7. Liam.

240 53 1
                                    

Hace cinco años...

—Creo que eso es todo, espero no estar dejando nada atrás. Te dejaré la dirección donde estoy quedándome, si quedó algo mío, envíamelo allí.

Levantando la mirada de la taza de café en mi mano, enfoqué al pequeño Omega de rubio cabello que ahora se paraba con aura vacilante frente a mi. Se veía desaliñado, con la piel pálida y ojeras marcadas bajo esos ojos azules que un día habían estado llenos de ese brillo exuberante que me había enamorado. Se veía un poco más delgado, sus ropas colgaban más holgadas de lo que recordaba por su pecho y piernas, como si compartieran el estado emocional de su dueño.

Se veía triste.

¡Que bien! Yo también estaba triste, así que ambos estábamos en la misma jodida situación y no era por mi maldita culpa, así que no tenía porque sentirme mal por verlo de la forma en que se veía. ¿Que culpa podía llevarme yo en todo esto? Había hecho todo lo posible y hasta lo imposible porque este no fuese nuestro desenlace, pero no podía adivinar ni controlar las acciones del otro, así que, ¿por qué tenía que sentirme mal porque él hubiese arruinado todo y ahora se parase frente a mi viéndose como un jodido perro callejero?

No lo haría, jodidamente, no lo haría.

—Venderé la casa —le anuncié de golpe, disfrutando de la forma en que se estremeció ante la noticia—. La venderé con todo y muebles, solo me llevaré mi ropa. Así que te recomiendo que te lleves todo ahora, después de hoy lo que hayas dejado atrás le pertenecerá al nuevo dueño.

—Yo... —apartó la mirada, observando alrededor de la sala como si repentinamente hubiese olvidado como era la misma—. Esta bien —suspiró. Lo observé apretar sus dedos nerviosamente entorno a la pequeña caja en sus manos llena de viejos discos y cuadros de paisajes veraniegos de su pertenencia—. Me enteré que lograste obtener un lugar en la firma.

Elevé una ceja en su dirección, preguntándome de donde demonios había salido eso.

Apretó los labios hasta que se convirtieron en una pálida línea ante mi falta de respuesta—. Felicitaciones.

—Gracias.

Vaciló—. ¿Es lo que imaginabas de trabajar allí o no?

Lo miré. Dejé la taza sobre la superficie de la isla frente a mi y realmente lo miré—. ¿De donde viene el interés repentino?

—No es repentino, siempre he estado interesado en lo que haces.

—Si eso es verdad, has sido realmente bueno en ocultarlo de mi. En estos dos años de convivencia, ni una vez te noté interesado en algo referido a lo que yo hiciese.

Su ceño se frunció—. No es verdad, te he apoyado en tus proyectos y metas, es injusto que digas que no lo he hecho.

—Lo que es injusto es que te pares frente a mi, luciendo todo indignado, mientras cargas en las manos las pocas pertenencias que olvidaste cuando saliste huyendo de mi hace meses.

—No hui. —susurró, mirándome como si fuese escandaloso simplemente pensarlo.

—Lo que sea —murmuré. Recuperando mi taza de café, le di un pequeño trago, evitando hacer una mueca cuando el líquido ahora frío se deslizó por mi lengua.

Llevé mi mirada al ventanal que daba al patio trasero mientras terminaba los últimos tragos del amargo liquido y abandonaba la taza sobre la superficie. Fuera, los suaves rayos de un sol invernal bañaban el césped y los pocos árboles que habían resistido el poco interés que habíamos puesto en ellos durante nuestra estadía en la casa.

Rainy |Ziam| PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora