2. Zayn.

291 57 1
                                    

 —¡Señor Malik, Lauren no quiere prestarme sus lápices de colores! ¡Dígale algo!

Levantando la mirada de mi cuaderno, me detuve en medio de la planificación de tareas para la siguiente semana de clases y miré al ofuscado jovencito de pie frente a mi escritorio. Llevaba un ceño fruncido bajo una cascada de cabello negro y me miraba directamente, como esperando que yo solucionara todos los difíciles problemas que se podían presentar en su caótica vida con un chasquear de dedos.

Por lo general, podía hacerlo.

Habiendo trabajado varios años en la enseñanza, rápidamente había aprendido a lidiar con los pesados y difíciles dilemas que veinte niños de seis años podían plantearme. Desde jalones de cabello, pasando por golpes o usurpación de un lugar que había sido reclamado con anterioridad. Y jamás podían ser olvidadas esas gomas de mascar (las cuales pedía expresamente que lanzaran fuera, antes de entrar al aula), pegada en alguna de esas cabecitas de brillante cabellera.

Yo era quién solucionaba todos esas difíciles situaciones, era una de las especificaciones de mi trabajo.

Bajando el bolígrafo, tomé especial cuidado en dar la atención debida al tema en cuestión. Pequeños y delgados brazos se cruzaron, una barbilla desafiante hizo su aparición. Y si no hubiese venido de una persona que apenas pasaba el metro de altura, tal vez me hubiese impactado un poco más. Escondiendo una sonrisa, para evitar que pensara que no estaba tomándolo enserio, busqué con la mirada a mi acusada.

—¿Lauren? —llamé, ganando la atención de unos curiosos ojos avellana—. ¿Puedes venir aquí un momento?

Ella asintió, deslizándose fuera de su silla y caminando en mi dirección, todo el tiempo enviando dagas con sus ojos hacia el joven frente a mi escritorio. Sus coletas oscuras se balanceaban sobre sus hombros en rizos, sin quitarle la seriedad a su mirada.

—Lauren —dije.

Finalmente se giró a mirarme, su mirada rápidamente convirtiéndose en lo opuesto a lo que había sido. Todo ojos grandes y sonrisa de millón de dólares—. ¿Si, señor Malik?

—¿Puedes decirme porque no quieres compartir tus lápices de colores con Spencer?

—Yo nunca dije eso. —me aseguró, parpadeando sus dulces ojos hacia mi, obviamente acostumbrada a que ese simple gesto la sacara de todos los problemas en que podría meterse.

—¡Si lo dijiste! —Spencer estalló—. ¡Tu dijiste que no me prestarías tus lápices de colores porque mi cara es fea! ¡Yo creo que tu cara es fea, pero no te lo estoy diciendo!

—¡Yo no soy fea! —se giró hacia él—. Soy una niña, mi papá dice que todas las niñas deben ser bonitas. ¡Tu eres un niño y puedes ser feo! ¡Eres feo!

—¡No soy feo! —gruñó—. ¡Prestame tus colores!

—¡No!

—Niños —llamé entre los gritos—. Niños, deténganse.

—¡Tu papá te mintió, porque tu eres horri... horriplante... horriflante... ¡Eres fea!

—Mi papá jamás miente, ¡callate! —ella gritó—. ¡Y ahora no te presto mis colores porque eres malo conmigo!

—No lo soy.

—Si lo eres, no voy a prestártelos, ¡mal educado!

Extendiendo la mano, tomé el pequeño borrador de pizarrón del borde del mismo y lo giré, golpeando la parte de madera sobre la superficie de mi escritorio. Dos golpes, resonaron por toda el aula, llamando la atención de los otros dieciocho pares de ojitos curiosos que detuvieron sus actividades para mirarnos. Por suerte, esto también logró llamar la atención de los dos escandalosos.

Rainy |Ziam| PausadaWhere stories live. Discover now