Prologo.

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Centro de ayuda e instituto internado Caspian Fiore.

La vida de todo el mundo debe comenzar en algún punto, la mía inició con esas palabras.

Mi historia comenzó un día en que la lluvia parecía haber tomado una venganza personal contra la ciudad. La peor tormenta registrada en veinte años. El viento agitaba los árboles con saña, quebrando ramas y arrancando troncos desde la raíz. La lluvia constante lo acompañaba, yendo contra aquellos pocos transeúntes que no habían podido escapar de su ira a tiempo, como si quisiese asegurarse de que todos quienes eran tocados por ella sufrieran de alguna manera.

Las alarmas habían sido anunciadas con anterioridad. Las noticias en televisión pronosticaban sobre lo peligroso de salir a la calle cuando todo realmente empeorara. La visibilidad era baja, tanto que prácticamente habían cerrado calles para evitar que las personas siguieran en las carreteras y algún accidente tuviese lugar. Toda la ciudad parecía en proceso de convertirse en un pueblo fantasma, al menos cuando se trataba del exterior.

Pero no todos habían ido con los consejos de los meteorólogos, quedándose dentro de sus casas. Algunas personas no tuvieron otra opción que arriesgarse y salir a la calle, forzadas por una situación más allá de ellos.

Como ese pequeño auto azul que avanzaba a través de la lluvia, como si estuviese imitando a un salmón al luchar contra la corriente. En ese pequeño vehículo temerario, era donde mi vida comenzaba.

—Aguanta un poco, ya estamos prácticamente allí —el conductor gritó sobre el sonido de la lluvia contra el techo del auto. Manteniendo la mirada en el camino, extendió su mano y apretó los dedos que se volvían pálidos al aferrarse al respaldo de los asientos—. Solo unas cuadras más y estaremos allí.

Un grito estrangulado fue su respuesta, los dedos apretando con más fuerza.

—Solo un poco más. —se inclinó sobre el volante, como si quisiese ir más allá del parabrisas y mirar directamente a través de la lluvia.

—Apresúrate, por favor, apresúrate —una voz suave rogó desde los asientos traseros—. No quiero que mi hijo nazca en esta carretera, Harry, por favor, no lo permitas.

—No lo hará, no lo hará. Estaremos en el hospital en un momento, te lo prometo.

Su pie presionó el acelerador un poco más, intentando avanzar más rápido. Retrocedió rápidamente, cambiando para pisar el freno cuando visualizó una rama bastante grande cortando su camino.

—¡Maldita tormenta! —gruñó, golpeando su mano contra el volante. Mirando a través del espejo retrovisor, hizo una mueca—. Tendremos que rodear la manzana, intentaré hacerlo rápido.

—Haz lo que tengas que hacer, pero solo hazlo.

El pasajero trasero tenía una expresión exhausta en su rostro aniñado. Sus ojos ámbar mostraban el grado de dolor que estaba experimentando, amplios en su rostro, le rogaban a su amigo que hiciese todo lo posible para llevarlos a su destino. Llevaba mechones de oscuro cabello pegados a la cara, porque aunque fuera llovía y el viento azotaba, estaba sudando mientras se aferraba con sus uñas al material de los cubreasientos.

La redondez que marcaba su figura pequeña, justo en el centro, era cubierta por una camiseta que rápidamente estaba empapándose de sangre. Él estaba pálido, tenía las mejillas rojas por el esfuerzo que todo le estaba causando, pero no estaba rindiéndose. Había algunas lágrimas tibias desbordándose de sus orbes, pero no estaba llorando, no estaba renegando de lo que sucedía ni pidiendo a gritos ayuda. No, estaba aferrándose y enfrentándolo.

Y se veía hermoso haciéndolo.

Tomó un respiro fugaz mientras el auto giraba, liberando una de sus manos para llevarla a descansar sobre su barriga. Había tanto amor y ternura en su mirada cuando observaba hacia la hinchazón bajo su palma.

Rainy |Ziam| Pausadaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن