3. Rainy.

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Acomodando mi mochila sobre el hombro, observé a Liam girar la llave en la cerradura, empujando la puerta para abrirla un momento después, antes de hacerme un suave gesto para que pasara primero. Habíamos llegado a Londres temprano en la mañana, con el sol apenas asomándose por el horizonte y el frío húmedo de la noche adhiriéndose a nuestra piel. Había observado todo con interés desde el primer paso fuera del avión, hasta el húmedo e invasivo clima me fascinaba. Todo los nuevos descubrimientos estallando frente a mis ojos, como una explosión de colores y sonidos que antes ignoraba y soñaba conocer.

Mi escases de ropa de invierno fue notoria una vez que me enfrenté al clima local. No se me permitía tener más de las prendas absolutamente necesarias en el colegio y dado que no tenía permiso para vagar en los jardines cuando la temperatura bajaba, la falta de abrigo era solo una forma de recordarme esa regla. Liam dijo que eso era inaceptable y me compró un abrigo en una pequeña tienda, era rojo y con dibujos animados bordados en la espalda. Era extraño vestir de otro color que no fuesen los oficiales del instituto, pero me agradaba.

El viaje desde el aeropuerto fue corto, apenas quince minutos en taxi que Liam se gastó hablando por su teléfono. Lo había visto leer las hojas que le había dado, con la información de mi padre en ellas, en el avión. En cuanto bajamos, me dijo que tenía un amigo, un investigador privado, que podía ayudarnos en nuestra búsqueda. Lo escuché decirle todos los datos que yo mismo había leído una y otra vez, repitiéndolos en mi mente al tiempo que él los pronunciaba en voz alta.

Cuando terminó la llamada, dejó un beso en mi cabello, prometiéndome que todo estaría bien. Sin importar lo que sucediera, él me cuidaría y yo asentí en comprensión, porque sabía que él jamás me abandonaría.

Ahora estaba de pie en la sala del apartamento de Liam, intentando no fruncir el ceño ante la escasa decoración. No estaba esperando nada en particular, pero pasar de las paredes blancas del colegio a más paredes blancas, no era mi definición de cambio dramático. El suelo bajo mis pies era de madera oscura, pulcra, que se amoldaba perfectamente con el color de los sofás de cuero y la pequeña mesa de café. No había cuadros ni fotografías en ningún lugar, ni siquiera sobre la repisa de la chimenea de piedra en un rincón. La considerable televisión sobre la misma espejaba la alfombra blanca y los escasos adornos esparcidos aquí y allá para dar la sensación de estar más lleno de lo que estaba.

Escuché a Liam cerrar la puerta y acercarse, las rueditas de mi maleta chirriando sobre el suelo. Se detuvo cerca de mi, agachándose para quedar a mi altura. Lo sentí mirar alrededor, como si estuviese intentando ver su hogar a través de mis ojos.

—¿Que te parece? —preguntó finalmente.

Lo miré, pero él no estaba viéndome, su mirada seguía recorriendo los muebles y adornos. Volví a mirar alrededor, intentando encontrar las mejores palabras para describir lo que veía sin ofenderlo.

—Es... lindo. —solté finalmente.

Hubo un latido de silencio antes de que su risa inundara todo. Liam tenía una forma extraña de risa, una que no había visto en nadie más aun. Reía como una persona no acostumbrada a dejar salir ese sonido, como si se sorprendiera a si mismo con su diversión. Pequeñas arrugas aparecían alrededor de sus ojos marrones, mientras estos brillaban con una luz infantil que delataba a un niño travieso que seguía vivo en su interior.

Lo miré por un momento con una sonrisa, preguntándome si mi risa sonaría igual de extraña a mis oídos cuando superase la experiencia vacía del instituto.

—Bien —suspiró, aclarándose la garganta un momento después. La diversión escrita en su rostro—. Ahora, dime la verdad, ¿que piensas?

—Ya lo dije.

Rainy |Ziam| PausadaOnde as histórias ganham vida. Descobre agora