La guerra con los dragones al fin había acabado, Elsa sintió que ya respiraba con tranquilidad. Estoico el Vasto, el jefe de la tribu, había prometido que ya jamás serían perturbados por esas bestias salvajes, que de ahora en adelante sólo habría pa...
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Dos meses antes.
Astrid llegó a la casa del jefe, plantándose frente a la puerta. Golpeó la madera con su puño, hasta que logró escuchar el permiso de Estoico.
—Pasa.
Sin más titubeos, la vikinga atravesó el umbral, cerrando detrás de ella.
—¿Tienes novedades sobre lo que te pedí? —la rubia asintió, pero en su mirada no había satisfacción.
—No encontraron nada en la playa. Además los animales se terminaron por devorar el cadáver del dragón.
—Entonces, definitivamente no apareció el huevo —Astrid tragó duro, y negó con la cabeza. Estoico respiró profundamente, apretando con fuerza la mandíbula.
Los dos se sumieron en un silencioso momento.
Esto no podía quedarse así, ella odiaba no ser de utilidad para las personas a su alrededor. Y muchísimo menos cuando se trataban de temas importantes como estos.
Era cierto que no encontraron el huevo la primera vez que fueron a buscarlo, el grupo de la academia se había centrado únicamente en lugares donde creyeron que podría anidar un dragón, por lo que el margen de error era enorme. El jefe pensó que los chicos podrían haber fallado, y le ordenó (con mucha discreción) a Astrid que formara un equipo aparte que excluyera totalmente a sus amigos, para que volvieran a echar un vistazo.
Tampoco encontraron nada.
La primera vez se enfureció ante ella y Bocón, golpeando con fuerza la mesita de la sala. Pero este momento era diferente, porque no había reacción. El jefe se estaba conteniendo, y no sabía por qué.
Tenía miedo de que esa cosa creciera en la isla. De por sí era un mayúsculo problema que hubiera bestias ahí, no quería ni siquiera pensar en el futuro.
Rápidamente pensó en una chica con melena platinada. Frunció el ceño.
Siempre la había visto andar por ahí desde que eran pequeñas. Solía pensar en lo rara y torpe que solía lucir en su época de niños. La delicadeza con la que su padre la trataba, de alguna manera, la molestaba mucho. Era obvio que la crianza que Agdar manejaba con Elsa era diferente al que ella y su padre, como el resto de Berk, practicaban.
Astrid odiaba ser frágil, odiaba que la percibieran como una niña que llora al mínimo golpe.
Y Elsa representaba eso y todo lo que una "princesa" tenía que ser (según a palabras de los adultos, que habían convivido con la platinada y que quedaban maravillados con su belleza y ternura).
La detestaba con todo su ser.
Sin embargo, jamás hizo algo para lastimarla. Así no era Astrid. No buscaría pelea en alguien que no estaba a su altura para un combate. Tampoco le hizo la vida imposible, no quería desgastar su valioso tiempo y energía en cosas tan triviales.