciado palabra alguna desde que llegó. De hecho, Elsa había percibido que su progenitor actuaba distante, distraído, como si algo sopesara sus pensamientos. Al principio quiso creer que sucedía eso por la reunión de esa tarde. Pero eso se venía suscitando días después de que despertó de su pequeño coma.
Sabía que algo estaba pasando y que él se lo estaba ocultando (puesto que se negaba rotundamente a charlar con ella fuera de lo estrictamente necesario). Su actitud lograba herir sus sentimientos, pero no tenía las fuerzas suficientes para pelear por su verdad. Quería concentrarse en los dragones y en sus esfuerzos por mejorar la relación entre ambas especies. Después de todo, necesitaría a muchas personas para iniciar con este cambio.
La imagen de Hiccup entrando por la puerta con la respiración agitada la despabiló de inmediato, a la espera de la decisión.
Luego de respirar profundo varias veces, el ojiverde al fin articuló una frase: —Ellos aceptaron.
Su vista se nubló por unos segundos a causa de su baja presión, pero poco a poco fue recuperándose. Sentía que ya podía respirar con normalidad.
—Gracias a Odín —susurró la chica, que palpaba su pecho exaltado.
—Los convenció mi padre, y también la idea de que alguien afuera está intentando crear un ejército de dragones. Nos tomará tiempo, pero confío plenamente en que lo lograremos. Vamos, quieren que vayas para acordar los detalles —el castaño se acercó a ella, extendiendo su mano para invitarla a caminar con él.
Tenía algo que darle, creado únicamente para Elsa, y pensó que sería el momento perfecto para entregárselo. Después de todo, una nueva travesía se abriría paso para ellos y quería iniciarlo bien.
No. Más que un deber o una obligación, era algo especial. Sus vidas estarían entrelazadas para toda la eternidad. Una decisión (y quizás un requisito) que habían tomado con anterioridad, antes de que el Consejo decidiese el futuro respecto al tema de los dragones.
Inesperadamente, Agdar interceptó Elsa primero.
—¿Ah, papá? —tartamudeó la rubia, sorprendida con la fuerza con la que la había detenido.
—Hiccup, dános unos momentos por favor —su padre articuló, casi como una súplica.
El castaño vio el actuar temeroso y preocupado del hombre, por lo que decidió que sería mejor dejarles charlar en privado.
—Si necesitas algo, estaré cerca —dicho esto, Hipo cerró la puerta.
Cuando el sonido de los pasos del ojiverde disminuyó, Agdar por fin se atrevió a hablar: —Elsa, no lo hagas —soltó, liberando todas las emociones que había estado conteniendo desde ése día.
—¿Qué cosa? No... No entiendo —la rubia se percató de los espasmos que su padre estaba sufriendo en todo su cuerpo, por lo que rápidamente lo llevó al sofá más cercano para evitar que se golpeara contra el piso en un posible desmayo—. ¡¿Papá, qué te pasa?! —chilló, observando el tono pálido que su piel había tomado.
—No lo hagas, por favor... —susurró, antes de caer inconsciente.
Elsa corrió fuera de la oficina, buscando a alguien que pudiera ayudarla a trasladar a su padre con la curandera.